
Cuando alguien habla de mafia, siempre nos viene a la mente la mafia siciliana de Nueva York, pero los especialistas y amantes de este género saben de sobras que existen mucho más entornos mafiosos, y el equivalente francés de Nueva York o Chicago es Marsella.
Charly Matteï es uno de los líderes de la mafia de la ciudad, pero desde hace tres años tan solo se dedica a su familia, a estar con ellos, a cuidarlos, porque Matteï es un mafioso retirado. Pero como bien le aconsejó un gran mafioso durante una estancia en la prisión, cuando un hombre se relaja, pierde, y así ha sido. Mientras estacionaba su coche en un aparcamiento subterráneo, lo acribillan, lo cosen a balazos, lo dejan como un colador, o como se quiera. Pero Charly no se rendirá así como así, ya que a pesar de haber recibido 22 balazos —de ahí el título en castellano… guiño, guiño—, ha sobrevivido, y sabe de sobras quien puede haberle hecho esto, pero no empezará una guerra por algo que sabía de antemano que pasaría, al contrario, preferirá no responder. Pero los cosas cambiarán cuando uno de sus amigos y fieles colaboradores es asesinado de forma cruel, amenazando a toda su familia y a sus amigos, no dudará ni un segundo en empezar una vendetta personal —casi una cacería humana— contra los que mataron a su amigo e intentaron matarlo, ya que, parafraseando un conocido western: cometieron dos errores, matar a un amigo y dejarlo a él con vida.
Richard Berry, conocido actor y director galo muy cercano a la comedia y al drama más personal, pero que ha catado de todo un poco a lo largo de su distendida carrera, se atreve a llevar a la pantalla la adaptación de la novela de Franz-Olivier Giesbert, y lo hace con gran acierto, creando una acción y unas tomas excelentes para este tipo de filmes que dejarán al espectador boquiabierto.
Cuando alguien habla del cine de acción francés la primera cara que nos aparece en la cabeza es la de Jean Reno, experto en este género tanto dentro como fuera de Francia, valiéndole el rango de uno de los tipos duros del cine, y en esta ocasión no decepciona. Sin llegar a ser tan tierno como el León de 1994, llega a encandilar la nueva visión del clásico personaje que se mueve por venganza, ya que a pesar de la frialdad que muestra, se nota que detrás hay un ser humano herido. Y si Reno sorprende, no lo hace menos el escogido para dar vida a su enemigo; Kad Merad es una elección arriesgada hasta que ves el trabajo realizado, ya que nos tiene acostumbrados a las cintas cómicas, pero no le tiembla el pulso al ponerse en la piel de Tony Zacchia, demostrando que le va como un guante; a pesar de que resulte extraño verlo aquí después de su participación en pelis como Bienvenidos al Norte o Los chicos del coro, por lo que no te los imaginas haciendo de un cruel y despiadado mafioso marsellés, pero lo consigue y con tanto acierto que hace cambiar las ideas preconcebidas que se tenían de él, demostrando que los actores cómicos son tan buenos actores que después de conseguir hacer reír pueden hacer cualquier cosa.

Esta podría haber sido otra de tantas pelis de acción con trasfondo mafiosos que se producen en Francia —un mercado que nunca me dejaré de explorar—, sin embargo, el tratamiento de la historia y su puesta en escena, en la que se cuidan todos los detalles para tener cierto aire tarantinesco sin olvidar sus raíces galas. En este sentido, muchas son las veces que las buenas historias de gangsters se estropean por el exceso o la mala calidad de la sangre utilizada, pero se debe decir que L’immortel —título original sin demasiados tapujos— ha usado la medida exacta, ni grandes charcos, ni de pequeñas manchas en las camisas, dando un realismo extraordinario a las escenas con disparos, además de crear con cierto realismo el comportamiento del cuerpo con respecto los diversos tipos de armas. El resultado final es una trepidante historia de acción, con un ritmo incesante que nos hará pasar más de un momento de tensión para ver como acaba la historia del bueno de Charly Matteï. Puro entretenimiento explosivo.