Cuando el niño nació, como todo espartano fue examinado. Si hubiese nacido pequeño o raquítico, enfermizo o deforme, habría sido descartado. En cuanto pudo mantenerse en pie fue bautizado en el noble arte del combate. Le enseñaron a no retirarse jamás, a no rendirse jamás, a que morir en el campo de batalla, al servicio de Esparta, era la mayor gloria que podía alcanzar en vida.
La agogé, como se la conoce, obligaba al niño a luchar, a pasar hambre, le obligaba a robar, y, si era necesario, a matar. Ésa era su iniciación, lejos de la civilización, y volvería junto a su pueblo como espartano, o no regresaría.
Y así es como el niño, al que habían dado por muerto, regresa a su pueblo como rey de Esparta, el rey ¡¡Leónidas!! Y ahora le toca enfrentarse a su peor enemigo, ya que un ejercito de esclavos, el mayor que pueda imaginarse, está dispuesto a aplastar a la minúscula Grecia, a erradicar del mundo toda esperanza de razón y justicia. La bestia se aproxima, y ha sido el propio rey Leónidas quien la ha provocado.
El emisario de Jerjes fue a esparta a ofrecerles una tregua, un insulto hacia los espartanos, el Rey Leónidas no tubo mas remedio que recordarle al emisario que ninguno de nosotros seremos esclavos, por que ¡¡ESTO ES ESPARTA!! Declarada la guerra oficialmente contra los persas, Leónidas consulta a los éforos para pedirles consejo, cerdos endogámicos, no apoyan el alzamiento contra Jerjes, Leónidas opta por montárselo por su cuenta, reuniendo a un grupo de 300 soldados, los mejores de esparta, para dar “un paseo”. Un número ridículo para un ejército, tal como Daxos el Arcadio opina: «¿Piensas enfrentarte a Jerjes con sólo un puñado de soldados? Me equivoqué al pensar que el compromiso de Esparta se equipararía al nuestro.» «¿Y no es así?» responde Leónidas: «¡Espartanos! ¿Cuál es vuestro oficio?» «¡AUU AUU AUU!».
Mientras se acercan a la orilla observan como la descomunal flota persa se aproxima, Zeus apuñala el cielo con sus rayos, y zarandea las naves persas con vientos huracanados, estrellándolas contra las rocas, glorioso. Pero esto no es mas que una ínfima parte de todo el potencial de Jerjes. «Espartanos, preparad el desayuno, y alimentaos bien, ¡porque esta noche cenaremos en el infierno!.» Les comenta Leónidas a sus compañeros. Jerjes no para de mandar todo tipo de bestias contra los espartanos, hasta él mismo se presente para hablar en persona con nuestro rey “Soy un Dios generoso, te nombraré caudillo de toda Grecia si tú antes te postras ante mi” le comenta Jerjes, “Me arrodillaría, pero sabes, después de estar todo el día masacrando a tus hombres me ha entrado un calambre en la pierna y no me puedo arrodillar” se burla Leónidas. Jerjes enfurecido responde “Destruiré toda Grecia, el mundo nunca sabrá que exististeis”, “el mundo sabrá que unos hombres libres se enfrentaron a un tirano, que unos pocos se enfrentaron a muchos y sabrá al terminar la batalla que hasta un gran rey puede sangrar”.
Las batallas parecen interminables, cada ejército que Jerjes mandas es mas cruel y terrorífico que el anterior, sombras venidas del infierno. Aún así Leónidas y sus espartanos resisten, gracias en especial al lugar elegido para luchar, el paso de las Termópilas es un gran cuello de botella en el que los grandes ejércitos no obtienen ventaja, siempre y cuando no encuentren el paso alternativo que permite flanquear las Termópilas, por desgracia Efialtes, un “descartado” espartano revela el camino oculto a Jerjes, Léonidas se niega a retirarse, muy al contrario de los Arcadios que huyen al saber la noticia.
Ya en la última batalla de los 300, Leónidas solo le queda una cosa, demostrar a Jerjes que hasta un gran rey puede sangrar. Dicen los ancianos que los espartanos descendemos del mismísimo Hércules. El valeroso Leónidas es testimonio de nuestro linaje.
Los espartanos cayeron en batalla, pero fue la mecha que encendió la llama, la llama de la esperanza, ya que posteriormente toda Grecia se unió contra Jerjes en la batalla de Platea. Pero esa es otra historia.