
El spaghetti western, con sus más y sus menos, nos ha dejado numerosas joyas, a veces ocultas bajo toneladas de morralla, y, una de ellas, es la que tenemos entre manos. Considerada la secuela de El halcón y la presa —a la que, personalmente, creo que supera con creces y de la que no depende argumentalmente—, retoma la historia del bandido revolucionario Cuchillo Sánchez…
En esta ocasión, Cuchillo, un bandido mestizo de origen mexicano que, aunque es un ladrón de poca monta, se encuentra involucrado en una gran conspiración política y económica. Tras escapar de prisión, se entera de la existencia de un tesoro oculto destinado a financiar la revolución mexicana. Sin embargo, no es el único que lo busca: pistoleros, revolucionarios, cazarrecompensas e incluso agentes del gobierno están tras su pista.
La película es un constante juego del gato y el ratón, con persecuciones implacables y giros inesperados. Pero más allá de la acción, Corre, Cuchillo… corre tiene un fuerte subtexto político. Sergio Sollima, al igual que otros directores del spaghetti western, simpatizaba con la izquierda y usaba sus películas para criticar la explotación, el colonialismo y la corrupción. Cuchillo, como representante del pueblo oprimido, se convierte en una figura simbólica dentro de la historia.
A diferencia de los héroes típicos del western estadounidense, Cuchillo es un antihéroe astuto y escurridizo, más hábil con el cuchillo que con las armas de fuego. En este aspecto, Tomás Milián aquí ofrece una de sus mejores actuaciones como, un personaje que combina humor, astucia y carisma. A diferencia de los fríos pistoleros al estilo de Clint Eastwood o Franco Nero, Cuchillo es más terrenal, torpe en ocasiones, pero increíblemente hábil cuando se trata de escapar de sus enemigos. Su destreza con el cuchillo lo convierte en un luchador formidable, y su forma de evadir el peligro es una de las grandes fortalezas de la película. En mi opinión, en El halcón y la presa se dieron cuenta del carisma de Tomás Milián como Cuchillo, en la que era un secundario, y decidieron que el personaje y el actor merecían una cinta como protagonistas… y lo clavan.
De algún modo, esta peli busca corregir o cambiar aquello que en la primera no terminó de cuajar, desde su tono, siendo más divertida y aventurera, alejándose de la seriedad y sobriedad de El halcón y la presa; mientras que, a la vez, se aumenta la crítica política con un mensaje más explícito sobre la corrupción dentro de la revolución y el dilema de luchar por una causa sin perder la propia identidad.

Sergio Sollima, a diferencia de Leone o Corbucci, tenía un estilo visual más sobrio, menos atrevido, pero no menos efectivo. Su dirección en Corre, Cuchillo… corre se enfoca en la acción fluida, los encuadres dinámicos y un excelente manejo del ritmo. La película está repleta de persecuciones espectaculares, coreografiadas con una precisión impresionante. La forma en que Cuchillo esquiva a sus perseguidores, utilizando el entorno y su agilidad en lugar de la violencia directa, le da un tono diferente a la película. Por otro lado, las secuencias de lucha con cuchillos son algunas de las mejores del género. Sollima usa la cámara de forma creativa, alternando entre primeros planos intensos y tomas amplias que capturan la tensión del momento.
El desenlace de la película es una de las partes más fascinantes. En lugar de un duelo tradicional con pistolas, el enfrentamiento final está más alineado con la naturaleza de Cuchillo: una batalla de astucia y agilidad. Sin entrar en demasiados spoilers, el final refuerza la idea de que la revolución no es solo una lucha entre buenos y malos, sino que está llena de ambigüedades. A diferencia de otros westerns donde el héroe se convierte en un justiciero definitivo, aquí Cuchillo no se transforma en un revolucionario puro ni en un simple ladrón oportunista. Su destino sigue siendo el de un hombre en constante movimiento, sin ataduras ni compromisos definitivos. Esta conclusión es coherente con la visión de Sollima sobre la lucha social: no hay un final feliz absoluto, solo una lucha que continúa.
Corre, Cuchillo… corre es una de las películas más entretenidas y originales del spaghetti western. Su ritmo acelerado, sus escenas de acción únicas y la magnética actuación de Tomas Milián la convierten en un clásico del género. A diferencia de los westerns más solemnes y épicos, esta película adopta un tono más ligero sin perder profundidad en su mensaje. Es una obra esencial para quienes buscan un western lleno de adrenalina pero con un trasfondo social interesante.