
Sergio Leone, tras el éxito de Por un puñado de dólares (1964), consolidó su visión del spaghetti western con La muerte tenía un precio —traducción completamente libre del título original, Per qualche dollaro in più—, una obra maestra que no solo refina los elementos estilísticos de su predecesora, sino que también introduce un tono más complejo y maduro. La película, protagonizada por Clint Eastwood, Lee Van Cleef y Gian Maria Volonté, se convirtió en un pilar fundamental del cine del oeste, redefiniendo el género con su estilo visual innovador y su narrativa llena de tensión.
La historia se centra en dos cazarrecompensas, el Manco y el coronel Douglas Mortimer, quienes unen fuerzas para atrapar a un peligroso bandido conocido como el Indio, este y su banda han robado una importante suma de dinero y los cazarrecompensas buscan reclamar la recompensa ofrecida por su captura. Pero, a medida que la trama avanza, se revelan las motivaciones personales de los protagonistas. Manco es un pistolero solitario que trabaja por dinero, mientras que Mortimer busca venganza personal contra el Indio por un trágico suceso del pasado. La película culmina en un enfrentamiento épico entre los personajes principales, con una tensión creciente que mantiene al espectador al borde de su asiento.
Sergio Leone que ya había marcado claramente su estilo visual único, decide seguir explotándolo aquí. La película está llena de primeros planos extremos, tomas largas y panorámicas de paisajes áridos, que crean una atmósfera tensa y evocadora. El uso de los silencios y la mirada de los personajes añade una capa de profundidad emocional a la narrativa. La cinta también destaca por su ritmo pausado y el uso magistral de la música.
La música de Ennio Morricone es otro de los elementos fundamentales que elevan la película a la categoría de obra maestra. A diferencia de los westerns tradicionales de Hollywood, Leone permite que la banda sonora tenga un peso narrativo propio. El uso de silbidos, campanas y relojes musicales dota a la película de un carácter casi operístico, donde la música no solo acompaña la acción, sino que la define. Uno de los mejores ejemplos es el motivo musical asociado al reloj de bolsillo del Coronel Mortimer, un recurso que cobra una importancia dramática crucial en el clímax de la historia.
En este sentido, la peli explora temas de venganza, justicia y moralidad en un mundo donde la línea entre el bien y el mal es a menudo —por no decir siempre— borrosa. Los personajes principales no son héroes tradicionales; son individuos con sus propios códigos de ética y motivaciones personales, lo que añade una dimensión de ambigüedad moral a la historia. La película también aborda la naturaleza de la violencia y su impacto en los individuos y la sociedad. A través de sus personajes y su narrativa, Leone cuestiona la glorificación de la violencia y muestra sus consecuencias devastadoras.

Como no podía ser de otro modo, Clint Eastwood sigue ofreciendo una actuación memorable que ha dejado una marca indeleble en el género del western. Con su característico poncho y su cigarro, encarna al antihéroe que es tan misterioso como letal. Frente a él, Gian Maria Volonté, como el Indio, interpreta a un villano complejo y perturbado que añade una capa de intensidad a la película. Su actuación, combinada con la dirección de Leone, crea un antagonista que es tanto fascinante como aterrador, seguramente uno de los más despiadados del spaghetti western.
Sin embargo, uno de los aspectos más destacables de la película es la inclusión de Lee Van Cleef en el papel del Coronel Douglas Mortimer. A diferencia del protagonista sin nombre interpretado por Clint Eastwood, Mortimer es un personaje con un pasado trágico y una motivación más personal para cazar al villano de la historia. Van Cleef aporta una presencia imponente a la pantalla con su porte elegante, su precisión letal y una mirada acerada que se convertiría en una de sus señas de identidad. Su actuación aporta una profundidad emocional que equilibra la frialdad del «Hombre sin nombre», estableciendo una dinámica de rivalidad y camaradería entre ambos cazarrecompensas.
Entre sus muchas virtudes, uno de los elementos que esta peli marcó para el futuro fue su duelo final entre los tres protagonistas, siendo una de las escenas más memorables del cine del oeste. A diferencia de los duelos convencionales de Hollywood, Leone convierte la escena en un ritual casi coreográfico, en el que la tensión se acumula a través de primeros planos de los rostros de los personajes, los sonidos del viento y el tic-tac del reloj de bolsillo, a parte del acompañamiento musical de Morricone. Cuando finalmente se desata la violencia, el impacto es demoledor, cerrando la historia con un equilibrio perfecto entre justicia y venganza.
La muerte tenía un precio es mucho más que una simple secuela: es una película que expande y perfecciona las innovaciones de Por un puñado de dólares, cimentando las bases de lo que sería el spaghetti western. Con una historia más rica, personajes más complejos y una estética visual y sonora inconfundible, Sergio Leone demostró que su visión del género iba mucho más allá de la simple reinterpretación de los westerns estadounidenses. Gracias a la imponente presencia de Lee Van Cleef, la icónica música de Ennio Morricone y uno de los duelos más memorables de la historia del cine, la película sigue siendo una obra imprescindible para cualquier amante del cine.