
¿Qué pasaría si Superman fuera un alcohólico malhablado y profundamente antipático? En una era saturada de películas de superhéroes, Hancock parecía querer desmarcarse del molde. Dirigida por Peter Berg y protagonizada por Will Smith, la cinta proponía algo diferente: un superhéroe alcohólico, amargado y con una imagen pública desastrosa. Lejos del idealismo de Superman o la brillantez tecnológica de Iron Man, John Hancock es un hombre poderoso que no quiere ser héroe… y a nadie le gusta que lo sea.
La premisa es potente: ¿qué pasa cuando el héroe no encaja en el molde, cuando no tiene motivaciones nobles ni una historia de sacrificio? ¿Y si, en lugar de salvar gatitos, destruyera tejados al aterrizar y espantara a los niños? Hancock no es un antihéroe al uso, es alguien que no entiende ni su lugar ni su propósito. Un personaje que parece sacado más del mundo de The Boys que del universo Marvel o DC.
La primera mitad de la película funciona realmente bien. La mezcla de comedia negra, crítica social y acción callejera es fresca, directa y con un ritmo muy efectivo. Will Smith brilla en ese papel de marginado con superpoderes, desganado y áspero, pero no del todo irredimible. Me gusta cómo se explora la relación con Ray (Jason Bateman), el relaciones públicas que intenta «mejorar su imagen» ante la opinión pública. Aquí la película plantea preguntas interesantes: ¿hasta qué punto un héroe necesita ser aceptado? ¿El poder es suficiente o hay que convertirlo en marca?
Pero justo cuando uno cree que Hancock va a ahondar en esas cuestiones y retorcer los códigos del género… todo cambia.
El giro que introduce el personaje de Mary (Charlize Theron) y su conexión con Hancock rompe el tono de forma brusca. Lo que era una sátira urbana, moderna y atrevida, se convierte de repente en un melodrama romántico con elementos mitológicos mal encajados. Hay una historia de fondo, sí, pero se siente poco trabajada, como si no supieran cómo hacer avanzar al personaje sin añadirle un pasado místico que nadie pidió.

Y entonces ocurre algo frustrante: la película pierde foco. No es una comedia, no es un drama, no es una película de acción en forma ni fondo. Tampoco es una historia de redención coherente. Se queda a medio camino de todo. El potencial de subvertir el género está ahí, pero se abandona en favor de giros argumentales que no están a la altura de lo que la primera mitad prometía.
Hancock me deja la misma sensación que me dejan muchas películas con ideas brillantes: frustración. Porque cuando una historia tiene algo diferente que contar, uno espera que el guion lo respete, lo explore, lo lleve hasta el final. Y aquí, lo que empieza como una crítica afilada al mito del superhéroe termina siendo una historia desdibujada que no se atreve a ir más allá.
Aun así, le reconozco el mérito de intentarlo. En un momento en que los héroes eran pulcros, pulidos y previsibles, Hancock propuso un héroe sucio, incómodo y fallido. Y eso, aunque no lo supiera sostener, sigue siendo interesante.