
Como seguidor de la Fórmula 1, tenía muchas ganas de ver esta película. Y es que, mientras se retransmitía el mundial de F1, los productores aprovecharon para grabar diferentes tomas en plena acción. Eso fue lo que más me llamó la atención: no iba a ser una película llena de CGI, sino rodada con coches reales y cámaras a bordo, al estilo Top Gun: Maverick. Teniendo en cuenta que el director es el mismo y lo bien que salió aquella, casi podríamos decir que F1 es el Top Gun de los coches.
La historia se centra en el personaje ficticio Sonny Hayes (Brad Pitt). Hubo una época en que Sonny lo tuvo todo: talento, fama y velocidad. Era un piloto de Fórmula 1 que vivía al límite, hasta que un accidente y una cadena de malas decisiones lo apartaron de su gran pasión. Ahora, ya entrado en la madurez, vive alejado de los circuitos, resignado a no volver a sentir la adrenalina de competir… hasta que su viejo amigo y excompañero Rubén Cervantes (Javier Bardem) le propone algo impensable: regresar a la F1 para ayudar a un equipo novato a salir del fondo de la parrilla. La oportunidad perfecta para salvar al equipo… y tal vez también para salvarse a sí mismo.
La trama en sí no es nada del otro mundo. Joseph Kosinski repite la fórmula de Top Gun: Maverick, un protagonista veterano que vuelve al ruedo, mucha tecnología de vanguardia para meterte dentro de la acción y un espectáculo visual que pide a gritos verse en pantalla grande. La diferencia es que aquí no hay aviones ni combates aéreos: hay monoplazas, boxes, rugido de motores híbridos y olor a goma quemada. Y todo está rodado en circuitos reales -Silverstone, Spa, Las Vegas o Abu Dhabi- durante auténticos Grandes Premios, con cameos de pilotos como Fernando Alonso, Lewis Hamilton, Max Verstappen o Carlos Sainz, algo que le da un plus de autenticidad.

Brad Pitt, que llegó a rodar escenas reales a más de 300 km/h gracias al entrenamiento con Hamilton, cumple con creces como Sonny Hayes: un tipo marcado por el pasado, pero aún capaz de ir rueda a rueda con pilotos mucho más jóvenes. Eso sí, mantiene esos gestos típicos de Pitt que lleva repitiendo últimamente; desde Malditos Bastardos parece que tiene la misma expresión. Lo acompaña un reparto en el que destacan principalmente Bardem, Kerry Condon y Damson Idris. La química entre ellos funciona, aunque es evidente que la película se apoya sobre todo en el carisma de Pitt.
Lo mejor de la película, sin duda, es la parte visual. Las cámaras montadas dentro del monoplaza te meten literalmente en la cabina, los cambios de marcha, las vibraciones y hasta las gotas de sudor se sienten reales. Sin embargo, esta obsesión por la espectacularidad tiene un precio: el guion se apoya en clichés de manual. Tenemos al piloto veterano con cuentas pendientes, el joven prodigio que necesita ser domado, el equipo pequeño luchando contra los gigantes… todo correcto, pero sin grandes sorpresas.

Si la comparamos con las que para mí son las referentes del género, Rush y Le Mans ’66, F1 quedaría a rebufo. No demasiado lejos, pero sin llegar a hacerles sombra. Eso sí, frente a la reciente Gran Turismo, F1 juega en otra liga y la supera con holgura.
En definitiva, F1: La película es un espectáculo visual impresionante que te hará sentir la velocidad como pocas veces en el cine. Puede que no revolucione el género ni emocione tanto como sus referentes, pero para los amantes de la Fórmula 1 -y para cualquiera que disfrute de la acción bien rodada- es una experiencia que merece la pena ver.