
¿Quién no ha soñado alguna vez con ponerse una capa, un antifaz y salir a repartir justicia por las calles? Pues eso mismo se pregunta Dave Lizewski (Aaron Taylor-Johnson), un adolescente cualquiera que, entre cómic y cómic, decide lanzarse a la aventura de ser superhéroe… con el pequeño detalle de que no tiene poderes, ni entrenamiento, ni dinero, ni la menor idea de lo que hace. Resultado: hostias como panes y huesos rotos a los cinco minutos. Bienvenidos a Kick-Ass.
La película de Matthew Vaughn (el mismo director de X-Men: Primera generación o Kingsman: Servicio secreto) es, básicamente, un bofetón al género de superhéroes. Olvidaos de la solemnidad de Batman o del brillo metálico de Iron Man. Aquí lo que hay es un chaval en mallas verdes compradas por internet, sufriendo como un condenado por intentar ser algo que claramente no está a su alcance. Y es justo ahí donde empieza la diversión: en ese contraste entre la épica que Dave imagina y la patética realidad que le devuelve la vida a golpes.
Pero seamos sinceros: Kick-Ass es lo de menos. La auténtica sorpresa de la película se llama Hit-Girl. Chloe Moretz, con apenas once años, se convirtió en la superheroína más carismática y políticamente incorrecta de la década. Imaginaos a una niña pequeña soltando tacos como si fueran caramelos y rebanando enemigos con katanas como si estuviera cortando el pan. Una mezcla entre Chuck Norris y Sailor Moon pasada por la trituradora de Tarantino. Imposible no aplaudir.

A su lado, Nicolas Cage sorprende (sí, sorprende) como Big Daddy, un Batman de saldo con bigote y voz impostada. Es de esas veces en las que Cage deja de ser “el meme” para convertirse en un actor de verdad. Su relación con Hit-Girl es la chispa extraña y entrañable que eleva la película por encima del simple chiste gamberro.
Lo que Vaughn hace es jugar a dos bandas: por un lado homenajea a los cómics con escenas de acción rodadas como viñetas en movimiento, llenas de ritmo y estilazo visual; y por otro se ríe de todos los tópicos del género, desde los discursos grandilocuentes hasta las identidades secretas ridículas. La violencia es excesiva, la sangre corre a litros y las muertes son tan grotescas que se vuelven cómicas. Aquí la moral brilla por su ausencia, y eso es precisamente lo que lo hace refrescante.

¿Tiene fallos? Claro. Cuando la trama se centra en Kick-Ass en solitario, la cosa pierde fuerza. El chaval es simpático, pero no deja de ser un pringado al que la vida le da collejas una tras otra. Lo bueno es que la película siempre sabe cuándo volver a la acción, al humor bestia y al espectáculo desvergonzado.
En definitiva, Kick-Ass no pretende cambiar el cine de superhéroes ni reinventar la rueda, pero sí ofrece algo que muchas veces se echa de menos: diversión sin complejos. Es desvergonzada, sangrienta, exagerada y al mismo tiempo tremendamente entretenida. Una película que se disfruta mejor con palomitas, sin prejuicios y con ganas de dejarse llevar por el espectáculo más gamberro que ha dado el género en mucho tiempo.