Después de las dos bochornosas y más que decepcionantes precuelas de la saga Alien, tenemos el enésimo intento de sacar a flote una saga muy querida por el público y maltratada por la industria del cine. Alien: Romulus es un intento ambicioso de revivir la clásica saga de ciencia ficción y terror y, aunque en algunos aspectos logra recuperar esa esencia de terror y suspense, creo que se queda a medio camino entre el impacto de Alien: el octavo pasajero y el experimento filosófico algo confuso que fue Prometheus.
Si volvemos a Alien: el octavo pasajero (1979), la primera entrega de Ridley Scott nos dio un concepto simple pero efectivo: un grupo de personajes atrapados en un espacio cerrado con una amenaza letal y casi invisible. Con un ritmo pausado, claustrofóbico y un diseño del monstruo espectacular, Alien hizo que cada rincón de la nave Nostromo se sintiera inseguro y peligroso. Es una película donde el terror psicológico es tan importante como el monstruo en sí, y Sigourney Weaver como Ripley elevó esa experiencia al mostrarnos una heroína con la que realmente queríamos sobrevivir.
Prometheus (2012), por otro lado, intentó cambiar de dirección. Scott quiso darle un giro al asunto, explorando los orígenes de la humanidad y los misterios de la creación. Fue ambiciosa, sí, pero también dejó a muchos (incluyéndome) con más preguntas que respuestas y una sensación de que el guion se tambaleaba bajo el peso de sus propias pretensiones. El intento de Scott de fusionar ciencia ficción existencial con horror no fue del todo satisfactorio. Para algunos, fue una apuesta emocionante; para otros, una confusión narrativa.
Ahora, en Alien: Romulus, Fede Álvarez (ya no es Ridley Scott el director) intenta recuperar la crudeza terrorífica de la original. La atmósfera de la estación espacial y de la colonia recuerdan mucho a los paisajes industriales y desolados de Alien, con muchos guiños y fanservice. Pero este es precisamente el problema: mientras que Alien: el octavo pasajero y hasta Prometheus tienen sus propias identidades, Romulus se limita a un refrito de escenas clásicas y situaciones que nos recuerdan por qué amamos esta franquicia, pero al mismo tiempo, casi parece que tiene miedo de separarse demasiado de sus predecesoras.
El guion sufre por la falta de originalidad. La historia sigue la premisa clásica: un grupo de colonos se enfrenta a la amenaza alienígena en un lugar remoto y hostil. Aunque Álvarez introduce algunas variaciones en el ciclo reproductivo de los aliens y en su interacción con la inteligencia artificial, la película tiende a repetir situaciones y escenas ya vistas, especialmente en las películas de Scott y Cameron. Estas referencias, en ocasiones, resultan demasiado explícitas y rozan el plagio en lugar del homenaje. Hay momentos en los que Romulus se ve atrapada en una red de tributos, sacrificando su identidad en favor de la nostalgia.
El reparto es otro de los puntos débiles de la película. Aunque Rain (Cailee Spaeny) y Andy (David Johnson) ofrecen actuaciones decentes, el elenco en su conjunto no tienen el carisma necesarios para enfrentarse a la icónica amenaza alienígena. En comparación con figuras como Sigourney Weaver y Michael Fassbender, los jóvenes actores aquí se sienten algo verdes, y es difícil empatizar con sus personajes, lo que disminuye el impacto emocional de sus luchas y sacrificios.
En definitiva, Alien: Romulus podría haber sido el resurgimiento que la franquicia necesitaba, pero en su esfuerzo por honrar al pasado, se convierte en una especie “esto ya lo he visto” de las películas originales. Es una película que intenta rendir homenaje sin traicionar el legado, ni inventarse cosas, y en eso no falla; sin embargo, tampoco brilla como algo nuevo dentro del universo Alien. No es tan mala como Covenant, pero tampoco destaca.