Abordar la vida y trayectoria del mejor dramaturgo de la historia nunca ha resultado tarea fácil para los cineastas. Aún así, hemos tenido buenas muestras de ello a lo largo de la historia del cine. Sin embargo, nunca hasta ahora habíamos visto en la gran pantalla un argumento que pusiera la historia del revés y se hiciera eco de algunas de las teorías que, desde tiempos inmemoriales, han puesto en duda la autoría real de las obras de Shakespeare. Aquél que se atreviera a hacerlo debería tener, además de valentía, un esmerado aprecio por la época isabelina puesto que al presentarnos una historia hipotética, con elementos claramente risibles, tendría que asentarse bien dentro del contexto histórico para que la película no acabara deambulando por los terrenos de una comedia o parodia sin sentido.
Ese es el primer aspecto digno de alabanza en Anonymous. Y eso se consigue gracias al cuidado guión de John Orloff, un escritor norteamericano que llevaba varios años intentando colocar su libreto hasta que entró en contacto con Roland Emmerich. El director alemán, experto en blockbusters y en films de consumo rápido, siempre ha buscado construir una carrera paralela en la que pudiera expresar unos valores diferentes, construidos a partir de una narrativa cinematográfica clásica. El realizador ya había apuntado ese otro carácter como cineasta en El Patriota (2000), un film épico histórico que incluía momentos de gran emotividad en el contexto de la Guerra de la Independencia Americana.
Anonymous es el resultado de la suma de dos grandes voluntades, unidas por el interés en llevar adelante una propuesta arriesgada y quizá irrespetuosa pero que rezuma pasión y entrega en cada uno de sus fotogramas.
No obstante, es preciso dejar constancia de algo que resulta imprescindible hacer antes de ver el film: es necesario despojarse de prejuicios y aceptar que Shakespeare se nos va a mostrar como un paleto iletrado, con más talento para las bufonadas que para la escritura. Si aceptas ese principio, podrás disfrutar de la película pero, si no compras lo que te ofrecen, la sensación final puede ser decepcionante.
Hay que tener en cuenta que Anonymous es un film bien construido y estructurado. Es una pieza de buen cine pero no de historia. Debemos asumir que estamos viendo una propuesta de ficción unida a personajes y situaciones reales. Por tanto, no saldremos de la sala habiendo recibido una lección de historia inglesa. En todo caso, si la película nos satisface, habremos salido con la sensación de haber visto una atrevida cinta que nunca intenta pontificar y que deliberadamente enmarca su acción, desde el inicio, en una obra de teatro que se pone en marcha al mismo tiempo que la narración. De hecho, un siempre brillante Derek Jacobi nos introduce en la obra que vamos a presenciar, estableciendo una curiosa analogía en la que el público de dentro y fuera de la pantalla se une expectante ante el inicio de la representación. Un recurso estilístico innovador y efectista que otorga aún más crédito a la propuesta de Emmerich.
Así pues, tenemos en Anonymous la confirmación de una puesta en escena y un estilo narrativo prometedor y sorprendente en la trayectoria de Roland Emmerich. Apoyado en un reparto de ensueño, repleto de nombres ilustres y jóvenes promesas de la escena británica, el director establece un ritmo continuado, con saltos constantes en el tiempo que tienen la virtud de ofrecernos el background necesario para entender las conspiraciones y tramas que rodean a la corte de Isabel Tudor.
John Orloff eligió construir su guión recogiendo la que parece ser la teoría más verosímil entre aquellos que creen que William Shakespeare fue un señuelo. En concreto, esta hipótesis se centra en la figura de Edward de Vere (1550-1604), Conde de Oxford. Un hombre polifacético y enormemente culto, cuya pasión por la escritura y el teatro le llevaron a crear varias piezas de renombre. Los teóricos de la conspiración ven en él al candidato perfecto puesto que poseía una sólida formación académica y, a la vez, disponía de gran conocimiento sobre la historia de Inglaterra y sus cortes, algo fundamental en la configuración de muchos de los personajes en la obra de Shakespeare.
El galés Rhys Ifans destaca sobremanera en el papel del Conde literato y, a través de él, nos sumergimos en la triste historia de un joven que llegó a amar a una Reina, debiendo asumir posteriormente las consecuencias de esa relación prohibida.
Shakespeare, por su parte, se nos presenta tal como los escépticos creen que era: un campesino que había probado suerte en Londres como actor. Carente de estudios, iletrado, incapaz de albergar una mínima sensibilidad artística… todas ellas características muy habituales en la época. Rafe Spall realiza un buen trabajo recreando una y otra vez las bufonadas del personaje y ahí es donde más debemos dejarnos llevar y no pensar demasiado en quien está interpretando.
La película realiza varios cambios en la línea de los acontecimientos para acomodar mejor lo que quiere transmitir pero sus responsables cuidan al detalle el contexto histórico en cuanto a escenarios, ambientación, y vestuario se refiere. Además, se hace un uso muy interesante del CGI para mostranos unas impresionantes vistas aéreas del Londres del siglo XVI.
Anonymous es una película coral, que narra sucesos en un lapso temporal de cincuenta años, y que consigue hacernos entrar en una época apasionante para presenciar unos hechos que, durante un breve periodo de tiempo, pueden reabrir una polémica latente.
No quiero finalizar el artículo sin hacer una mención especial a la interpretación de la veterana Vanessa Redgrave en el siempre difícil papel de Isabel I. Resulta también un acierto contar con su propia hija, Joely Richardson, para dar vida a la Reina en sus años de juventud y madurez. Madre e hija unidas de nuevo en un terreno que no les es desconocido. Redgrave asumió el papel de Ana Bolena, segunda esposa de Enrique VIII, en Un Hombre de la Eternidad (1966). Joely, por su parte, fue Catalina Parr (sexta y última esposa del Rey Enrique) en la renombrada serie Los Tudor (2010).