Mikoto, así como otras personas, trabaja en un balneario cercano a un santuario de Kibune, cerca de Kyoto. El día a día consiste en la rutina de soportar a los clientes, darles lo que piden, preparar las habitaciones y los baños cuando tienen que llegar y limpiarlos cuando se van. En ese preciso instante hay tres habitaciones llenas, una por una pareja de viejos amigos que quiere ponerse al día, otra por un cliente de larga estancia, un escritor de novelas por entregas que se ha estancado como seguir y, finalmente, el editor de este que no hace más que echarle prisa y sufrir por el paso del tiempo. A pesar de lo estresante de la situación, lo cierto es que Mikoto lo lleva bastante bien, por lo que la próxima partida de Taku, uno de los ayudantes de cocina por el que siente algo, la llevará a aprovechar un descanso para rezar cerca del río para que ese momento no tenga lugar. Para su sorpresa, al cabo de dos minutos, volverá al punto de partida, retrocediendo en el tiempo y, para su sorpresa, a toda la gente de Kibune le ocurrirá lo mismo. A partir de ese momento y reiniciando su posición cada dos minutos, todos harán lo que esté en sus manos para comprender lo que sucede y, si es posible, arreglarlo.
En su primera gran película que se internacionaliza, Junta Yamaguchi nos presenta una historia muy sencilla, cuya premisa, una vez explicada, no parece nada del otro mundo, pero que al momento de ponerla en acción, se hace con tanta brillantez que nos cautiva desde el primer momento y nos perdemos en la trama durante sus poco más de ochenta minutos.
A efectos prácticos para clarificar qué es esta peli, podríamos decir que se junta la idea inicial de Al filo del mañana (Doug Liman, 2014) y el tono narrativo de Amélie (Jean-Pierre Jeunet, 2001)… combinación que, cuanto menos nos parecerá imposible, pero Yamaguchi y su equipo logran hacerlo y salir bastante airoso.
Lo cierto es que gracias a la simplicidad de la premisa y de la puesta en escena, se consigue un resultado al alcance de todo el mundo y sin demasiadas fallas, solo localizables por un lado en las diferencias culturales y, por el otro, en la resolución final. Así pues, una cosa que nos chocará es la interpretación exagerada por parte del reparto, ya que si bien todos ellos cumplen con su deber, todos sus gestos y expresiones son demasiado exagerados, pero no tanto por la situación en la que se encuentran, sino por que se trata de la manera de interpretar de los nipones. Aunque a nosotros nos parezca algo raro, se ajusta mucho a los cánones de su país, pero no por ello nos puede hacer perder la concentración cuando uno u otro haga unos gestos que ni en la ópera se puedan ver.
Por otro lado, y aquí sí que nos hallamos en un error de forma, seguramente el único, toda la peli mantiene el tipo y supera con buena nota la rocambolesca combinación de ideas de la que ya hemos hablado, pero cuando se acerca el final y se debe buscar una explicación para todo lo que sucede al grupo de personajes, es cuando vemos ese error: una solución deus ex machina. Es decir, a pesar de que la chica que viene del futuro está presente desde el principio, lo cierto es que apenas nos acordamos de ella y, además, resulta que tiene todo lo necesario para resolver las dudas de porqué y cómo está pasando lo que está pasando, haciendo que Yamaguchi se saque de la manga toda una larga explicación, de la que no se ha dicho nada hasta entonces y que, para alivio de todos, tiene todos los elementos para llegar al final feliz.
A pesar de estos elementos y de que, en la práctica, es una peli sencilla y casi teatral en su puesta en escena, lo cierto es que se trata de una cinta muy acertada en todos sus aspectos y que gracias a esta simplicidad podrá llegar al público en general, ya que cautivará por igual a los amantes de la ciencia ficción, a los de la comedia y a los del cine de autor japonés… En muchos aspectos, es un ramen fímico al alcance de cuantos quieran servirse un buen tazón.