
Después de cuatro películas de John Wick que revolucionaron el cine de acción moderno, era cuestión de tiempo que llegara un spin-off que intentara expandir ese universo de asesinos con códigos, hoteles de lujo y tiroteos convertidos en coreografía. Ya lo intentaron con la serie El Continental, aunque su estilo y tono no terminaron de encajar con lo que nos tenía acostumbrados la saga de Keanu Reeves. Ballerina, en cambio, parecía tenerlo todo para funcionar: misma estética, misma ambientación, y una protagonista con tanto carisma como Ana de Armas, que interpreta a Eve, una asesina formada en la misma escuela que John Wick, la temida Ruska Roma.
La película empieza muy bien. Desde el primer momento se nota que forma parte del mismo universo: luces de neón, lluvia constante, trajes elegantes y violencia estilizada. Ana de Armas brilla; se mueve con una mezcla de elegancia y brutalidad que encaja perfectamente en el tono del mundo Wick. Hay escenas realmente potentes —como la pelea en la discoteca o la del lanzallamas— que recuerdan al mejor cine de acción de la saga. En esos momentos, Ballerina funciona de maravilla y consigue enganchar.
Sin embargo, más allá de esas escenas concretas, la película no consigue mantener el mismo nivel de intensidad y energía que las de John Wick. Parte del problema está en el tono: mientras la saga original abrazaba la exageración con elegancia, Ballerina parece debatirse entre ser un thriller emocional o una película de acción pura. Intenta darle más peso al pasado y las motivaciones de la protagonista, pero el guion no termina de profundizar lo suficiente como para que esa parte resulte del todo convincente.

Visualmente, eso sí, sigue siendo un espectáculo. La dirección de fotografía mantiene la estética inconfundible del universo Wick: colores saturados, reflejos en el asfalto mojado, juegos de luz y sombra que convierten cada plano en un lienzo. Sin embargo, donde John Wick encontraba un equilibrio perfecto entre forma y fondo, aquí la forma pesa demasiado. Las secuencias de acción son competentes, pero carecen de ese pulso y esa precisión coreográfica que convertían cada combate de Wick en una pieza de arte en movimiento. Ninguna escena alcanza la iconicidad del pasillo de cuchillos, la discoteca de la segunda parte o la épica subida de escaleras de la cuarta.
En cuanto a la conexión con el universo original, hay cameos y referencias que harán sonreír a los fans, e incluso una breve aparición de Keanu Reeves que nos recuerda por qué sigue siendo el rey. Pero, más que una expansión natural del mundo de Wick, se siente como un recordatorio de lo que ya funcionaba antes. Es como si Ballerina intentara constantemente parecer John Wick, sin llegar a encontrar su propio estilo.

Aun así, hay que reconocerle sus méritos. Ana de Armas demuestra con creces que puede liderar una película de acción de alto nivel —ya lo demostró en su breve pero espectacular aparición en No Time To Die—. Tiene presencia, carisma y una energía que la convierten en lo mejor de la película. Además, la banda sonora y el diseño de producción mantienen ese aire de lujo decadente tan característico del universo de los asesinos a sueldo.
En definitiva, Ballerina es una película entretenida, visualmente potente y con momentos muy logrados, pero no alcanza la maestría ni la fuerza cinematográfica de las entregas de John Wick. Le falta la elegancia en la coreografía, el ritmo frenético y ese toque casi mitológico que convertía cada entrega de Reeves en una ópera de violencia moderna.
Personalmente, me ha gustado: tiene buenas ideas, escenas impactantes y un trabajo sólido de Ana de Armas. Pero cuando uno viene de ver a Keanu Reeves disparando en cámara lenta, rodando por escaleras interminables y enfrentándose a medio planeta con un simple gesto de cabeza, es difícil no sentir que Ballerina se queda un poco corta.
