Si de una cosa hemos sido testigos durante los largos y poco lluviosos meses de primavera ha sido del gran despliegue propagandístico de una campaña electoral que parecía eterna. Uno no lograba estar seguro ni en casa. Cada poco tiempo el buzón volvía a llenarse de coloridos sobres con propuestas y rostros diferentes, con versiones distintas de lo que a su juicio podría ser mejor y merecedor de nuestro apoyo. Nadie va a negar a estas alturas que la política se ha convertido en algo casi intrínseco de la vida ciudadana, expandiéndose hacia las todas las áreas sin que nadie dé señal de alarma. Esta injerencia e invasión de lo íntimo y personal es justamente lo que las directoras Ricki Stern y Anne Sundberg han querido retratar en el documental Caso Roe: El aborto en los EE. UU. (2018). Pese al título, la película huye de conceptos judiciales y centra su atención, casi por fuerza natural, en el debate religioso, moral y político que pretende alimentar.
Los datos históricos, nombres y fechas siempre son un buen aliciente para cualquier espectador escéptico, pues al adentrarnos en un documental la objetividad ya no es un elemento que se presuponga, sino que debe trabajarse. Las directoras del documental nos sumergen en una amalgama de antecedentes sobre la lucha abortista en Estados Unidos ―concretamente en el conservador Estado de Texas— buscando una sencillez y objetividad que veremos diluidas a los pocos minutos. Una escena con los rostros de Reagan y Trump fusionándose en un encadenado en los últimos minutos ya nos hace entender que la sutileza e imparcialidad han pasado a mejor vida en el transcurso del film. Este documental lucha por lograr la mejor versión dentro del dilema abortista y, en cierta manera, lo consigue. Los testimonios se tornan angustiosos por momentos. La ejemplificación de prácticas abortivas durante los años sesenta, carentes de asistencia médica, se presentan como una alternativa demasiado despiadada.
Una de las cuestiones más interesantes cuando nos hallamos ante una disyuntiva con dos soluciones ―siendo conscientes de que esto significa simplificar el asunto― y donde la dirección ya tiene una idea muy marcada de lo que quiere transmitir es entender los recursos que se utilizan para la construcción del «otro». La destrucción del contrario en el relato se convierte a veces en la pieza fundamental para lograr el fin deseado. Tanto Ricki Stern como Anne Sundberg son conscientes de ello, y la construcción del film nos guia inevitablemente a desaprobar las decisiones del bando republicano. Los testimonios defienden que dicho partido no se acogió de inmediato a la prohibición del aborto, sino que esta decisión fue posterior, partidista y motivada por la búsqueda de electorado. Ahora bien, atendiendo a la estructura del documental, parece todo se aúne en un único argumentario, un único enemigo, un único grupo que se opone al relato «verdadero».
La puesta en escena no se quedará atrás. Los colores y elementos que rodean a los representantes religiosos parecen querer repudiar al espectador, consiguiendo que el ambiente se nos presente de lo más alejado y extraño. Nuestra mirada pasea por un despacho apenas iluminado, se fija en el sacerdote situado a la izquierda y, casi obligatoriamente, se detiene en la enorme cruz situada en medio del plano. No es casualidad que la película busque en los minutos posteriores un cuestionamiento hacia la bondad o clemencia usualmente vinculada al mundo religioso.
«Creo que la religión cristiana se basa en la comprensión y servicio», son las palabras de Curtis Boyd, médico abortista, que busca hacer aún más incomprensible el relato antiaborto presentado por la Iglesia católica en Texas. Las defensoras de la práctica ―organizaciones feministas o políticas del partido demócrata― aparecerán rodeadas de un blanco inmaculado, buena iluminación y poca profundidad de campo. Mientras todo esto ocurre, la línea entre propaganda republicana y documental se ha ido difuminando y, tan solo basándonos en la composición, ya se puede intuir que la sutileza inicial ha desaparecido.
El film se nutre de unos testimonios con mucha fuerza, que sumados a un ritmo ágil, hacen más digerible la narración histórica y política. Una de las escenas claves que permanecerá en nuestra retina es la de una senadora demócrata que pasa once horas sin comer ni ir al baño con la esperanza de bloquear una ley antiabortista. La cámara nos muestra un Senado rodeado por mujeres, pero decide posarse tan solo en Wendy Davis. Cuando llegamos a este punto el espectador ya ha conseguido emocionarse, ponerse del lado del discurso apasionado y mimetizarse con la mirada de las directoras. Ahora bien, tras el intenso ejemplo de filibusterismo de Davis, la simpatía se convierte en empatía, y esta en angustia porque la ley no salga adelante. Nos hemos fusionado con la mirada del film, y estamos sufriendo las consecuencias.
«Lo personal es político» es la frase que nos interesa y podría resumir Caso Roe. Esta es realmente la cuestión que parece interpelar continuamente al espectador, y es también el lema utilizado por las feministas de la segunda ola durante los años 60. Aunque en una primera lectura se puede entender únicamente como una defensa a los derechos de las mujeres y de la corriente feminista, las directoras no simplifican tanto el problema. Estas empiezan delimitando el film en el Estado de Texas, pero tan solo para acabar extrapolándolo a cualquier sociedad occidental. No es casualidad que cuestione justamente algunos de los pilares más importantes que sustentan nuestra forma de vida.
El film no permanece en lo supérfluo, cuestiona hasta qué punto un argumentario político ideado por hombres debe delimitar y traspasar lo carnal e íntimo del cuerpo, y hasta qué punto la Iglesia tiene el poder de influir y establecer los límites de la moral en el siglo XX. Religión, moral y democracia como fundamentos básicos de nuestro tiempo y autoconstrucción. Caso Roe: El aborto en los EE. UU. no muestra nada nuevo, pero aúna en 99 minutos la contradicción de una sociedad, cuestiona la ética occidental, y construye un relato de las sombras y las fisuras de algunos de los pilares que nos siguen definiendo.
Un artículo de Alba Juan Segura