Después de años haciendo lo que tiene que hacer Christopher Robin, aunque tal vez no ha olvidado el Bosque de los Cien Acres, sí que parece haber olvidado lo que significa. Poniendo siempre su trabajo por delante de lo que realmente importa, como su vida, su familia o, sobre todo, su hija, Christopher ha perdido el norte y se sume en un torbellino de depresión al desperdiciar su vida con las «obligaciones», aunque él no se de cuenta de ello. Pero todo cambia cuando alguien inesperado regresa a su vida… Winnie the Pooh irrumpe en su vida trastocándola. Asustado, Christopher se lo llevará lejos de Londres, para devolverlo a su hogar, el Bosque de los Cien Acres, pero será él el que terminará perdido en ese mundo mágico que un día fue suyo.
Con la vena que le ha cogido a Disney por adaptar sus clásicos en acción real, ya tardaban en regresar el dulce osito y sus amigos, y, a diferencia de ocasiones anteriores, lo hace de una forma brillante. Como lo fue Hook para Peter Pan, en esta ocasión no se revisa el clásico, sino que se hace una secuela, una continuación de lo que sucedía en él, para descubrir a sus personajes una vez han pasado los años. De la misma manera que en la película de Steven Spielberg, aquí se hace ver que las cosas que nos gustaban de pequeños, las que nos hacían ser como éramos, no deben ser olvidadas. Y esa es la clave de la película, a pesar de lo que pueda parecer —ya que se trata de una historia infantil—, Christopher Robin es un película enfocada al público adulto, ya que pretende recuperar aquellos que hayan olvidado lo bueno de ser un niño; aquellos que disfrutaban de las historias de Pooh, Piglet, Tigger y demás.
Para que esta fórmula funcione, al igual que lo hizo con Domhnall Gleeson en Peter Rabbit, todo el peso de la historia recae en Ewan McGregor y sus amigos digitales que harán las delicias del público. Y es que los personajes que no han podido dar vida personas, es decir, todos los habituales del universo de Pooh, han sido llevados de nuevo a la gran pantalla de una manera irrepetible. Hay un par, Conejo y Búho, que son animales, como sucedía en los dibujos, sin embargo, el resto, que se tratan de peluches y juguetes, toman una vida inesperada, casi parecen juguetes reales actuando frente a la cámara. Los primeros planos de Pooh, de Piglet o Tigger son tan creíbles como el del mejor de los actores, te aportan una sinceridad y te llegan al corazón con una facilidad que se ve pocas veces en personajes generados por ordenador.
El argumento, al tratarse de una película Disney enfocada a un público infantil —aunque los que más la disfruten sean los adultos—, es más bien sencillo, y todo gira en torno a que Christopher Robin se encuentre a sí mismo, y vuelva a ser el que era antes de que sea enviado a un internado. Nada más y nada menos, y, evidentemente, lo consigue… Creo que esto no se puede llamar spoiler, porque era más que previsible, como el resto de la historia, pero los gags bien buscados de Pooh en Londres —muy parecidos a los de Paddington—, y las situaciones divertidas en el Bosque con los demás personajes, harán que toda la familia pase un rato muy divertido.
Como es de esperar no será la película del año, ni una de las más taquilleras de la factoría Disney, pero sin duda se convertirá en una de esas que todo el mundo puede ver una Navidad tras otra, sin que nadie proteste, porque es sencilla, es bonita y es perfecta… que más se le puede pedir.