Si alguna vez me oís decir que veo mucho cine —incluyendo películas, series, documentales y todo aquello que se pueda dividir en fotogramas—, creedme, veo mucho cine. Aquellos que me conocen saben que la cantidad de películas que puedo llegar a ver es, en ocasiones, casi improbable. Además, no le hago ascos a nada. Puedo ver grandes clásicos, últimos estrenos, serie B con exceso de caspa o cualquier porquería que encuentre; me gustaría que apreciarais la diferencia entre «serie B con caspa» y «cualquier porquería», para que veáis lo que puede llegar a pasar frente a mis ojos.
Este hecho —esta adicción casi enfermiza, de la que ya hablaremos más adelante— me lleva o, mejor dicho, me obliga a no dejar pasar la ocasión de ver ninguna de esas películas «imprescindibles» que el público adora hasta el infinito. Sin embargo, a veces, el exceso o las prisas por poder decir que he visto cierta película me lleva a no disfrutarlas de la manera que debería hacerlo.
A lo largo de toda mi vida de cinéfilo, o de cinéfago —que ya son unos cuantos añitos—, ha habido muchas películas que, a pesar de la opinión generalizada —no solo la de los críticos— de que son obras de arte inimitables, me han dejado frío como un pescado. Para mí, el caso más destacable —y que por ello he incluido en el título de este artículo— es el de Blade Runner… Antes de que me echéis la caballería encima por no disfrutar de Blade Runner, dejadme que llegue al quid de la cuestión.
La verdad no sé cuando fue que vi por primera vez la historia de Rick Deckard, debía ser en esa edad tan inapropiada de la adolescencia; pero lo que si que recuerdo fue la insistencia social para que la viera —por aquel entonces empezaba a interesarme por el cine como algo más que un mero entretenimiento—, ya que era algo que tenía que ver. Y lo que también recuerdo fue que no la comprendí, para mí esas dos horas eran un galimatías y una pérdida de tiempo. ¿Por qué? Os estaréis preguntando. En aquel entonces no podía saber el motivo, me justificaba con lo de «para gustos los colores», sin embargo, con el paso del tiempo, comprendí que, simplemente, no era el momento oportuno de ver la película. Ya que ahora, más de diez años después de ese episodio, Blade Runner es una pieza imprescindible de mi filmoteca… si es que la gente ya me lo decía. Pero, lo que realmente importa, es que este cambio radical de opinión me llevó a comprender que, en ocasiones, hay películas que no nos gustan un ápice la primera vez las vemos, pero que después, si nos atrevemos a revisionarlas, es muy probable que nos reconciliemos con ellas.
Al ver tantas películas, es normal que mi lista de incomprensibles sea bastante larga, sin embargo, después de reconciliarme con Blade Runner —a raíz de quedarme anonadado con su secuela—, no sé si llevado por un ejercicio de autoconocimiento o por el simple hecho de no sentirme marginado al rechazar ciertas películas, empecé a revisionarlas y, para mi sorpresa, películas que solo había visto una vez me impresionaron tanto como si jamás antes las hubiera visto. Entre otras muchas, podría mencionar cintas como Casablanca, Con la muerte en los talones, Interstellar, Logan y un muy largo etcétera. Excepto Mad Max, me da igual cuál de ellas, no las trago, lo siento… debe ser la excepción que confirma esta norma.
Pero, no solo me reconcilié con esas películas que todo el mundo me decía que me tenían que gustar si me gustaba el cine en general —una frase que a lo largo de los años he llegado a odiar, como si el hecho de ser aficionado a algo implica que debas anular tus gustos personales—; si no que, además, también me reconcilié con esas pelis que, aunque me hubieran tenido que agradar por gustos personales, hubo algo en ellas que me hizo odiarlas.
Supongo que, a consecuencia de mi consumo excesivo de cine, llega a un momento que la mente se me adormeció y ya no distinguía lo bueno de lo malo… mejor dicho, lo que me gusta de lo que no. Al final, te lo tomas como una obligación, como algo que no tiene que producirte un placer, tienes el deber de ver esas pelis, no vas al cine por gusto, vas porque toca. Esto produce, al menos en mí, que haya pelis que deberían gustarme, que creo que me gustan, pero que después me decepcionan tanto como para dejarlas de vuelta y media; prefiriendo agarrarme a unos cuantos defectos, en lugar de buscar sus virtudes. ¡Qué fácil es criticar!
Dos de las últimas pelis que me gustaría incluir en esta lista, además de la ya mencionada Logan, son Los últimos jedi y Solo. Vale, de acuerdo, no son las mejores pelis del año ni de la década, pero como ferviente seguidor de Star Wars fui al cine con las expectativas por las nubes, pero salí con una sensación de «ni fu ni fa», no era decepción, era algo peor, era indiferencia. Pero si bien siempre he admitido que La amenaza fantasma y sus secuelas me encantan, no podía comprender como estas no. Estoy de acuerdo que hay elementos que se deben pasar por alto —todos sabéis a que me refiero—, pero, en general, si te las miras con buenos ojos, son películas, como mínimo, aceptables.
Entonces, ¿por qué esa reacción por mi parte? ¿qué fallaba en estas pelis y en muchas otras para que no mi sintiera satisfecho? ¿qué hacía que solo pudiera sentir apatía hacia ellas? La respuesta es muy sencilla: yo era el que fallaba.
Cuando vas al cine a ver una película —da igual la que sea— vas a sentarte y disfrutar, no vas a ver si es canónicamente perfecta; no vas a buscar todos los fallos argumentales; ni vacíos de guion; vas a desconectar de tu día a día y a creer que puedes vivir en una galaxia muy, muy lejana, o en un mundo en el que los superpoderes son posibles. No importa si los viajes en el tiempo generan dudas en el universo creado, no importa si se cargan las realidades paralelas, vas a que te expliquen un cuento. El problema de la mayoría de las películas incomprendidas es el público, no es la propia película. La mejor manera de ver una peli es con la mente en blanco, ya habrá quién pinte en ella.
Además, y volviendo al ejemplo de Blade Runner, muchas veces todas las películas no son para todos los públicos, y no me refiero a una cuestión de edades, sino que algunas películas tienen sus momentos oportunos para ser vistas, para ser descubiertas, para ser disfrutadas. Hace diez años —o más—, para mí no era el momento apropiado de ver Blade Runner, es por ello por lo que nunca debí odiarla, la culpa no era de la película, era mía. El cine no te hará reproches, siempre te perdonará y dejará que regreses junto a él las veces que haga falta, os lo aseguro.
Por ese motivo creo que es muy importante reconciliarnos con el cine; siempre habrá pelis que son realmente malas y otras que no nos gusten, pero nunca debemos dejar de ofrecerles una segunda oportunidad a aquellas que, por el motivo que sea, rechazamos en una primera ocasión. Si fuera así, yo seguiría creyendo que Logan no tiene sentido, Interstellar es incomprensible y Blade Runner es aburrida.