Siempre he sido una de aquellas personas que, desde muy pequeño, ha disfrutado viendo películas, en el cine o pegado a la televisión —y ahora en la pantalla de mi ordenador—, por lo que no fue de extrañar que acabara escribiendo sobre cine. Oficialmente, empecé mi andadura como crítico en 2010 de la mano de uno de los grandes teóricos de nuestro país. El camino que seguí fue el habitual, primero escribes sobre un par de estrenos, luego te pasas a los clásicos y montas tu propio blog —que no es LASDAOALPLAY?—, y acabas escribiendo sobre todo tipo de películas y géneros… Hasta que te pillas los dedos queriendo abarcar más de la cuenta, llegando a ese momento de reflexión que todo crítico debería tener algún día, muy parecido al que tuvo Anton Ego en Ratatouille:
«En muchos sentidos, el trabajo de un crítico es fácil. Arriesgamos poco porque gozamos de una posición que está por encima de los que exponen su trabajo y a sí mismos a nuestro criterio. Nos regodeamos en las críticas negativas que son divertidas de escribir y de leer. Pero el hecho más amargo que debemos afrontar los críticos es que, a la hora de la verdad, cualquier producto mediocre tiene, probablemente, más sentido que la crítica en la que lo tachamos de basura. Pero hay veces en las que un crítico realmente se arriesga en pro del descubrimiento y de la defensa de algo nuevo. El mundo es hostil para los nuevos talentos y las nuevas creaciones. Lo nuevo necesita amigos».
Te das cuenta que es cierto, que todo aquello que tú has proclamado durante años en tu supuesta objetividad, no son más que tonterías que, dependiendo de quién las mire, las puede considerar acertadas o no. El problema de esto no está en que alguien se otorgué la objetividad, sino que esta ya está otorgada y en posesión de personas que destrozan, por ejemplo, una película por tener demasiados efectos especiales y alaban a otra por tener más de cincuenta años de antigüedad.
Estas personas, a las que denomino «críticos de manual», son aquellos que consideran que sus opiniones son las únicas válidas cuando se habla de cine —aunque también es extrapolable a otros medios—, y los que consiguen arruinar una película, indiferentemente si esta es buena o no. Confundiendo su opinión con la verdad objetiva y absoluta, algo que conlleva que si una película no les gusta, significa que es mala y viceversa.
Estos «críticos de manual» son los que menosprecian el doblaje, sin aceptar que ha sido gracias a él que haya tanta gente interesada en el cine; son los que recomiendan películas que solo se proyectan en dos salas en versión original, infravalorando aquellas que son llamadas «películas comerciales»; son aquellos que confunden que una película sea una obra de arte con que sea un buen espectáculo, algo que, habitualmente, no coincide.
Con todo esto no pretendo postularme como un profeta de la crítica cinematográfica, sintiéndome superior a los demás por ser sabedor de una gran verdad —no soy el único que se ha dado cuenta de esto—, al contrario, reniego de ellos. Nunca he creído que mis opiniones tengan que ser tomadas como palabras divinas, sino que siempre he intentando que sirvan al que las lee como la recomendación que haría un amigo, del estilo «ve a ver esa peli» o «léete ese cómic». Siendo plenamente consciente de que mi opinión es igual de válida que la de cualquier otro —siempre he defendido que cualquiera que haya visto más de diez películas es capaz de convertirse en un crítico aceptable—, sobre todo, porque cuando hablo de cine, literatura o televisión, me gusta hablar de las películas, cómics, libros y series que a mi me gustan, de lo contrario seguramente haría todas las críticas negativas.
A pesar de los años que llevo escribiendo sobre cine y tratando con especialistas, sigo sintiéndome una persona más del público, que cuando lee una crítica cinematográfica espera encontrarse una opinión que sea válida para saber si vale la pena ver una u otra película, o algún detalle sorprendente de alguna película que ya he visto. Sin embargo, sigo topándome con el muro de estos «críticos de manual», que siguen queriendo descubrir un significado oculto que ni los propios directores, guionistas y responsables en general, desconocen que exista.
La mayoría de cineastas nunca creyeron que tras sus fotogramas —palabras o viñetas— hubiera otro mensaje oculto que no fuera el de narrar una historia utilizando unos u otros medios. En mi mente quedó grabado en fuego la ocasión en la que, saliendo del preestreno de una película de superhéroes —en versión original, por supuesto—, pude escuchar como un grupo de estos supuestos «entendidos» debatían acaloradamente sobre el mensaje que el director les quería mandar con esa película: «que si la diferencias de clases», «que si el poder del hombre blanco», «que si las tendencias racistas del guionista», «que si patatín, que si patatán»… ¡Por Dios, que se trata de una película de superhéroes! ¡No hay mensajes ocultos! ¡No hay segundas interpretaciones! ¡Es un tío con poderes que salva al mundo!
Del mismo modo que, si bien todos los cineastas se consideran artistas, cuando ruedan sus películas no piensan en rodar una obra de arte, sino un entretenimiento para un público. Y es que muchas veces a estos «genios» de la crítica cinematográfica se les olvida una premisa básica sobre el sector de la industria cultural que estudian, y es que el cine es, ante todo, un espectáculo, cuya única misión es hacer pasar un buen rato —sea riendo, sea llorando, o sea alucinando— a un espectador. El problema de estos olvidadizos teóricos del fotograma, no es tanto que ellos se olviden, sino que al olvidarse ellos, hace que gran parte del público también lo haga, criticando películas negativamente por su banalidad, y ensalzando otras por su profundidad filosófica. En este sentido, no es de extrañar que después del estreno de una película de cierta popularidad, a resultas de esto, de la noche a la mañana aparezcan un sinfín de personas que critiquen a un director por un mensaje feminista o machista que solo ellos han visto, o lo conviertan en un ser casi divino, porque se ha documentado para hacer una película de ciencia ficción.
Pero es que olvidamos lo más importante del cine, y es que cada película es el trabajo de un incontable número de personas, sean actores, directores, guionistas, o los pobres becarios que traen el café. Y cada vez que nos encarnizamos con crueldad en una de las pocas deficiencias de la película, afirmando que, en su totalidad, es una porquería, estamos infravalorando el trabajo y el esfuerzo de esas personas. ¿Qué les parecería a los «críticos de manual» que cada vez que una de sus críticas se hiciera pública hubiera un ejército de detractores listos para hacerle notar que en un sitio se ha dejado una coma o, en otro, una letra? Seguramente, no les gustaría, como a cualquier otra persona que la criticasen por el trabajo que tanto se ha esforzado en hacer.
Y con esto no estoy diciendo que debamos ser benévolos con todas las películas, sino que si criticamos, lo hagamos de forma constructiva. No vale el «esta película es una mierda porque yo opino eso», sino que si realmente es una mierda, se explique el porqué de tal opinión. Ya que, aquello que para algunos puede resultar una auténtica bazofia, para otros puede ser el plato más suculento que le podían servir a sus sentidos.
Con estas palabras quiero que los críticos que se han erigido en lo alto del saber teórico del cine, bajen de sus tronos y vean, con sus propios ojos, que, en muchos aspectos, no tienen razón. Deben comprobar por ellos mismos que las películas que ellos recomiendan, por muchos premios que puedan ganar —comprados o no—, no son éxitos de taquilla, mientras que lo que vilipendian con sadismo, marca éxitos históricos en taquilla. ¿Y eso que quiere decir, querido amigo lector? Pues que cada uno de nosotros, tiene su propia versión de lo que quiere decir una buena peli.
Tan solo a modo de epílogo, decirles a aquellas personas de piel fina que hayan podido ofenderse con estas reflexiones, considerándolas relevantes y objetivas —cuando está claro que son todo lo contrario—, les recuerdo algo que deberían tener en cuenta al leer este artículo o al escribir los suyos propios, y es que, como bien dijo el gran Harry el Sucio en La lista negra: «Las opiniones son como los culos. Todo el mundo tiene uno».