
Después de la abrupta muerte de su esposa, Davis perderá el rumbo al empezar a preguntarse si realmente la amaba o si estaba con ella por el mero hecho de que toda la vida se había dejado de llevar por la corriente del destino. Por este motivo no sabrá como enfrentarse a su trabajo —en la empresa de su suegro—, ni a la presencia de sus padres en casa, y ni tan siquiera al mero hecho de no poder sacar una chuchería de una máquina expendedora. Sin embargo, este pequeño inconveniente sirve como detonante para que empiece a escribir una extensas cartas de reclamación a la empresa de las máquinas expendedoras, en las que además contará los problemas a los que la muerte de su esposa le ha llevado, como, por ejemplo, la imperiosa necesidad de descubrir como funcionan las cosas desmontándolas… aunque luego no sepa volver a unir sus piezas.
Esta peli es una historia sobre el duelo, sobre como superar la pérdida y sobre como la ausencia de un ser querido puede afectarnos. No nos costará demasiado comprender que todo es una gran metáfora, ya que habrá pequeños detalles, momentos puntuales, en los que el entorno reacciona ante los sentimientos de Davis, haciéndonos dudar todo el rato qué es cierto y que es un sueño. Además, es muy interesante como se nos plantea la manera mediante la cual el protagonista se desfoga, no solo en la obsesión por desmantelar todo cuanto se cruza ante él —neveras, cafeteras, lámparas, lavabos público, etcétera, etcétera—, sino como aprovecha las cartas de reclamación a forma de diario para buscar una salida a su encorsetada vida, y, a la vez, como esto hace que otra persona, completamente ajena a él, logre evadirse de una realidad que le supera. Ahí entran en el juego los personajes de Naomi Watts, Karen, y su hijo Chris, frente a los que Davis no tiene que limitarse o esconderse como ante sus suegros, descubriendo otra parte de su personalidad, una en la que las apariencias no importan, sino solo las emociones y la necesidad de dejarse llevar, pero no por la corriente de otros, sino por la suya misma.
En este sentido, el clímax de la cinta llega en el momento menos esperado, cuando se produce un click en la mente de Davis que le permite descubrir que todo lo que ha vivido después de la muerte de su esposa no ha sido otra cosa ese proceso de duelo; no es que se haya vuelto loco, sino que todo ello ha sido necesario para superar la pérdida, ha tenido que destruir —o demoler… guiño, guiño— las paredes que lo rodeaban para que su mente pudiera superarlo.

En muchos aspectos, una peli como esta podría suponerse un melodrama, algo excesivamente gris que nos entristezca, pero es todo lo contrario. La cinta esta planteada como una experiencia vital —muy parecida a la que se ve en Alma salvaje, cinta también de Jean-Marc Vallée— necesaria que logre algún tipo de purificación de la alma de su protagonista. Por este motivo todo está rodeado por un halo de luminosidad, de positivismo que envuelve el camino de Davis por ese sendero personal que está recorriendo. Demolición, a pesar de hablar de la muerte, la pérdida y la dificultad de su superación, es una peli positiva, que nos hará sentir bien con nosotros mismos, que puede que nos arranque alguna lagrimilla, pero será de esas que dan gusto de soltar, de esas que no son amargas, sino de esas lágrimas que limpian.
Todo ello se logra gracias a una narración simple y llana, accesible para todo el mundo que se preste a entrar en ella, con pocos personajes, con historias reales y tangibles con las que el público empatice. Es por ello por lo que, además de Davis, también conoceremos las historias de Karen, de Chris e, incluso, de Phil, el padre de la esposa del protagonista, que al final, después de presentarse casi como el malo de la peli, lo redescubrimos como un padre que ha perdido a su hija y su comportamiento extremo y casi obsesivo se debe a su particular duelo. Por este motivo es por el cual es tan importante la escena final, ya que actúa como catarsis de todos los involucrados cuando logran aceptar la perdida de la mujer amada —o, según se mire, de la hija perdida—, reconciliándose con ella.
Con un reparto que da lo mejor de ellos mismos en una cinta en el que no hacen falta grandes estrellas, pero si grandes actores, dejan a un lado sus egos y encabezados por un brillantísimo Jake Gyllenhaal, bordan unas interpretaciones que se ponen al servicio de una historia que nos llegará al corazón una facilidad casi inaudita. Como ya he dicho, Demolición es una película muy bonita, sencilla en muchos aspectos, compleja en otros, pero perfecta en todos ellos, que nos tocará la fibra sin sentimentalismos baratos ni grandes dramas. Simplemente, perfecta.