
El 47, parte de una historia real: Manolo Vital, conductor de autobús en los años 70, desafía al Ayuntamiento de Barcelona y demuestra que los autobuses sí podían subir hasta Torre Baró, uno de esos barrios obreros olvidados por las instituciones. Una historia potente, de barrio, de lucha vecinal, de orgullo obrero… vamos, que tenía todo para ser un peliculón.
Y sin embargo, lo que podría haber sido una película directa, cruda y con mensaje, se convierte en una historia amable, blandita y muy medida, de esas que buscan emocionar sin incomodar. Eso sí, ha ganado 5 Premios Goya, incluyendo el de Mejor Película, así que algo ha hecho bien… o al menos ha caído en gracia. Pero vamos por partes.
La ambientación es impecable. Los decorados, el vestuario, la reconstrucción de la Barcelona de los 70… todo eso está muy bien conseguido. Te mete de lleno en la época. Pero cuando los personajes abren la boca, empiezas a notar que algo falla: resulta que en el barrio de Torre Baró —formado por inmigrantes andaluces y extremeños— todos hablan catalán perfecto, incluso en casa, incluso los abuelos. Y no solo eso, no hay ni una sola referencia a tensiones culturales, racismo, ni al clasismo que sí existía en esa época. Todo es armonía, sonrisas y “tots units fem força”.
Y ahí es donde la peli patina. ¿De verdad nadie pensó en mostrar el conflicto social de fondo? ¿De verdad vamos a reescribir la historia para que encaje en una versión idealizada de Cataluña donde la convivencia fue perfecta y no hubo rechazo hacia los recién llegados? Es como si a la peli le diera miedo mancharse, cuando justo lo que necesita esta historia es barro, sudor, contradicciones y verdad.

Encima, el único personaje que actúa como antagonista… es andaluz. Una elección bastante cuestionable si tenemos en cuenta el contexto real. Porque claro, no vamos a poner a un catalán cerrando el paso a los obreros del sur, no vaya a ser que alguien se incomode. Mejor poner de malo al de fuera, y así la culpa siempre es externa. Un movimiento sutil, pero que canta mucho si sabes un poco del tema.
Eso sí, Eduard Fernández está brillante. Él solo aguanta la película entera. Hace de Manolo Vital un tipo cercano, humano, con el que es muy fácil empatizar. Lo borda, como siempre. El resto del reparto cumple, aunque todos los personajes están muy encasillados: la hija artista, el cura enrollado, los vecinos ejemplares… todos funcionan como piezas para construir un mensaje bonito, pero sin mucha profundidad.
¿Es una mala película? No, para nada. Es correcta, está bien producida, tiene momentos bonitos, y se nota que hay cariño detrás. Pero también es una peli demasiado cómoda. Una peli que no se atreve a incomodar ni a rascar donde duele. Y eso, viniendo de una historia real de resistencia vecinal y desigualdad urbana, es una pena enorme. Porque tenía mucho más potencial del que finalmente muestra. Técnicamente está bien hecha y el mensaje es positivo pero si buscamos verdad, profundidad y autocrítica… El 47 se queda corta. Es como un homenaje con filtro de Instagram: bonito, con buena luz, pero sin mostrar las arrugas.