
Después de una victoria apabullante, Jed Bartlet, gobernador de New Hampshire, es escogido presidente de los Estados Unidos, y junto a él el grupo de colaboradores más cercanos —todos ellos muy buenos, pero hasta cierto novatos— se convierten en las personas que gobernaran el país durante los siguientes años. Esta es la sencilla premisa de la que parte esta magnífica serie política que recorre los dos mandatos —casi a tiempo real— de un presidente, y en la que se trata el día a día —desde temas trascendentales a otros más anecdóticos— de los más allegados al presidente.
Justo cuando la presidencia de Bill Clinton llegaba a su fin y el recuerdo del escándalo con Monica Lewinsky era muy presente, se estrenó esta serie en la NBC, a pesar de que ya hacía un tiempo que su creador, Aaron Sorkin, la tenía en mente. Después de escribir el guion para El Presidente y Miss Wade, muchas cosas se quedaron en el tintero, cosas que podían servir para dar vida y personalidad a todo el gabinete del presidente de los Estados Unidos… y eso es lo que es El ala oeste de la Casa Blanca. No es una serie sobre política —que también lo es—, sino más bien es una serie sobre la gente que hace política; en este sentido, pretende humanizar la imagen que tiene de todas esas personas que siempre hay detrás del «gran hombre». Con la excusa de la política —nacional o internacional—, Sorkin dibujó a un gobierno inventado pero que, de muchos modos, seguro que nos recordará a uno u otro, ya que si bien el gabinete de Jed Bartlet es demócrata, tendrá que hacer frente a problemas que tuvo Bush y compañía —no se habla abiertamente del 11-S, pero se nota que sucedió—, pero, a la vez, busca promover políticas más acordes con el futuro gobierno de Obama —además, sin ir más lejos, el sucesor de Bartlet tiene un perfil muy parecido—, a la vez que no puede olvidar que es un político de la vieja escuela que se acerca más a gente como Clinton o Carter.
Pero lo realmente importante de la serie es como el trabajo, la vida pública y el papel que tienen el futuro del país —y del Mundo, no debemos olvidar que son los Estados Unidos—, influye en sus vidas privadas, en como deben hacer frente a situaciones que no desearían, o como deben tomar decisiones complicadas. Para ello, el elenco principal —que, con el paso de las siete temporadas se va modificando— mostraba un abanico amplio de personalidades y concepciones para que el público se pudiera sentir identificado. Desde el presidente casi perfecto Jed Bartlet (Martin Sheen) y su esposa, Abigail (Stockard Channing), que se convierten en el ejemplo a seguir, pasando por los auténticos protagonistas de la serie, su círculo más cercano de colaboradores y asesores. Empezando por el veterano Leo McGarry (John Spencer), que a pesar de ser progresista, es un hombre con carrera militar y problemas con el alcohol y las drogas; seguido por la secretaria de prensa, C. J. Cregg (Allison Janney), una mujer que debe luchar por su posición de poder por culpa del mundo en el que vive; Toby Ziegler (Richard Schiff), un director de comunicaciones idealista y al que le cuesta mentir; Sam Seaborn (Rob Lowe), su adjunto, un joven prodigio en cuanto a los discursos, pero que muchas veces no sabe como administrar el lugar que ocupa; Josh Lyman (Bradley Whitford), el adjunto de McGarry cuyo carácter impetuoso se confunde con falta de empatía; así como la ayudante de Lyman, Donna Moss (Janel Moloney) con un corazón que no le cabe en el pecho pero a veces un poco ingenua; o Charlie Young (Dulé Hill) el joven ayudante personal del presidente, trabajador, idealista y que encuentra en el presidente algo más que un jefe. Todos ellos y muchos más que se añaden, pasan o siempre están en un segundo plano conforman una imagen completa del amplio espectro de personas que uno se puede encontrar en un lugar como el ala oeste de la Casa Blanca.

Sorkin logró captar la esencia del funcionamiento interno de la Casa Blanca y plasmarlo en unas tramas sencillas y accesibles para el gran público, que nos permiten comprender como funciona el complejo sistema político de los Estados Unidos, pero —y aquí viene su mayor virtud— sin caer en el error de centrarlo todo en los tejemanejes políticos. Es decir, a pesar de que en muchas ocasiones habrá debates políticos, siempre serán los que ocurren entre bambalinas, no habrá plenos en las cámaras, ni grandes discursos, ya que el interés residía en ver que ocurría tras la larga sombra de los focos. Sin embargo, la serie, que empieza por todo lo alto y pisando muy fuerte, sufre un punto de inflexión —que coincide con la partida de Sorkin y el productor ejecutivo Thomas Schlamme por diferencias «creativas» con Warner Bros. y la marcha también de Rob Lowe del elenco principal— tras la cuarta temporada en el que se nota que los que hay detrás de los guiones y de los hilos argumentales no son los mismos. Aunque sigue siendo adictiva y los seguidores quieren seguir viendo que sucede con sus personajes, las tramas se enfocan cada vez más a grandes problemas —conflictos con el mundo árabe, el conflicto palestino-israelí…—, que no tanto por ese día a día que lograba acercarnos a esos personajes que nos sorprendieron siendo personas.
Aún así, seguramente estamos ante una de las mejores series sobre política de los últimos años —ya que el hecho de centrarse solo en los dos mandatos de un presidente podemos ver la evolución de un gobierno empujado por los hechos que acontecen—, ya que no solo retrató unos personajes a veces dejados de lado a favor de los grandes nombres, sino que acercó el funcionamiento al público que hasta entonces se había quedado en la cara visible de la política estadounidense: el presidente. Simplemente perfecta y muy recomendable para aquellos que quieren saber algo más de la política norteamericana además de quien mató a JFK o que sucedió en Vietnam.