
Lo admito, si tardé en ponerme a hablar del spaghetti western, he tardado todavía más en sumergirme en esta peli, por dos motivos: pasión y miedo. Sin discusión, para mí, es una de las mejores pelis de la historia, de mis favoritas… sino la que más —el póster que hay en mi habitación desde hace más de veinte años lo acredita—; pero eso siempre me ha provocado respeto y miedo para hablar correctamente de ella, como si no fuera capaz de hacerlo. Pero ahora que estoy hablando casi cada semana de spaghetti western, no podía dejarla de lado.
Dejando de lado mis gustos personales, no hay nadie que pueda discutir que El bueno, el feo y el malo no es solo una de las mejores películas del género western, sino una de las obras maestras más influyentes en la historia del cine. Dirigida por el legendario Sergio Leone y protagonizada por Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef, esta película cierra con broche de oro la icónica Trilogía del Dólar y redefine los códigos narrativos y estéticos del western clásico a la vez que se convierte en uno.
En esencia, la trama que se nos narra es un relato de avaricia, traición y supervivencia en un mundo sin ley. Ambientada durante la Guerra de Secesión, la película sigue a tres pistoleros que buscan un tesoro en monedas de oro escondido en una tumba en un cementerio. Cada uno de los personajes —Rubio (el bueno), Tuco (el feo) y Sentencia (el malo)— tiene sus propios planes y sus propios métodos, lo que lleva a una serie de encuentros y desencuentros electrizantes a lo largo del filme.
Leone construye la narrativa con un ritmo magistral, alternando momentos de acción intensa con escenas de desarrollo de personajes y pausas calculadas que aumentan la tensión. Mientras que la relación que hay entre los tres protagonistas crece convirtiéndose en una danza constante de alianzas temporales y traiciones, lo que hace que la historia sea impredecible y cautivadora hasta el final, con más giros inesperados de los que uno podría pensar.
Como ya habéis podido ir intuyendo, uno de los mayores logros de la película es la creación de unos personajes icónicos que han quedado grabados en la memoria del público. Clint Eastwood, con su interpretación de Rubio, en su tercera y última encarnación del «Hombre sin nombre» —aunque más adelante la seguiría utilizando como en Infierno de cobardes o El jinete pálido—, es el antihéroe por excelencia: un pistolero hábil, calculador y de moral ambigua, cuyo código de honor lo separa de los criminales que lo rodean. Eli Wallach, en el papel de Tuco, ofrece una de las actuaciones más memorables del cine, dotando a su personaje de un humor mordaz, una humanidad inesperada y una imprevisibilidad fascinante… a parte de una sarta de insultos que ha quedado para la posteridad de las citas célebres del séptimo arte. Por último, pero no menos importante, Lee Van Cleef interpreta al malo Sentencia con una frialdad y una elegancia implacables, convirtiéndolo en uno de los villanos más temibles del género, y aunque más adelante hiciera también de héroe —o antihéroe— siempre nos llevará a pensar en el que aquí se presenta.
Sergio Leone lleva su estilo característico al máximo en El bueno, el feo y el malo. Su uso de planos cerrados en los rostros de los personajes, alternados con amplios paisajes desérticos, crea una estética única que resalta tanto la emoción como la inmensidad del entorno. Cada encuadre está cuidadosamente compuesto, cada movimiento de cámara tiene una intención narrativa clara y cada escena se desarrolla con una paciencia que permite que la tensión se acumule de manera magistral. Es una composición en el que no hay nada casual.

Como no podía ser de otro modo, toda la peli está impregnada de una crudeza realista que contrasta con el idealismo del western clásico de Hollywood. Aquí, los personajes sudan, sufren, se ensucian y se enfrentan a un mundo hostil donde la ley es prácticamente inexistente. Sin embargo, Leone logra inyectar momentos de humor y humanidad que enriquecen la historia y la hacen aún más atractiva.
No se puede hablar de El bueno, el feo y el malo sin mencionar la inolvidable banda sonora de Ennio Morricone. Su tema principal, con sus inconfundibles silbidos y trompetas, es una de las piezas musicales más reconocibles del cine. Morricone no solo compone música de fondo, sino que su banda sonora se convierte en un personaje más de la película, marcando el ritmo y amplificando la emoción de cada escena. Por lo que se sabe, Leone quería las bandas sonoras antes del rodaje, para que todo el equipo se impregnara del tono de la cinta durante el rodaje. Aunque el tema principal es impresionante, la canción que es inigualable es la del clímax de la película, compuesta para el hallazgo del cementerio de Sad Hill, la hipnótica The Ecstasy of Gold no solo acompaña la acción, sino que la casi la dirige, siendo un ejemplo perfecto de cómo la música y la imagen pueden fusionarse para crear arte cinematográfico en su máxima expresión.
Aunque a lo largo de toda la cinta, hay escenas míticas y remarcables, el duelo final en el cementerio de Sad Hill es una de las secuencias más icónicas y mejor construidas de la historia del cine. Con un montaje preciso —con setenta y cinco planos diferentes—, un uso magistral del sonido y la música de Morricone elevando la tensión, Leone logra un clímax que es cine en estado puro. Y si bien la ambigüedad de los personajes nos puede hacer dudar, es cierto que el bien gana sobre el mal, se atan todos los cabos y tenemos una cruel broma final, dejando un magnífico sabor de boca.
Como ya he dicho al principio, El bueno, el feo y el malo no es solo una de las mejores películas del género western, sino una de las mejores películas de todos los tiempos. Con una historia cautivadora, personajes inolvidables, una dirección magistral y una banda sonora legendaria, Sergio Leone creó un filme inmortal que sigue fascinando a nuevas generaciones de espectadores. Una obra imprescindible que todo amante del cine debe ver al menos una vez en la vida… aunque, personalmente, aunque la acabo de ver un par de veces para hacer esta reseña, me apetece hacerlo una vez más.