«Creo que las películas en los cines van a ser más caras y se van a tratar como eventos. Principalmente estarán dirigidas al público más joven y, sobre todo, en plan: Ey, me encanta el Universo Marvel, no puedo esperar a ver qué ocurre después. Habrá 40 películas al año en cines, probablemente, todas ellas secuelas, de animación y pertenecientes a franquicias».
Así de claro fue Ben Affleck hace muy poco cuando predecía el oscuro futuro del cine como lo conocíamos antes de la pandemia: exclusivamente enfocado a las grandes producciones. Pero ¿realmente ha muerto el cine de toda la vida?
Nadie puede discutir una cosa, los idus de marzo de 2020 cambiaron el mundo y la forma que tenemos de vivir en él. La pandemia nos obligó a todos a encerrarnos en casa y suscribirnos como posesos a Amazon Prime, provocando una serie de cambios de los que ahora empezamos a ser conscientes. Sin embargo, a pesar de que, debido a una serie de circunstancias que de sobras conocemos, uno de los sectores que se ha visto más afectado ha sido el del cine, puede que la pandemia solo haya sido el golpe de gracia a una industria que, poco a poco, se estaba cavando su propia tumba al priorizar, por encima de todo, el beneficio como negocio. El ejemplo más claro de esto ha sido que, al verse con la salas cerradas, los máximos responsables del sector vieron en el streaming la vía de escape para seguir llenando sus arcas, llevando los estrenos a sus respectivas plataformas o vendiéndolas al mejor postor. Algo que provocó una respuesta directa por parte de la parte artística del gremio, que no era otra que sus pelis solo se podían disfrutar en las salas, justificándolo con toda una retahíla de datos técnicos. Pero ¿tienen razón? En la actualidad, cualquier fanático del cine con una pequeña inversión puede hacerse con un televisor de altísima definición, un buen equipo de sonido y montarse un cine en el comedor de su casa. Lo que nos revela que ir al cine era una experiencia en su totalidad, no solo la peli, sino las expectativas por el estreno, las palomitas, el hecho de compartirlo con la familia o los amigos, y ese largo etcétera que ya sabemos. Pero, con la pandemia, todo esto se fue al traste, revelándonos que, sin ello, el cine no era más que una peli en una pantalla más grande.
Paralelamente a esta revelación —bastante cierta si nos atenemos a los hechos—, debemos fijarnos en otro melón que ya había sido abierto antes de la pandemia: el cine de superhéroes. Hasta pocos meses antes del cierre total del mundo, el cine de superhéroes —junto con toda la producción cinematográfica de tipo comercial y de espectáculo en la que prima la caja más que el contenido— había conseguido ganarse unos buenos galones al reventar todos los records en taquilla. Además, por si esto fuera poco, parecía que hubiese estallado una guerra entre las grandes productoras para saber quién podía tener el mayor éxito y la franquicia más potente. Esto, como no podía ser de otro modo, cabreó —porque no hay otra palabra para describirlo— a gente como Martin Scorsese, que defendió el cine como arte, al ver que sus películas pasaban sin pena ni gloria por las carteleras. Sin embargo, Scorsese no ha sido el único, ya que grandes cineastas con una respetada carrera y considerados maestros por muchos han empezado a echar pestes del género de superhéroes. Entre todos ellos el que ha hablado más claro ha sido Ridley Scott que las calificó como «aburridas de cojones» a la vez que afirmaba que «sus guiones no valen una mierda». ¿Se trata de una envidia mal digerida por los éxitos que ellos ya no cosechan? ¿O tendrán algo de razón sus palabras? Lo fácil sería pensar que se trata de la primera opción, pero si nos detenemos un instante a reflexionar, ahora, casi dos años después del estallido de la pandemia y casi tres del último gran estreno de Marvel, Endgame, ¿dónde está este cine? ¿Sigue siendo tan merecedor de todos los cumplidos que ha recibido? Siendo sinceros, la respuesta debería ser no. Mientras Star Wars se ha pasado a la televisión —algo que también hará en breve El Señor de los Anillos—, DC/Warner sigue dando palos de ciego y James Bond ha traicionado todo un legado para ser políticamente correcto, Marvel se halla entre precuelas innecesarias y epílogos descafeinados que no aportan nada a la continuidad; es como si estuviese en una larga presentación que pretende mantenernos en vilo para saber que pretenden contarnos con todo ello. Aunque las intenciones parecen buenas, de momento, nada de lo que se ha estrenado después de Endgame ha conseguido cautivar como lo hizo la Saga del Infinito.
Por si esto fuese poco, si hasta hace poco eran los demás los que pretendían emular el sistema Marvel —fracasando siempre—, ahora son ellos los que han entrado en un bucle continuo de autoplagio incoherente, algo que Denis Villeneuve resumió a la perfección: «Quizá el problema es que estamos delante de demasiadas películas de Marvel que no son más que un corta y pega de otras. Tal vez este tipo de películas nos han convertido un poco en zombis».
Sobre el tablero de juego de la industria del cine actual, otro elemento que no debe pasarnos por alto es el hecho de que parece que la que también haya muerto haya sido la originalidad. Por un lado, hay el exceso de entregas marvelitas, pero, por el otro, está el factor nostalgia del que cada vez se saca mayor provecho, y aunque con ello hayamos podido disfrutar de Cazafantasmas. Más allá o el trío de Peter Parker en No Way Home, la mayoría de las veces da lugar a secuelas innecesarias, reboots imposibles o remakes más que prescindibles. Contra todo esto debe lidiar un cine con ideas nuevas y conceptos atrevidos del que solo logramos ver la punta de un iceberg, como títulos de Christopher Nolan o Quentin Tarantino, ya que todo lo demás se pega unos supuestos batacazos —justificados o no— que hacen augurar un mal futuro para el cine en general. En resumen, el cine de superhéroes —y demás producciones comerciales— ha entrado en un estado de repetición y multiplicación perpetua; el cine de autor comercial —ojo, que este es diferente al independiente— parece haber perdido el interés del gran público que se ve abrumado por el anterior; y el cine independiente ha pasado a un plano tan secundario que apenas se piensa en él, pasando sin pena ni gloria por las salas. Todo ello hace que la originalidad quede en el ostracismo mientras que la innovación asusta a los que tienen el dinero. Retomando las palabras de Affleck —que recordemos que también es un buen director en sus ratos libres—, esto nos conduce a que muchas ideas interesantes se queden por el camino y se dirijan hacia el streaming, donde sí que hay un margen para atreverse con nuevas historias, visiones y conceptos; y creo que está en lo cierto, ya que la pandemia ha sacado lo «mejor» de nosotros —sí, esto es un eufemismo como la copa de un pino—, ya que han demostrado que nos hemos acomodado definitivamente —casi como sucedía en WALL·E— y que solo nos atrevernos a rascarnos el bolsillo para algo que ya sabemos como será, no queremos que nos sorprendan, queremos que nos ceben con más de lo mismo hasta reventar.
Bien podríais decirme que todo esto no son más que teorías casi paranoicas, sin embargo, todo ello parte de una reflexión mucho más personal que poco a poco se ha ido cociendo en mi interior. Desde el mes de marzo de 2020 solo he ido al cine una sola vez, pero en ningún momento lo eché de menos y esa ocasión me confirmó que tampoco lo echaría de menos en el futuro, y de ese cine ya hace más de seis meses. La pandemia me ha hecho ver que, en realidad, disfruto igual —o incluso más— de las pelis en casa que en el cine. Es cierto que para algunos estrenos debo esperarme un poco, pero he aprendido a tener la paciencia suficiente para esperarme y verlas en streaming o en formato físico. Además, y esto es lo que realmente me preocupa, tengo la sensación de que tampoco vale la pena ir corriendo a las salas para ver tal o cual película, porque los estrenos que he podido ver en todo este tiempo me han dejado indiferente. Y es que, como dijo Frank Herbert, autor de Dune: «Hay un acuerdo tácito entre el lector [en este caso espectador] y tú. Si alguien entra en una librería [cine] y se gasta en tu libro [película] un dinero (energía) que ha ganado con su esfuerzo, le debes a esa persona cierto entretenimiento, tanto como puedas proporcionarle», y, en mí caso, no me he visto recompensado en este sentido con lo que me ofrece el cine actual.
Una vez ya hablé de mi problema con la indiferencia frente a las pelis, pero, sin miedo a contradecirme, os diré que, ahora, esta indiferencia es cierta. Para daros un ejemplo, hará unas semanas —como suele pasar a finales de año— fue el momento de realizar el correspondiente top ten anual para la web, algo que coincidió cuando un colega me invitó a hacer lo propio en su web, pero, después de repasar la cartelera del 2021, me di cuenta de que había visto muy poco y lo poco que había visto no me convencía para que formase parte de lo mejor del año. Al principio no le di importancia, a parte de la pandemia, ha habido ciertas cuestiones personales que me han hecho priorizar otras cosas de mi vida… es lo que tiene ser padre. Sin embargo, cuando pude pensar un poco —entre berrido y berrido de mi querida hija—, me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no veía un estreno y decía: «joder, que buena». Sin ir más lejos, pensad que, para mí, lo mejor de 2021 ha sido el redescubrimiento de Halloween de 1978.
Así pues, ¿el cine de superhéroes —así como el de las grandes franquicias— ha matado el cine? En 2016 publicamos un artículo titulado «Cuando las franquicias mataron el cine», si bien entonces daba la sensación de que solo estaban matando el cine comercial —ahogando proyectos llamativos pero fallidos—, ahora me da la impresión de que se lo han cargado del todo, incluso se han triturado a ellos mismos. Lo que hace unos años parecía algo impensable, ahora parece inevitable. Entre secuelas innecesarias, entregas sin originalidad y una innovación que solo se mide en divisas internacionales, da la impresión de que el cine está dando los últimos bandazos antes de desplomarse a nuestros pies.
Llegados a este punto podríamos recordar el monólogo del Gobernador Nix en Tomorrowland: «¿Qué ser humano razonable no se sentiría espoleado por la posible destrucción de todo lo que ha conocido o amado? Para salvar a la civilización les mostraría su colapso. Pero ¿Cómo crees que se recibió esa misión? ¿Cómo crees que la gente respondió a la perspectiva de una muerte inminente? Se la zamparon como una galleta de chocolate. No temieron su desaparición, la asimilaron. Se puede disfrutar en videojuegos, series de televisión, libros, películas, el mundo entero abrazó con todas sus ganas el apocalipsis y esprinto hacia él con total despreocupación. Mientras tanto, vuestra Tierra se derrumba a vuestro alrededor. Tenéis epidemias simultáneas de obesidad y hambruna. ¿Cómo explicas eso? Las abejas y las mariposas empiezan a desaparecer, los glaciares se derriten, las algas aparecen por todas partes… Los canarios de las minas están cayendo muertos y no os queréis enterar. En todo momento, existe la posibilidad de un futuro mejor, pero vosotros no os lo creéis, y como no os lo creéis, no hacéis lo necesario para que se haga realidad, así que os regodeáis en ese horrible futuro y os resignáis a él por una razón, porque ese futuro no os pide que hagáis nada. Sí, vimos el iceberg y avisamos al Titanic, pero seguís directos hacia él a toda máquina ¿Por qué? Porque os queréis hundir, os habéis rendido. Y eso no es culpa del monitor, es culpa vuestra».
Sin darnos cuenta, en una situación que la pandemia solo ha acelerado, nosotros mismos hemos dado pie a que el cine se esté muriendo poco a poco, las salas pequeñas cierran, las grandes solo se nutren de productos sin fondo, mientras que las productoras se dejan llevar por el «negocio», a la vez que la gente con ideas se queda a un lado o cae por el camino. No es solo que las grandes franquicias hayan matado el cine, ofreciéndonos poco, sino que nosotros hemos sido sus cómplices al no pedir más.
Con todo esto no quiero ser un profeta, ya que hay mucha gente en el sector que se están dando cuenta de ello y no se lo callan —y no solo hablo de rostros conocidos—, pero si compartir con vosotros, queridos lectores, algo que debería preocuparnos, aunque solo fuese un poco, ya que, si el cine está así, ¿cómo debe estar el resto del mundo?
Volviendo a la pregunta con la que comenzaba este artículo, ¿ha muerto el cine? Creo que todavía no, pero poco le falta si seguimos por este camino. Así que, por favor, aquellos que se dediquen a esto escuchad el ruego de un simple aficionado al séptimo arte: volved a hacer películas por las que merezca regresar al cine. Con ello no quiero decir que no vea ningún estreno, sino solo que no voy a ir corriendo desesperado al cine como hice cuando se estreno, por ejemplo, Endgame que, por cierto, vi más de una vez en la gran pantalla.
Mientras tanto, por mi parte, entre las nuevas obligaciones familiares y estas revelaciones que me han abofeteado con crueldad la cara, ya hace un tiempo que he dejado de lado la actualidad más cadente del séptimo arte y me he detenido un momento ante mi vieja estantería de Blu-ray, DVD y VHS para volver a disfrutar de títulos que he dejado apartados —por culpa de las expectativas puestas en los supuestos nuevos grandes estrenos—, preparándome para el momento en el que deba escoger un título, prepararlo todo en el salón de mi casa y decirle a mi hija: «vayamos a ver una buena peli».