
Cuando el espionaje y el contraespionaje francés durante la Guerra Fría entran en acción, y dos altos cargos se miden en el tablero de las escuchas y las furgonetas camufladas, uno de ellos decide tender una trampa a su adversario al utilizar un hombre de paja, concretamente, un gran rubio con un zapato negro que acaba de llegar de Múnich. Este individuo, resulta ser François Perrin, un violinista y profesor de música que se acuesta a la fuerza con la esposa de su mejor amigo que es un imbécil que siempre se mete con él. En pocas palabras, François es un don nadie, un idiota, con tendencia a meter la pata, por lo que será mera casualidad cuando el villano se coma el anzuelo al creer que se trata de un talentoso espía internacional.
Con un guión del propio director, Yves Robert, y de Francis Veber, uno de los reyes de la comedia francesa, se despliega todo un arsenal para que Pierre Richard, uno de los grandes actores cómicos galos, pueda hacer lo que mejor se le da, hacer el pallaso metiéndose en la piel de este patoso músico, objeto de burlas que es François Perrin, sin duda alguna un predecesor o primo hermano de François Pignon. Sin embargo, aunque la trama esté preparada para el embrollo y la comedia de enredo —una de esas en las que las puertas se abren y se cierran sin compasión—, lo cierto es que ni la actuación de Pierre Richard ni la buena intención de sus realizadores consigue que, desafortunadamente, estemos ante una peli que haya envejecido adecuadamente y que pueda cruzar fronteras con facilidad. El humor se nota que es muy de los setenta, en el que las bromas eran otras y los chistes de los que se reía la gente eran diferentes, y, de la misma manera, es una cinta muy francesa, solo para ellos o con mentalidad francesa, ya que el ritmo y la cadencia de la acción tiene ese tono más contemplativo. Por ejemplo, aunque hay secuencias en la que los espías observan a François meter la pata y esto nos hará reír, de repente, el ritmo se verá roto por la inclusión de un diálogo lento entre el personaje de Jean Rochefort y su subalterno. En este sentido, si bien con películas como La cena de los idiotas o Dos fugitivos de Francis Veber dio con la tecla para dar vida a una historia que era de fácil relectura internacional, con El gran rubio con un zapato negro se queda medio camino y es difícil de digerir en la actulidad desde nuestra óptica.

Nunca me he escondido al admitir que siento cierta predilección por la cultura francófona, sobre todo por su cine y por sus cómics, sin embargo tengo que admitir que con esta cinta me llevé una decepción, seguramente provocada por cuanto me gusta la obra de Veber, sin embargo aquí me sucedió lo mismo que con El embrollón —esa tragicomedia con mucho humor negro protagonizada por un Jacques Brel en plena depresión—, y es que se trata de unas cintas que tuvieron un momento y un lugar, y cuando se las saca de ese contexto son dificilillas, como con algunas piezas de la comedia nacional. Con esto no quiero decir que no podamos reírnos con algunos gags, pero al final será un ni fu ni fa, una indiferencia que es peor de que no nos guste, ya que no nos provoca nada.
Así pues, aunque El gran rubio con un zapato negro sea uno de los títulos más reconocidos de la comedia francesa del siglo XX, para mí se queda a medio camino de lo que pretende, por falta de ritmo y por no explotar del todo el talento de Pierre Richard, en el que debería focalizar toda la atención, haciendo que el resto jueguen a su alrededor. A pesar de ello, esto no es más que mi opinión, ya que el éxito de esta cinta hizo que dos años más tarde tuviera una secuela, La vuelta del gran rubio (con un zapato rojo), y que Richard y Veber colaboraran en una buena cantidad títulos que triunfaron en los ochenta. Como dijo Harry el Sucio: «las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene uno», así que cada uno valore por sí mismo.