Después de regresar a mi tiempo, me sentí lleno de propósito y determinación. Había descubierto algo increíblemente importante, y ahora debía trabajar en cómo debía presentarlo al mundo del modo apropiado. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que comenzara a notar algo extraño. Ya no era la presencia del hombre del bigote blanco, él parecía haberse quedado en su tiempo, ahora tenía la impresión de que eran otros los que me seguían. Aquí y allí veía hombres vestidos de negro, con finas corbatas bajo sus barbillas a juego con el sombrero. Y, a diferencia de mi yo del futuro, estos no parecían disimular o pretender pasar desapercibidos, no, aún desde las sombras, no se escondían al mostrarme que me seguían y me observaban.
Como en la anterior ocasión, me dije que era mi imaginación, pero, desafortunadamente, pronto se hizo evidente que no era así. Mi aventura con los viajeros del tiempo aún no se había terminado. Estos hombres aparecían en todas partes: en la universidad, en el parque, incluso fuera de mi casa. Siempre mantenían la distancia, pero su presencia era inconfundible.
Una noche, mientras revisaba mis notas en el laboratorio, con la esperanza de resolver los últimos flecos de mi investigación y explicar al mundo que los viajes en el tiempo eran posibles, con la esperanza que ello hiciera que dejaran de seguirme, escuché un ruido en el pasillo. Me asomé con cautela y vi a uno de los hombres de negro observando la puerta por la que yo había salido. Sabiendo que no tenía alternativa, decidí confrontarlo.
—¿Quién eres y por qué me sigues? —le pregunté, tratando de mantener la calma, pero parecer firme.
El hombre no respondió. En lugar de eso, sacó un dispositivo extraño de su bolsillo y lo activó. Antes de que pudiera reaccionar, una luz brillante me envolvió y perdí el conocimiento.
Cuando desperté, me encontraba en una habitación oscura, atado a una silla. Frente a mí, había una mesa con varios dispositivos tecnológicos que no reconocía. Los hombres de negro estaban allí, observándome en silencio.
Uno de ellos se acercó y habló con una voz fría y autoritaria.
—Sabemos lo que has descubierto. El conocimiento que posees es peligroso y no podemos permitir que lo compartas con el mundo.
—¿Quiénes sois? —pregunté, tratando de mantener la compostura.
—Somos parte de una organización que se asegura de que ciertos conocimientos no caigan en las manos equivocadas. Lo que has descubierto sobre los bucles temporales y el viaje en el tiempo podría desestabilizar el equilibrio del mundo.
Mi mente corría a mil por hora. ¿Cómo podían estos hombres saber tanto sobre mí y mis descubrimientos? ¿Y qué querían realmente?
—No podéis detenerme —dije, tratando de sonar más seguro de lo que me sentía—. Lo que he descubierto es demasiado importante.
El hombre de negro sonrió, pero no era una sonrisa amigable.
—No estamos aquí para detenerte. Estamos aquí para controlarte. A partir de ahora, trabajarás para nosotros. Utilizarás tus conocimientos para nuestros fines y, a cambio, te permitiremos vivir.
La idea de trabajar para una organización secreta que controlaba el conocimiento del mundo me horrorizaba, pero no veía otra opción, era un científico, no un hombre de acción. Asentí lentamente, sabiendo que, a pesar de lo que estaba aceptando, tendría que encontrar una manera de escapar y compartir mis descubrimientos con el mundo, siendo esta la única manera de salvarme a mí y a mi investigación.
Habiendo concretado los términos de nuestro acuerdo, los hombres de negro me liberaron y me llevaron de vuelta a mi laboratorio. Antes de irse, uno de ellos me entregó un dispositivo de comunicación.
—Nos mantendremos en contacto. No intentes escapar, o habrá consecuencias.
A partir de ese día, mi vida cambió drásticamente. Continué con mis rutinas, mi trabajo y mis investigaciones, pero siempre bajo la atenta mirada de los hombres de negro, que aparecían en cualquier lugar. Me sabía observado y bajo control, pero, de momento, debía seguirles el juego a la espera de que llegara el momento apropiado.
***
Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses, y cuando quise darme cuenta había llegado la Navidad. Hacía casi medio año que había empezado mi aventura con el hombre del bigote blanco, pero también era cierto que desde que se había quedado en su tiempo, los hombres de negro habían ocupado su lugar, y aunque siempre me había sentido incomodado por la presencia de mi yo del futuro, aquellos rostros desconocidos eran más agobiantes si cabe.
Hacía meses que mi vida se había vuelto más rutinaria que nunca, iba de casa a la universidad y viceversa, eran pocas las veces que variaba mis costumbres, y todo giraba alrededor de mi investigación, que estaba sometida a la vigilancia constante de los hombres de negro. Sin embargo, mi determinación de liberarme y compartir mi conocimiento con el mundo nunca disminuyó. Sabía que tenía que salir de aquel encierro a cualquier precio, solo faltaba encontrar el modo que hacerlo.
La presión de los hombres de negro se intensificaba cada día. Sabía que no podía seguir así para siempre, por lo que debía usar los recursos que tenía a mano y pasar a la acción.
Después de mucho reflexionar, llegué a una conclusión desesperada, pero inevitable: tenía que fingir mi propia muerte para librarme de ellos.
El plan era sencillo pero arriesgado, sin embargo era mi única esperanza. Valiéndome de mis conocimientos en física, lo preparé todo para que hubiera una explosión controlada en mi laboratorio, lo suficientemente potente como para hacer creer a los hombres de negro que mi acelerador de partículas había estallado y yo había muerto en el accidente.
A pesar de mis dudas, la noche de la explosión, todo salió según lo planeado. Me aseguré de dejar suficientes pruebas para que nadie dudara de mi muerte. Corriendo entre las sombras conseguí desaparecer antes de que los hombres de negro aparecieran y se lamentarán de todo ello, pero no pudieron detenerse demasiado a averiguar lo que había sucedido, ya que los bomberos y la policía no tardaron en aparecer y concluir que mi cuerpo se había desintegrado a raíz de la explosión que había destruido no solo mi laboratorio, sino también media planta del edificio.
La noticia de mi muerte se difundió rápidamente por toda Nueva York, no todos los días muere un profesor de física en la Universidad de Columbia a raíz de un experimento que ha salido mal. Aunque hubo algunos que me trataron de científico loco, la mayoría lloraron mi muerte y lamentaron que una mente brillante como la mía hubiese desaparecido a tan temprana edad, según ellos, todavía tenía muchas cosas por descubrir… ¡Ja! Y eso que no sabían que todo eso lo estaba haciendo para proteger el mayor descubrimiento de mi vida.
Tras desaparecer de la faz de la tierra, me aseguré de haberme escabullido de los hombres de negro, dormí en hoteles de mala muerte en la zona baja de la ciudad, siempre mirando sobre mi hombro, hasta que un par de semanas más tarde, cuando ya había dejado atrás Manhattan, tuve la certeza que los hombres de negro me habían dado por muerto.
Estaba en un lugar seguro a las afueras de una pequeña ciudad de Georgia. Había alquilado una cabaña en el campo de un granjero que había aceptado acogerme sin hacer demasiadas preguntas, y lo preparé todo para activar de nuevo el acelerador de partículas. Mi destino sería el futuro una vez más, un lugar en el que permanecer anónimo para seguir desarrollando mis experimento hasta que llegara el momento de regresar al pasado.
Sin pensármelo dos veces, en cuanto todo estuvo preparado y con los parámetros adecuados, activé mi aparato y sentí como mi cuerpo se desintegraba y se reconstituía en otro lugar y en otro tiempo.
Aquel futuro no era el mismo al que había viajado con el hombre del bigote blanco, no era tan lejano, pero aún así era más avanzado que el mío. Allí, bajo un nombre falso, me integré en la sociedad discretamente, conseguí trabajo gracias a bagaje académico y pasé años estudiando los avances tecnológicos para mejorar mi acelerador, preparándolo y preparándome para cuando llegara el momento que estaba esperando, mientras observaba cómo la tecnología y la sociedad evolucionaban.
Con el tiempo, me dejé crecer el bigote blanco y me convertí en el hombre del bigote blanco, el mismo que había seguido a mi yo más joven. Sabía que mi misión era crucial: debía advertir a mi yo del pasado y guiarlo hacia el descubrimiento que salvaría a la humanidad.
El día finalmente llegó. Utilicé el acelerador de partículas para regresar al pasado, al Nueva York de los años sesenta, cuando mi yo más joven comenzó a notar mi presencia. Sabía que debía ser cuidadoso y enigmático, para no alterar el curso de los eventos de manera impredecible. Cada encuentro con mi yo más joven era una mezcla de nostalgia y responsabilidad. Sabía que estaba atrapado en un bucle infinito, pero también sabía que era necesario para salvar a la humanidad. Mi sacrificio personal era un pequeño precio a pagar por el bienestar de todos, ya que no quería ni pensar que hubiera sucedido si los hombres de negro se hubieran apoderado de mi descubrimiento.
Aunque yo solo lo viví una vez, primero de joven, después como el hombre del bigote blanco, y mi aventura terminó cuando lleve a mi yo joven a mi presente, sabía que el ciclo de todas las versiones de mi mismo continuaría en un bucle constante que mantendría mi descubrimiento oculto al mundo gracias, paradójicamente, a mi descubrimiento. Cada vez que mi yo más joven llegara al punto de descubrir la verdad, yo estaría allí para guiarlo. Aunque sabía que nunca podría escapar de este bucle sin fin, también sabía que mi sacrificio no habría sido en vano.