Calvin Barr es un hombre mayor, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que vive solo con su perro Ralph sin ningún aliciente en su vida… o eso, al menos, sería lo que diría cualquier al verlo, sin embargo, Calvin esconde un secreto que ha mantenido a buen recauda durante años: él fue el hombre que mató a Hitler. En una misión en solitario, un joven Barr se infiltrará en uno de los cuarteles generales del Führer y sin demasiados miramientos acabará con su vida. Entonces, ¿cómo es que nadie lo sabe y todo el mundo cree murió en su búnker? Muy sencillo, todo fue encubierto por un gobierno u otro, hasta que solo fueron señuelos los que dieron vida al malvado dictador alemán. A pesar de que ahora, años después, sigue creyendo que ese hombre se merecía lo que le hizo, no puede evitar sentir remordimientos por haber acabado con una vida; ya que, se quiera o no, Hitler no era más que un hombre. Su vida sin sabor —dirigida por las pastillas diarias, el corte de pelo quincenal a manos de su hermano y las copas a última hora del día— da un giro de ciento ochenta grados cuando un representante del gobierno estadounidense y otro del canadiense lo visitan para reclutarlo para una importante misión: matar al Bigfoot. Esta criatura mitológico existe y Canadá la mantenía controlada, pero ahora ha enfermado y está propagando un virus entre la fauna de la zona, que ya se ha llevado por delante varias vidas humanas. Y ¿por qué escoger a un viejo veterano con achaques y la vista cansada para acabar con ella? Es el único cazador experimentado que es inmune al virus.
No puedo negarlo, las películas con títulos raros y un poco incoherentes tienden a atraerme como la miel a las abejas. Si fui uno de los que fue al cine con curiosidad para saber que había detrás de Los hombres que miraban fijamente a las cabras, no he podido resistirme a un título como El hombre que mató a Hitler y después a Bigfoot, y la verdad, no me he sentido decepcionado. Esperándome encontrar una peli de serie B, he descubierto una de esas cintas que son algo más que un mero entretenimiento de bajo presupuesto. Aunque es cierto que toda la peli está cargada de ese aire pulp en el que se pueden cruzar conspiraciones, los nazis y monstruos fantásticos en una sola trama, es innegable que el realizador pretendía contar algo más. Partiendo de dos hilos argumentales —el pasado y el presente de Calvin Barr—, se hace una compleja reflexión sobre lo que significa las leyendas versus la realidad; no solo la del Bigfoot, sino también la de Hitler, ya que es interesante ver como el hecho de matar a Hitler no mató al nazismo, ya que este tenía recursos para que el «monstruo» siguiera vivo. Además, es muy interesante ver el arrepentimiento que siente Barr, no solo por el hecho de haber matado a un hombre —por muy culpable que pudiera ser—, sino también por haber antepuesto el deber como soldado ante el deber con él mismo, el de tener una mujer, una familia… una vida.
A pesar del título y de la premisa, la verdad es que estamos ante una cinta muy introspectiva, cuyo mensaje va más allá de una historia imposible, llegando, incluso, a que nos creamos los hechos que rodean a Calvin Barr; y si eso es posible, no es por el guion, la fotografía o la dirección, sino por una interpretación sublime de Sam Elliott. El actor es el auténtico pilar de la cinta, ya que saca a relucir todos sus talentos como intérprete dramático, consiguiendo que nos traguemos todos y cada uno de los detalles de la trama, a la vez que se apodera de la pantalla, dejando al resto del reparto en meras colaboraciones para que no sea un monólogo, aún siendo tan parco en palabras. Además, por si eso fuera poco, a sus setenta y pico de tacos, Sam Elliott se descubre como un héroe de acción —aunque ya sabíamos que era un tipo duro—, no solo durante su cacería del Bigfoot —llegando a la altura de Rambo—, sino por la presentación de sus «habilidades» de combate al plantarles cara, borracho, a un grupo de ladrones… ¡Im-pre-sio-nan-te!
En resumidas cuentas, El hombre que mató a Hitler y después a Bigfoot no será la peli del año y, si no me equivoco, se ha llevado bastantes palos por parte de la crítica y el público, pero creo que en realidad es porque es una peli incomprendida; es un drama personal muy sincero, sin medias tintas, pero que, en lugar de hacerlo de forma realista, se ha dejado llevar por eso que antes se conocía como la magia del cine, haciendo posible que la misma persona maté a un dictador y a un ser mitológico… y, sobre todo, cuando se trata de Sam Elliott.