
A pesar de que el título original es La doublure, que viene siendo algo así como “la tapadera”, en nuestro país se tradujo por El juego de los idiotas, por el mero hecho de conseguir un gancho comercial entre la presente cinta con la de 1998 del mismo director Francis Veber… como si fuéramos tontos y no pudiéramos ver la relación, o no disfrutarla sin la conexión. Pero bueno, vayamos a la peli…
Con un argumento un poco más complicado que La cena de los idiotas, que deja al margen el humor teatral en favor de la comedia de enredo, en El juego se nos presenta a un nuevo François Pignon, con el rostro de Gad Elmaleh, que no es más que el aparcacoches de un restaurante muy cercano a la Torre Eiffel, vive con su compañero de trabajo Richard, interpretado por Dany Boon, y está perdidamente enamorado de Émilie, Virginie Ledoyen. A pesar de lo aburrido que parezca ser, el vive feliz con su vida, hasta que por casualidad es fotografiado junto a una súpermodelo, Elena, y su amante, el señor Levasseur, este último asustado por perder sus poder dentro de la empresa que posee su mujer si esta se entera del adulterio decide montar una pantomima para esta haciendo pasar a Elena por la pareja de François, haciéndolos vivir juntos con todas las repercusiones que puedan suceder, como que Richard debe irse, Émilie, que ha rechazado a François como marido, envidie a Elena, y que la mujer de Levasseur se entrometa en la ficticia relación sospechando de las infidelidades de su marido.
Dejando a un lado las relaciones con todas las cintas en las que aparece François Pignon, El juego es una comedia de enredo rápida, fluida y con un guion perfecto y muy bien medido, algo a lo que ya nos tiene acostumbrados Veber. Con una historia fantástica que gira entorno de un idiota, por su inocencia y bondad ya que no duda en aceptar a Elena como novia falsa, al tiempo que descubre que no es tan solo un cuerpo bonito sino alguien con sentimientos, y esta le demuestra que no hace falta ser guapo para ser atractivo. En este sentido, Veber nos da lo que nos gusta, un sinfín de risas asentadas a en una trama brillante, gracias también a un gran personaje. Si con La cena de los idiotas se descubrió el potencial de François Pignon como personaje universal, en este film el personaje llega a su cenit interpretado por Gad Elmaleh, que tan solo con su mirada de chico bueno consigue sorprendernos con una carcajada.

Junto al muy acertado Gad Elmaleh, hay un reparto excepcional, desde un antiguo idiota —como demostró en Salir del armario—, Daniel Auteuil, que hace de malvado señor Levasseur, una espectacular Alice Taglioni como Elena, y Kristin Scott Thomas como la divertida mujer de Auteuil. En cuanto a los secundarios, que a pesar de no tener mucha importancia en el argumento principal, tienen sus contrapuntos cómicos, como Dany Boon que es Richard, el amigo desastre de François, que nos deja una magnífica frase como: “No somos feos, somos interesantes”, patética y genial a la vez. Junto a él Virginie Ledoyen, interpreta a Émilie el amor platónico de François, y Michel Aumont —el vecino gay de Salir del armario— que hace de médico hipocondríaco. Un reparto lleno de actores habituales del maestro de la comedia francesa, con unas incorporaciones más que perfectas entre los protagonistas que logran estar a la altura.
Aunque en cuanto a formato no destaca, ya que en ningún innovado en el apartado técnico, lo cierto es que en ningún momento le pesa este defecto, ya que, en la práctica, una película de este tipo no lo necesita, sobre todo cuando tiene un diez en todo lo anterior mencionado. De esta manera, Francis Veber logra cerrar el círculo de François Pignon, no solo como colofón de de la trilogía protagonizada por el personaje, sino también como un autoreferencia al conectar esta peli con La cena de los idiotas mediante el padre del presente François, que es invitado a una “cena” —que todos ya conocemos— para que muestre su afición, coleccionar cucharones antiguos.
Si bien parece un refrito más de todo lo precedente en cuanto a François Pignon se refiere, lo cierto es que estamos ante una peli extraordinaria, una comedia francesa moderna en la que los gags visuales se entremezclan en su justa medida con los diálogos rápidos y mordaces para hacer eso que tanto nos gusta a todos, provocarnos una carcajada tras otra.