
Cuando James Gunn anunció que quería hacer una serie centrada en Peacemaker, ese antihéroe violento y algo patético que conocimos en The Suicide Squad, confieso que lo tomé con escepticismo. ¿De verdad hacía falta una historia sobre ese tipo que decía “I cherish peace with all my heart — I don’t care how many men, women, and children I need to kill to get it”? Pero claro, James Gunn tiene un don: convertir a los inadaptados en protagonistas entrañables, y Peacemaker es prueba de ello.
Estrenada en 2022, fue un bombazo inesperado: irreverente, sangrienta, absurda y con corazón. Tres años después, la segunda temporada llegó en 2025 para demostrar que el caos puede evolucionar, que incluso un asesino con problemas con papá puede tener crecimiento emocional… y, sobre todo, que DC todavía puede ofrecer series con identidad.
La primera temporada funciona casi como una terapia encubierta disfrazada de serie de acción. Christopher Smith (John Cena) regresa tras los eventos de The Suicide Squad para integrarse en un equipo del gobierno que combate una invasión alienígena de mariposas mentales —sí, literal— mientras intenta procesar su culpa, su crianza y su necesidad de ser amado.
Lo que me encanta de esta temporada es su tono: un equilibrio imposible entre la violencia caricaturesca, el humor más bestia y momentos de verdadera vulnerabilidad. James Gunn logra que un personaje que podría ser una broma andante se convierta en alguien trágicamente humano.
El equipo —Danielle Brooks como Adebayo, Freddie Stroma como Vigilante, Jennifer Holland como Harcourt y Steve Agee como Economos— aporta variedad y dinamismo. Ninguno está solo para hacer reír: todos tienen su pequeño arco, sus heridas, sus decisiones cuestionables.
El humor funciona porque hay honestidad detrás del ridículo. Cena se entrega completamente al personaje: torpe, emocionalmente bloqueado, pero incapaz de dejar de intentar “hacer el bien”, aunque no tenga claro qué es eso. Y claro, el soundtrack ochentero, los créditos con esa coreografía absurda y gloriosa, y las peleas que parecen videoclips de metal le dan una identidad única.
¿Lo mejor? Su energía. ¿Lo peor? A veces, la trama se dispersa un poco con subtramas absurdas que rompen el ritmo (el arco de las mariposas podría haber durado un par de episodios menos). Pero en general, fue una de las series más refrescantes de su año.
Tres años después, la segunda temporada llega con un tono un poco distinto: menos paródico, más introspectivo, sin perder la acción ni el humor. Ahora Peacemaker se enfrenta a las consecuencias reales de sus actos: su imagen pública, la desconfianza del gobierno y, sobre todo, su propio trauma. Lo interesante es que Gunn (aquí como productor ejecutivo, con episodios dirigidos por Peter Safran y Jody Hill) mantiene la esencia punk pero añade capas emocionales más oscuras.
Esta temporada se nota más ambiciosa en escala y más madura en escritura. El conflicto no es solo físico (aunque sí hay nuevas amenazas sobrenaturales, más conectadas con el universo DC post-Superman de Gunn), sino moral: ¿puede alguien como Peacemaker realmente redimirse? ¿O su código de “paz a cualquier precio” lo condena a repetir sus errores?

El arco de Adebayo también brilla más: pasa de ser la “novata” del grupo a una mujer dividida entre su ética y las presiones institucionales. Harcourt, por su parte, asume un rol más central como líder emocional, mientras que Vigilante continúa siendo ese bufón adorablemente perturbado que aporta ligereza.
Técnicamente, la serie sigue siendo espectacular: las escenas de acción tienen coreografías más elaboradas y los efectos especiales, sin ser de gran presupuesto, se integran mejor. Pero lo que realmente destaca es la evolución del tono: menos “parodia sangrienta”, más “sátira con peso emocional”. Es como si la serie hubiera crecido con su protagonista.
Lo único que me chirría un poco es que en su intento de conectar más con el nuevo universo cinematográfico DC, algunos cameos y guiños se sienten algo forzados. Aun así, no rompen la experiencia: simplemente recuerdan que Peacemaker sigue siendo el punto medio entre lo gamberro y lo épico.
En conjunto, Peacemaker es una joya rara dentro del universo DC: una serie que no teme ser absurda, brutal, emocional y divertida al mismo tiempo. La primera temporada brilla por su frescura y descaro; la segunda, por su evolución emocional y su cohesión narrativa. Ambas se complementan: una presenta al personaje, la otra lo humaniza.
Aunque no todo es perfecto (algunos excesos de tono, ciertos episodios que se sienten de relleno), su mezcla de humor, acción y desarrollo de personajes la hace sobresalir. Peacemaker logra lo que muchas adaptaciones de cómic no consiguen: equilibrar el espectáculo con la introspección sin perder su identidad. Y sí, lo admito: sigo sin saltarme el opening. Es que no se puede evitar.
