Una de las virtudes —y, a mi entender, también único defecto— del mundo creado por J. R. R. Tolkien son sus dimensiones. Y no solo hablo de dimensiones geográficas que se recorren a pie o a caballo —a veces en águila o a vuelo de dragón—, sino también a las argumentales y cronológicas, ya que la historia de la Tierra Media es, cuanto poco, exageradamente extensa. A pesar de que libros publicados por Tolkien en vida son, principalmente, El hobbit y El señor de los anillos, a estos se le han sumado incontables ediciones llevadas a cabo por su hijo Christopher —en base a las notas y esbozos de su padre—, con títulos importantes como El Silmarillion y Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media, pero también la casi enciclopédica La historia de la Tierra Media, con trece volúmenes bastante gruesos. Esto provoca que se trate de una obra inabarcable o al alcance de muy pocos, ya que la prosa no es que sea precisamente ligera, pero, por el otro lado, permite que se pueda adaptar las historias de Tolkien de muchas maneras… y es aquí donde ESDLA: Los anillos de poder encuentra su filón.
Ambientada miles de años antes de los sucesos de El hobbit y El señor de los anillos —da igual si los libros o las pelis—, se centra en los sucesos de la Segunda Edad del Sol, focalizando su atención en una Galadriel y un Elrond mucho más jóvenes, así como un reparto de nuevos personajes —de invención propia o de los libros—, que nos permitirán conocer lo que sucedía en la Tierra Media mucho antes de la gran guerra contra Mordor y Sauron que Frodo zanjó arrojando el anillo único a las entrañas del Monte del Destino. Podría alargarme más e intentar resumir las principales tramas argumentales que nutren la serie, pero lo cierto es que sería un esfuerzo inútil, ya que uno de los principales defectos que tiene la serie es, precisamente, unas historias bastante flojas. Es decir, como sucede en todas las series, hay varios hilos argumentales que se desarrollan y se entrecruzan, o no, para dar vida los muchos personajes que las nutren. Ahora bien, en este caso, aunque las haya, nos encontramos ante unas historias tan sosas y que se alargan demasiado como para que conectemos con ellas. Se formulan grandes incógnitas, como: ¿quién es Hallbrand? ¿o el extraño?, pero se dejan en el aire para resolverlas en el último momento. Para que nos hagamos una idea, hasta que no se llega al final del episodio seis y los episodios siete y ocho, no sucede nada memorable, siendo más un prólogo muy extenso que algo realmente importante. Y, para colmo, cuando llega este momento, se convierte en trascendental e importante por el hecho que conecta con las historias que ya conocemos, a la vez que finiquita la temporada, dejándonos con ganas de más.
Es cierto que Amazon —siendo una apuesta personal del gran jefe, Jeff Bezos—, se ha dejado una pasta para conseguir los derechos —por los que negoció solo por una pequeña parte de todo lo que comentábamos antes— y a invertido un dineral para convertir esta serie en la más cara de la historia; sin embargo, aunque en pantalla se aprecia esa inversión con unas imágenes a la altura de lo que fuera la trilogía de El señor de los anillos de Peter Jackson, dejando claro que en el apartado técnico no hay nada que discutirle, en lo argumental —como ya decíamos— y en lo artístico se queda a medio gas. Los responsables de ambientar la Tierra Media se han lucido, han aprovechado cada maldito céntimo que les han dado, tirando del imaginario que todos conocemos —sin ir más lejos, se ha regresado a Nueva Zelanda—, para ofrecernos algo increíble. Pero parece que en lo creativo, es como si se hubiera querido abarcar demasiado, sin perder de vista lo que otros han hecho antes y no se ha sido demasiado atrevido. Desde mi punto de vista, recurrir a Galadriel y a Elrond es un recurso comercial, ya que el elenco de personajes es mucho más amplio en el mundo de Tolkien, y más cuando se les ha dado libertad para crear siempre no se contradiga lo que escribió el autor. Para buscar un ejemplo comparativo, la impresión que uno tiene es la misma que se tuvo cuando Juego de Tronos dejó de seguir los libros, es decir, que le falta la chicha, la sustancia que solo gente como George R. R. Martin o Tolkien le pueden dar a una historia, como si a lo que se nos presenta le faltará un hervor, pulirlo un poco más.
Ha sido una serie que me ha costado ver y seguir, sobre todo porque en los cinco primeros episodios no lograba conectar con los personajes, no me importaba lo que les sucedía, a la vez que costaba ubicarse en un mundo tan grande como el de Tolkien, y solo la presencia de personajes conocidos —los mencionados Galadriel y Elrond, cuyos carácteres no cuadran con lo que tenía preconcebido, y otros que no chafaré— ha conseguido engancharme de nuevo. De momento, por lo que a mí respecta, esta primera temporada de Los anillos de poder sirve como precuela justita de lo que había hasta ahora, ya que carece de la fuerza suficiente como para tener entidad propia, veremos si la cosa sigue igual en las siguientes temporadas —supuestamente cuatro más—, o si, por el contrario, mejora lo suficiente como para se la compare con lo que dirigió Peter Jackson hace ya veinte años.