Tuck regresa como un hombre rico en busca de la que fuera su amante, T. J., dueña de un circo que recorre los pueblos con actuaciones espectaculares para el público de México. Su visita, no muy bien recibida, coincide con su encuentro con un paleontólogo, el profesor Bromley, que le cuenta que está buscando pruebas de la existencia de una antigua criatura, un pequeño caballo prehistórico. Sin embargo, lo que Tuck no espera es que la gran siguiente atracción del circo de T. J. sea, precisamente, un pequeño caballo muy pequeño llamado Diablo y cuyas características son idénticas a la criatura de Bromley. Esto le llevará a investigar el origen de Diablo, una pista que lo conducirá a un recóndito valle dónde nadie podría imaginar lo que los aguarda.
Partiendo de la idea concebida por Sir Arthur Conan Doyle en El mundo perdido, aquí se ambienta la historia en el lejano oeste, mezclando elementos del western y de la ciencia ficción de finales del siglo XIX, para dar lugar a una historia que si hoy en día cayera en buenas manos… nadie haría caso. Sin embargo, se trata de una cinta estrenada en 1969, dos años después de su rodaje debido a su larga posproducción, en la que el legendario Ray Harryhausen hizo lo que pudo para salvar la peli y lo logró.
Lo cierto es que si uno se pone serio y severo para criticar esta película encontrará fallos y defectos por todos lados, porque los tiene. Para empezar, la ambientación en el lejano oeste es de dudoso gusto y calidad, ya que para el público de nuestro país no les costará identificar el estilo arquitectónico de las ciudades de Andalucía —concretamente, Almería—, así como las conocidas formaciones de rocosas de la Ciudad Encantada de Cuenca. Además, el vestuario elaborado brilla por su ausencia, ya que a parte de pañuelos, sombreros y pistolas, la ropa es la típica de finales de los sesenta. Por si esto fuera poco, la interpretación se queda muy corta al ver como James Franciscus es una versión descafeinada de Charlton Heston, Gila Golan no logra convencer como la estrella, Gustavo Rojo se queda a medio camino del antagonista y ni tan siquiera Laurence Naismith salva su papel como paleontólogo.
Por fortuna, como comentábamos antes, la larga posproducción valió la pena cuando el montaje es lo suficientemente ágil para que la peli tenga un buen ritmo acorde con la trama, sin alargar ninguna secuencia más de lo necesario; y, sin duda, lo más importante, las criaturas que incluye la mano de Ray Harryhausen están a la altura; hoy en día —tan acostumbrados al CGI— se nota que son muñecos de stop-motion, pero a pesar del paso del tiempo, la magia del cine sigue funcionando como es debido para el maestro del stop-motion y a pesar de todo lo malo que tiene esta cinta, el talento de Harryhausen la levanta en cuanto aparecen las primeras criaturas y la corona en el épico final que si bien puede resultar gracioso, no tiene nada que envidiar a otras grandes producciones de la época.
A pesar de todo, lo cierto es que nos hallamos ante una cinta para sibaritas, para aquellos con ganas de ver cosas diferentes y originales que puedan sorprenderlos, por lo que un western con dinosaurios de Ray Harryhausen es una muy buena opción.