
La Matanza de Texas 2, Lifeforce, El Guerrero Americano, Yo soy la justicia, Delta Force, Yo, el Halcón, Cyborg, Ninja 3, Invasion USA, Sahara, El Desafío de Hércules, Lady Libertine, Hot Chilli, Superman IV, Masters del Universo, Gor, Simbad, el Rey de los Mares, Lambada, Los Bárbaros, El Último Americano Virgen, Las Minas del Rey Salomón, America 3000, La casa de las sombras del pasado, El Tren del Infierno, Desaparecido en combate… ¿Os suenan? Si es así conocéis de tú a tú a la infame productora Cannon Films, dirigida por dos primos israelís cuya visión de la industria cinematográfica estableció los parámetros de la distribución del cine independiente hoy en día, es decir: vender la película antes de tenerla terminada. Entonces, si se ha despertado vuestro interés seguro que es porque de jóvenes paseabais por los video clubes atraídos por las llamativas carátulas de estas películas. ¿Buscabais acción? ¿Terror? ¿Ciencia ficción? ¿Aventuras? ¿Momentos picantes? ¿Fantasía? ¿Comedia? ¿Espada y brujería? Todo tenía cabida en el loco mundo de Menahem Golan y Yoram Globus, los citados propietarios de la Cannon, que a finales de los setenta la compraban para introducir su forma de hacer cine en Estados Unidos: ellos habían sido los principales impulsores de la industria cinematográfica en su Israel natal. Una pareja llena de pasión por el cine y con un gusto hortera, en particular por los chándales, que trasladaron a la pequeña pantalla, pues los ochentas se convirtieron en su particular feudo doméstico: nadie que haya vivido durante dicha década se habrá librado de alquilar una de sus películas.
En caso de no sonaros ninguna de las películas citadas o, peor aún, si no son de vuestro gusto; lo mejor es que obviéis esta reseña y volváis a la gris realidad de una época donde la serie B ya no es tan divertida, quizás, porque falta el descaro de personajes como los que pueblan este documental.
Bien, Electric Boogaloo es un homenaje cándido y dinámico a los primos detrás de la Cannon. Golan como director, productor, guionista y lo que le echasen, mientras Globus ejercía de productor y hombre de negocios de dudosa perspicacia. El documental se caracteriza por su trepidante ritmo y falta de profundidad: se echan de menos entrevistas actuales de Globus y Golan, que seguro hubiesen estado llenas de jugosas anécdotas, pero cuando se enteraron de que se estaba rodando un documental sobre su obra y milagros, se aprestaron a realizar su propio documental consiguiendo incluso estrenarlo antes. ¿No son encantadores? A pesar de la ausencia de estos dos visionarios (o alucinados a juzgar de la opinión que el mundillo del cine tiene de ellos), el documental se nutre de un buen número de declaraciones, que constituyen el esqueleto de la exposición, cubierto de una gran cantidad de metraje de las películas comentadas así como breves fragmentos de material de archivo donde Globus y Golan muestran la mayor desfachatez sin que se les caigan los anillos. Pero sería injusto destripar su carrera, porque entonces estaríamos destripando el contenido de Electric Boogaloo, título que ha sido tomado prestado de una de las producciones más locas de la Cannon: una fumada sobre el break dance llena de colores pastel y bailes imposibles. Esa vendría a ser una de las constantes de esta obra, exponer la falta de vergüenza y escrúpulos de nuestros israelíes favoritos, y todo servido con buen humor a pesar de dar demasiadas vueltas sobre sí mismo.
Afortunadamente, Mark Hartley, director de la cinta, se decide por hacer un recorrido temporal, editado con mucho estilo, por el catálogo más destacado de la productora lo que le otorga la oportunidad de avanzar sin mucha dificultad entre divertidas escenas donde Chuck Norris (gran ausente), Charles Bronson (¡el más grande!), Michael Dudikoff (otro überninja), Lou Ferrigno (los pectorales del poder) o un enano disfrazado de mono demuestran de lo que eran capaces Globus y Golan con tal de publicar una película. Y esta es la parte más bonita del asunto, por mucho que ambos fuesen unos gestores impresentables, de fuerte carácter y maneras de divos, estos dos hombre sentían una pasión enfermiza por el cine, y de esa manera perdían la coherencia y se lo flipaban con sus propias producciones. Golan dirigió muchas de ellas, pero la que más destaca como ejemplo de esto último comentado sería Delta Force; un intento de superproducción, que representaba la punta de lanza de un catálogo bastante mediocre, que cubre momentos tan psicodélicos como una moto con un lanzacohetes en el tubo de escape. ¿Creíais que Fast and Furious era una vacilada? Eso es porque no habéis disfrutado suficiente cine de Chuck Norris.
Así que entre declaraciones y anécdotas, un poco repetitivas para mi gusto, pasan cien minutos tan ricamente. A lo que ayuda el interés por el lado más sórdido de los primos, como se observa en la primera parte de documental dada la multitud de erotismo dentro de sus primeras producciones. De hecho, tras ver algunas de las escenas más destacadas del universo Cannon, resulta cómico oír a los jóvenes aficionados de hoy en día sorprenderse con propuestas como The Human Centipede. Efectivamente, durante ciertos momentos de El Último Americano Virgen, una supuesta «teen movie», se roza una sordidez que jamás podrá ser superada por una hilera de tíos cosidos boca-ano; por muy alto que sea el número de víctimas que compongan al ciempiés de marras. Por otra parte, también cabe destacar los intentos de la productora por realizar cintas «elevadas», obras de arte en su máxima expresión: por ejemplo ahí queda el Rey Lear de Godard, otro jodido despropósito.
Resumiendo, si aquella época del vídeo club, con su imposible mezcla de géneros y propuestas baratas pero de innegable encanto, significa algo para ti, debes echarle un vistazo a Electric Boogaloo, pasará un estupendo rato. Si por otro lado todo esto del cine casposo y de la acción absurda repleta de ninjas, bárbaros y tíos con bigote no te dice nada, mejor que ni lo intentes.
Un artículo de Bob Rock