
Los mejores monstruos del terror clásico reunidos
Aunque pueda sonar un poco masoquista, a la gente nos encanta pasar miedo… siempre y cuando sea controlado y de ficción. Es por ese motivo que no es de extrañar que desde que la cultura se popularizó a lo largo del siglo XIX, en los que los libros dejaron de ser para un pocos escogidos y pasaron a pertenecer a la mayoría —siempre generalizando, que comprar o leer un libro a mediados de 1800 no es como se hace hoy en día—, algunos de los relatos que más proliferaron y que ahora, con más de un siglo de vida, se han convertido en clásicos son los de terror. De Edgar Allan Poe a Bram Stoker, pasando por Mary Shelley y toda una larga lista de autores de la segunda mitad del siglo XIX crearon algunos de los relatos más terroríficos de la historia que, aún hoy, siguen vendiendo libros como churros… y películas.
Este deseo por asustarnos en las salas de cine viene del principio del cine, cuando en la pantalla aparecía un tren que se cernía sobre los espectadores y estos salían corriendo asustados de las primeras proyecciones de los hermanos Lumière… porque después volvían a entrar para repetir la experiencia. Con esta premisa no es de extrañar que en seguida que el cine se convirtió en una empresa del espectáculo las historias de terror volvieran a emerger y a asustar a todos los que osaban verlas.
Hay centenares de títulos de terror —sean cortometrajes o películas— que aterrorizaron a ese inexperto público de principios del siglo XX, como, por ejemplo, Nosferatu de 1922, que no era más que un plagio de Drácula. Pero, sin duda, las que realmente llegaron al gran público —es decir, el americano— fueron las que abrieron lo que hoy se conoce como los Monstruos de la Universal. Escasamente diez años después de su fundación, Universal Pictures se fijó en dos historias que inaugurarían esta peculiar franquicia: El jorobado de Notre Dame (1923) y El fantasma de la ópera (1925), ambas protagonizadas por Lon Chaney y producidas por Carl Laemmle. Con la visión del segundo y el buen hacer del primero con el maquillaje y la interpretación popularizaron el género de terror decimonónico y lo trasladaron al siglo XX.
Fue precisamente el éxito de estas dos películas, que hizo que Carl Laemmle Jr. —hijo del anterior, evidentemente— se hiciera con los derechos de obras clásicas de la literatura de terror, como Frankenstein o Drácula, y las adaptó a la gran pantalla, dando pie a que nacieran los «monstruos» del cine tal y como hoy los conocemos. De esta época nacen los personajes de la criatura de Boris Karloff, o su versión de la Momia, así como el maravilloso Drácula de Bela Lugosi; en ambos casos, la imagen de sus personajes abandonó la película en sí misma y se convirtieron en la imagen que todo el mundo tiene de estos personajes, incluso hoy en día para nadie es desconocida esa frente cuadrada de Karloff o la mirada penetrante de Lugosi.
El éxito de estas películas y la impronta que dejaron en la cultura popular fue motivo suficiente para que Universal siguieran sacando jugo a estas historias, reinterpretando clásicos o creando nuevos personajes a lo largo de tres décadas —superando las ochenta películas—, hasta principios de los sesenta, cuando este tipo de películas formaron a formar parte de la serie B, y menguaron sus beneficios.
A pesar de ello, tras más cincuenta, sesenta o, incluso, ochenta años, estas películas que hubieran podido caer en el olvido han pasado al Olimpo de Hollywood y del cine de terror, y siguen siendo imprescindibles para todos los expertos, sean o no aficionados al género del terror.
Para hablar de ellas y evitar repetirnos —ya que a lo largo de esos más de treinta años que se produjeron películas de monstruos, la propia Universal ya lanzó remakes de sus propias películas y todo tipo de secuelas—, nos hemos fijado en las ocho películas más populares, cuyos monstruos, realmente, se han convertido en referentes del género: Drácula (1931), El doctor Frankenstein (1931), La momia (1932), El hombre invisible (1933), La novia de Frankenstein (1935), El hombre lobo (1941), El fantasma de la ópera (1943) y La criatura de la laguna negra (1954).