En plena pandemia, Miles Bron, un visionario al estilo Steve Jobs o de Elon Musk pero pasado de vueltas, reúne a un grupo de amigos que forman parte de una supuesta élite en muchos aspectos de la sociedad y la cultura, a pasar unos días en su isla en el mar Egeo, con la intención de jugar a los asesinatos durante su estancia. Más o menos entusiasmados, una política, un influencer y su novia, una modelo y su agente, y un científico esperan encontrarse con aquel que los ha hecho brillar como seres especiales. Sin embargo, todo toma un rumbo diferente cuando se presentan otras dos personas: Andi Brand, antigua socia de Miles y que hace mucho que no se reúne con sus viejos amigos e, inesperadamente, Benoit Blanc, el famoso detective, que supuestamente ha sido invitado Miles, pero que este admite no haberlo hecho. Para colmo, lo que pretende ser una fiesta de la jet set, terminará convirtiéndose en una tensa situación cuando uno de ellos muera y nadie sepa quién es el asesino… por suerte, Blanc estará allí para resolverlo.
A pesar del esfuerzo que ha hecho Rian Johnson y su equipo —y, por supuesto, Netflix— para sorprendernos, lo cierto es que Glass Onion está a años luz de su predecesora, ya que, de entrada, conseguía mantenernos en vilo durante mucho más rato sin saber quién era el culpable ni cómo había logrado averiguarlo en detective. En este aspecto, Glass Onion tiene una primera hora muy dura, muy lenta, haciendo que sea una peli que le cuesta arrancar. También es cierto que, cuando lo hace, la acción se desboca para presentarnos todos los hechos y hacernos encajar todas las piezas del misterio, pero con la mala pata que es tan clara que en seguida veremos por dónde van los tiros y el giro final no será, para nada, tan sorprendente como se pretende, ya que es previsible desde mucho antes.
Teniendo en cuenta estos dos elementos, vitales para que una cinta de misterio funcione, podríamos pensar que estamos ante una mala película o ante un patinazo, pero no es así. Por un lado, tenemos una buena labor de dirección y de guión, demostrando que Rian Johnson sabe contar una historia, aunque esta tenga una trama relativamente floja. Por el otro, un reparto muy contundente consigue darle profundidad a unos personajes bastante superfluos y arquetípicos, para convertirlos en los perfectos participantes de esta velada que podríamos considerar una modernización del clásico de los Diez negritos. Sin ir más lejos, aunque sin destacar demasiado, nombres como Kate Hudson, Dave Bautista, Kathryn Hahn, Leslie Odom Jr. y Jessica Henwick, o, incluso, Ethan Hawke y Hugh Grant en unos papeles muy breves, le dan brillo a una historia que podría haber salido muy deslustrada, sino hubiera sido por ellos, y, sobre todo, por Edward Norton —al que nos encanta ver sufrir—, Daniel Craig y Janelle Monáe, que como sucedía con el trío formado por Craig, Chris Evans y Ana de Armas, se llevan todo el protagonismo, demuestran su talento y cargan con toda la historia, siendo los vehículos de esta.
Sin embargo, como decíamos antes, se trata de una peli que si bien logra entretenernos con un espectáculo bastante digno, lo cierto es que si vamos con las expectativas muy altas —generadas por su predecesora— nos daremos un batacazo considerable, ya que es una cinta incómoda en el primer tramo, en el que no se logra conectar con los personajes —porque nos caen realmente mal, ¿tal vez la intención de Rian Johnson? ¿Quién sabe?—, y que carece de la energía y del gancho de Puñales por la espalda. Por otro lado, el personaje de Blanc, aunque Craig lo clava, se desvía del perfil creado en el anterior misterio, y se convierte en una especie de Poirot aún más remilgado, a la vez que un Sherlock Holmes carente del carácter del personaje de Conan Doyle. A grandes rasgos, podríamos decir que hay un halo alrededor de la película incómodo, como si no estuviera a gusto consigo misma, algo que se transmite al espectador y que provoca que este pierda, no tanto el interés, pero si el entusiasmo por seguir con la trama.
Aún con todo, a pesar de sus defectos y de ciertos elementos cuestionables, creo que Rian Johnson cumple con su cometido —al menos aprueba, aunque sin demasiada nota—, ofreciéndonos un par de horas de un cine interesante y un tanto diferente al habitual, aunque no tan fresco como el de Puñales por la espalda.