Podría empezar a hablar de Godzilla como uno de los taquillazos de 2014, contar todas sus virtudes y sus pocos defectos, y ensalzar el visionario que se le ocurrió traer de nuevo al monstruo japonés a la gran pantalla, pero seguramente me equivocaría en muchas de mis afirmaciones, al ser un completo ignorante de esta peculiar y longeva criatura. Para ser sinceros -y sé que algunos me tacharéis de impío de la ciencia ficción-, pero hasta pocos días antes de ir a ver esta versión de Godzilla, no había visto la de Roland Emmerich de 1998. Lo sé, lo sé, como cinéfilo que vivió su infancia en los noventa, esta película era obligada -como bien me ha hecho notar mi compañero Xavi-, pero que queréis que os diga, por aquel entonces tenía sólo diez años y para mi Godzilla sólo era un muñeco de goma que estaba de moda. Pero ahora las cosas han cambiado, con mi habitual afán por documentarme -y de perder el tiempo en cosas poco importantes-, en pocos días me he documentado para poderos hablar mejor de esta pequeña joya palomitera que será recordada en siglos venideros. ¿Por qué digo que será recordada? Pues por un motivo muy simple, porqué por primera vez en sesenta años, se hace un reboot, remake o lo que sea de Godzilla, que es digna del original.
Para aquellos ignorantes -entre los que me incluyo-, Godzilla tiene una trayectoria espectacular, que no empieza en 1998 con Emmerich, ni con la serie de animación que derivó de ella. Godzilla nació en 1954 de la mano de Inoshiro Honda en la película llamada Gojira -sí, sí, con “J”, lo de Godzilla es una pésima traducción americana que ha pasado a la historia-, desde entonces ha protagonizado veintiocho películas japonesas y tres americanas, la última de ellas, la que tenemos entre manos. Y durante todos estos años ha ido pasando de ser una criatura mitológica a un lagarto mutado por la radiación, y de un ser que debe eliminarse a un protector de la humanidad; del mismo modo que ha pasado de ser un pequeñín de apenas cincuenta metros de altura, a una monstruosidad tres veces mayor, y es aquí donde reside la grandeza de la película dirigida por Gareth Edwards.
La historia plantea que las supuestas pruebas atómicas realizadas en el Pacífico no lo eran, sino que en realidad eran intentos para acabar con una criatura gigantesca que nadaba por los Mares de Sur, hasta que en 1999 ocurre la desgracia. Mientras que los científicos Ishiro Serisawa y Vivienne Graham descubren en Filipinas un esqueleto gigante y dos vainas ovoides, una de las cuáles ha eclosionado hace poco, la central nuclear de Janjira estalla bajo sospechas circunstancias. Quince años después, Ford, uno de los niños que sobrevivió a la explosión, acompaña a su padre, uno de los antiguos responsables de planta que está obsesionado con el accidente que acabó con la vida de su esposa, al interior de la zona de cuarentena, donde descubre que en realidad, lo que hizo estallar la central fue un MUTO (Massive Unidentified Terrestrial Organism). Esta criatura, que permanece en hibernación dentro de su crisálida bajo el control de Serisawa y Graham, despertará huyendo hacia el este en busca de su alimento, todo tipo de material radioactivo. Será entonces cuando Godzilla, un gigantesca criatura, emergerá de las aguas para cumplir con su ancestral misión, acabar con el MUTO y proteger a todo ser viviente sobre la faz de la tierra. Aún con las advertencias de Serisawa, la Marina de los Estados Unidos, así como otras fuerzas militares, no dudarán en planear acabar con el MUTO así como con Godzilla, antes de que cualquiera de los dos se acerque a la costa de California.
A pesar de tratarse de un blockbuster el argumento es increíble; clásico, obvio, predecible, pero está muy bien llevado y nos hace disfrutar como críos. Por otro lado, el reparto es impresionante, en él encontramos actores de la talla de Aaron Johnson (Kick-Ass), Bryan Cranston (Breaking Bad), Ken Watanabe (El último samurái), Juliette Binoche, Elizabeth Olsen y David Strathairn.
Pero lo que realmente consigue que está película sea una gran película es, como ya hemos dicho antes, es el propio Godzilla. Lejos del aspecto de dinosaurio gigantesco de la versión de 1998 -cuyos hijos parecían los velociraptores de Jurassic Park-, este Godzilla recupera su posición erguida y ese tono más oscuro de piel para asemejarse mucho más al original japonés. Además, no es una criatura carente de inteligencia movida por el instinto, al contrario, cuando se nos ofrece un primer plano de la cara del monstruo, vemos en sus ojos aquel brillo de intelecto que muchas veces podemos ver en perros o simios, por lo que vemos que Godzilla… ¡Sabe lo que se hace! Y si todo esto no fuera suficiente, el film no escatima en espectacularidad mostrándonos un Godzilla, que mide alrededor de 150 metros de altura -superando con creces a cualquier Godzilla creado hasta ahora-, luchando sin descanso contra unas criaturas malvadas de similar tamaño.
Tal vez haya gente que me diga -con voz snob y frotándose la barbilla de intelectual- que películas como esta son las que están destruyendo el séptimo arte, pero debería recordarle que el cine, ante todo, es un espectáculo.