
¿Es posible que una serie tenga misterio, humor, intriga, diversión, mucha tensión, toneladas de fantasía, y el doble de ciencia ficción y no parezca un barroco retablo de un mundo sin sentido? Rotundamente, sí, y esta no es otra que la serie de animación creada por Alex Hirsch para Disney llamada Gravity Falls. Para resumirlo a grandes rasgos, podríamos decir que Gravity Falls es Stranger Things un poco edulcorada en cuanto a violencia y en dibujos, sin embargo, cuando se estrenó la serie de Netflix, la de Hirsch ya había terminado de emitirse, por lo que lo correcto sería decir que Stranger Things es la versión en acción real de Gravity Falls… pero bueno, todo esto poco importa, ya que lo realmente relevante es la serie que ahora mismo tenemos entre manos.
La acción transcurre en el verano de 2012 —sí, un solo verano— en el pueblo de Gravity Falls en Oregón, que es presentado como el típico pueblecito de carretera estadounidense que ya todos conocemos gracias a la televisión, a él llegan, desde California, Dipper y Mabel Pines para pasar el verano en la casa de su tío abuelo Stan, un hombre de más setenta tacos que se dedica a vaciar los bolsillos de los ingenuos turistas de carretera con su Cabaña del Misterio y las atracciones que en ella guarda: falsos monstruos disecados, antiguallas convertidas en obras de arte, trastos que han sido ascendidos a objetos de museo y un largo etcétera de extraños artilugios. Junto a Stan trabajan un chico para todo, Soos, con una peculiar concepción del mundo, y Wendy, una adolescente con ganas de todo menos de estar allí. Hasta aquí podríamos creer que Dipper y Mabel se enfrentan a unos tediosos y aburridos meses de verano… Sin embargo, todo cambia cuando Dipper encuentra un misterioso diario que le revelará que bajo la capa de intrascendencia de Gravity Falls, existe todo un mundo de sucesos extraños, misterios y monstruos que nadie parece ver, y que él y su hermana podrán explorar. De este modo, la plantilla al completo de la Cabaña del Misterio se verá obligada a enfrentarse a zombies, dinosaurios, gnomos, niños con pretensiones mesiánicas y antiguos diablos de todo tipo, por mencionar algunos ejemplos.
Hasta aquí podríamos estar frente a otro producto de la nueva televisión infantil —que también busca llamar la atención de los mayores— como Hora de aventuras, Historias corrientes o El asombroso mundo de Gumball, pero Gravity Falls quiere ir un poco más allá y nos ofrece un entretenimiento puro y sin rodeos, ya que, sin ir más lejos, mientras las mencionadas series superan de largo los doscientos cuarenta capítulos, esta solo tiene cuarenta y diecisiete cortos que sirven de puente entre las dos temporadas. Esta decisión, que resulta extraña en un producto de éxito, salió del propio creador que creyó que así no se perdía la chispa inicial y que mantenía lo coherencia de que todo sucedía en un solo verano… y tenía toda la razón. Evidentemente tiene algunos capítulos de relleno, pero son muy pocos y no se notan forzados, al contrario, sirven para espaciar la trama principal que se va planteando con cuidado hasta que, de repente, te encuentras en la recta final de una guerra épica por el futuro de Gravity Falls. Lo más sorprendente de todo esto es que a pesar de los pocos capítulos y la falta de continuidad en su emisión —ya que la primera temporada de veinte capítulos se estrenó entre febrero y agosto de 2013, y la segunda tanda de veinte entre agosto de 2014 y el febrero de ¡2016!—, consiguió atrapar al público, gracias a las historias narradas y la óptica desde la que se hacía, pero, sobre todo, por el carisma de todos los personajes, ya que incluso los más tontos y secundarios juegan un papel vital en el objetivo principal de la serie: entretener.

Como decimos, el éxito de esta serie se sustenta en dos pilares esenciales la manera de contar las historias y sus protagonistas. Lo primero, esencial en una trama que se basa en los típicos sucesos tipo Expediente X, es que se enfoca desde la perspectiva de los niños y con el tono pueblerino americano que, se quiera o no, siempre tiene ese halo exótico, incluso para los norteamericanos. Es decir, por ejemplo, cuando se enfrentan a una horda de zombies, no lo hacen como estamos acostumbrados a ver, sino que lo hacen cantando en un karaoke. Con esta base que parte de una perspectiva original de un tema bastante manido, lo único que le falta es que los personajes que protagonizan las historias nos atraigan y nos caigan simpáticos, y estos lo son. Todos, a su modo y de formas muy diferentes, consiguen caernos bien, ya que si bien el centro de todo es Dipper y en segundo lugar Mabel, es cierto que tanto Stan —que esconde muchos más misterios de los que muestra en su cabaña— como los demás tienen sus momento de gloria, ya que por pequeños que sean, ahí están para arrancarnos unas risas.
Finalmente, pero no menos importante, todo esto se ve rematado por un empaquetado perfecto, ya que cada fotograma está lleno de pequeños detalles, que nos llamarán la atención por curiosos o porque, de un modo u otro, nos revelan elementos de la trama, sean códigos situados en los créditos o escondidos en la Cabaña, o bien imágenes que se ven fugazmente. Este elemento en una serie como esta es muy disfrutable, ya que en posteriores visionados podemos captar detalles que antes no hemos visto… si fuese mucho más larga no.
En resumidas cuentas, la decisión de Alex Hirsch de limitar la serie a cuarenta capítulos y centrar todos ellos en narrar la idea que tenía de partida sin perderse por los cerros de Úbeda, permite que los personajes no se repitan, que las sorpresas nos lleguen mejor —aún cuando ya las hayamos visto—, y, lo más importante, que la historia nos atrape desde el primero al último viéndonos obligados a ver la serie casi del tirón. Una obra maestra de la animación contemporánea.