
Tras tres años en Hogwarts salvando al mundo mágico del desastre, Harry se propone que este cuarto año sea uno en el que lo más preocupante de todo sean sus notas. Sin embargo, todo cambia por completo cuando es escogido por sorpresa para participar en el Torneo de los Tres Magos, en el que por edad no podría acceder, pero que, debido al contrato mágico, deberá hacerlo junto a Cedric Diggory de Hufflepuff, Viktor Krum de la escuela Durmstrang y Fleur Delacour de Beauxbatons. A pesar de los peligros que supone el torneo y sus escalofriantes pruebas, mientras todo va avanzando la sombra de los mortífagos y de Lord Voldemort seguirá planeando sobre él cada vez que no se lo espera.
Solo un año después de la publicación de El prisionero de Azkaban, J. K. Rowling publicó la cuarta entrega de su exitosa serie, porque sí, si ya era un éxito rotundo en todos los aspectos, estaba vendiendo ejemplares como churros y Warner Bros. había adquirido los derechos para adaptar a la gran pantalla las aventuras de Harry Potter, algo que estaba a la vuelta de la esquina, ya que La piedra filosofal se estrenaría en el cine solo un año después, por lo que aquí había dejado de ser una mera aventura de fantasía juvenil para ser un best-seller, como lo fueron todas las entregas anteriores y posteriores.
En muchos aspectos esta entrega supone un antes y un después en la serie. Por un lado tenemos un elemento argumental vital, y es que si hasta ahora Harry se había enfrentado a diferentes villanos —o versiones del mismo—, a partir de este momento, con el resurgimiento de Voldemort con todo su poder, hará que esta y las tres siguientes siempre sea el mago oscuro el culpable de los problemas de Harry; si bien esto aporta más continuidad a las tramas y mayor adicción, le resta originalidad, porque desde el principio sabemos quién está detrás de todo. Por otro lado, hay una cuestión de volumen, tras tres libros de una extensión moderada aunque fuera creciendo de uno a otro, lo cierto es que aquí se da un salto abismal en cuestión de páginas, ya que estamos ante un verdadero tocho y todo un reto para el público objetivo, algo que se repetiría e iría a más en La orden del fénix y se mantendría en las dos últimas entregas de la serie.
A pesar de que esto podría ser algo negativo para simplificar y alargar las tramas, lo cierto es que tiene una justificación, ya que hasta ahora las historias habían tenido una ambientación muy limitada, es decir, más allá de la calle Privet, la Madriguera de los Weasley y Hogwarts, no veíamos nada más. En El cáliz de fuego se da un paso de gigante para expandir el universo de Harry Potter, desde la final del mundial de quidditch hasta la presencia de alumnos de otras escuelas de magia —que, además, se rigen bajo otras normas a Hogwarts—, haciéndonos ver el mundo de los magos no es solo una escuela perdida de la mano de Dios y un pueblecito al lado. De la misma manera, también hay más personajes, ya que además del nuevo profesor de Defensa contra las artes oscuras, también se añaden otros como los trabajadores del ministerio e, incluso, antiguos deportistas retirados.
Lo cierto es que si bien Rowling, como es de esperar ante el hecho de que los personajes dejan de ser niños para ser adolescentes, muestra las relaciones correspondientes de esta edad, también se esmera en narrarnos una historia compleja, que va más allá de la lucha entre el bien y el mal, con toda una serie de situaciones, hechos y personajes que se mueven por toda la gama de grises: como la cuestión de la condición social de los elfos, los tejemanejes de los gemelos Weasley con el dinero o la relación de los demás alumnos con Harry cuando este es escogido por sorpresa par participar en el Torneo de los Tres Magos.
En resumidas cuentas, si bien no es la mejor entrega de toda la serie, siendo las tres anteriores mejores o, incluso, con El misterio del príncipe por delante, cumple con el reto de mantener a la expectativa al lector y superar el ecuador de una serie de siete libros, sin que esto cause fatiga en ninguno de sus aspectos. Menos fresca, menos mágica, pero mucho más espectacular, hasta llegar a la escala de las pelis que estaban por venir.