
Año nuevo, vida nueva… pero no para Harry Potter. Aunque el curso empieza con relativa normalidad —a pesar del ataque de los mortífagos en la final del mundial de quidditch—, y la presencia de alumnos extranjeros en Hogwarts para participar en el Torneo de los Tres Magos, lo cierto es que Harry no espera que le toque a él ser el protagonista de todo, ya que la competición está reservada a los alumnos de los últimos cursos, sin ningún tipo de sorpresa, «inesperadamente» el nombre de Harry es escogido para participar. En contra de las reticencias de todo el mundo de que participe, finalmente acaba siendo el cuarto alumno en formar parte de la competición… y de las consecuencias que ello conlleva.
De algún modo, tras tres pelis, lo cierto es que la cuarta entrega de una franquicia podía oler a quemado y a difícil de seguir estando fresco, pero el caso de Harry Potter ha sido diferente —sin ir más lejos muchos han intentado copiarlos y se han quedado por el camino con franquicias a medias—, no solo por el fandom que las siguió, sino porque consiguieron adaptarse a las modas que predominaban y salieron adelante.
Si como ya dijimos en el caso de El prisionero de Azkaban se empezaban a notar las diferencias —algo inevitable—, en El cáliz de fuego estas diferencias crecen exponencialmente hasta el punto que cuando uno lee el libro y después ve la película verá que las diferencias no es que sean notables, es que son exageradas. Es cierto que, en esencia, sigue siendo la misma historia y la trama principal no se desvía ni un ápice del camino, pero por el resto se nota que el enfoque de la película es diametralmente opuesto al del libro. Mientras que este sigue siendo una historia de fantasía, la peli apuesta más por un enfoque más adolescente, que aunque ahora, como adultos, tenga cosas que nos chirríen —como un exceso de relaciones amorosas que en el libros son secundarias—, lo cierto es que cuando se estrenó lo clavó con el público objetivo.
Por otro lado, al igual que en el libro, esta cuarta entrega marca un antes y un después de la serie, ya que dejan de ser aventuras independientes con villanos diferentes, aquí se percibe la necesidad de conectar todos los libros al hacer revivir a Voldemort con todo su poder. Interpretado por un Ralph Fiennes increíble —como suele hacer—, este personaje que hasta ahora solo era mencionado y con apariciones importantes pero escasas, ahora pasará a ser el villano principal y una de las articulaciones de la trama no solo de esta entrega, sino de las tres siguientes. De este modo, se rompe el patrón de historias autoconclusivas para pasar a una historia que se va enlazando de un curso a otro… pero no me avanzo a los hechos.

De momento nos situamos en esta peli en la que los personajes secundarios son reducidos al máximo, hasta al punto de que solo con unas pocas incorporaciones es suficiente para reproducir la trama del libro. Del mismo modo que historias secundarias, como la de Hermione con los elfos de Hogwarts o las cuestiones económicas de los gemelos Weasley, directamente son eliminadas para olvidarnos de ellas… y se echan en falta. Es decir, se le da mucha importancia, por ejemplo, a la relación pseudoamorosa de Hermione y Viktor Krum o de Harry con Cho, que no aportan nada ni a la historia principal ni a la evolución de los personajes; pero se deja de lado algo como el futuro de los Weasley o el papel que juegan los elfos no solo en Hogwarts sino en todo el mundo mágico.
Dejando a un lado las cuestiones argumentales y las diferencias entre los medios, inevitables en cualquier otra adaptación, como viene siendo habitual, la peli, dirigida de manera correcta pero sin virtuosismo por un Mike Newell que nada fuera de sus aguas, se incorporan al elenco varios actores de gran talento y muchas tablas que, a la práctica, son los que le dan calidad a la cinta. Además del ya mencionado Ralph Fiennes como Voldemort, David Tennant se pone en la piel de Barty Crouch hijo —con pocos minutos, pero mucha presencia—, Brendan Gleeson como Ojoloco Moody —cuyo papel supera a lo que se lee en las páginas—, y Robert Pattinson antes de convertirse en un murciélago brillante le da vida a uno de los personajes más tristes y una de las primeras víctimas de la nueva era de Voldemort, Cedric Diggory.
En resumidas cuentas, la cuarta entrega de la serie de Harry Potter supone un antes y un después en la trama, como sucede en el libro, pero también hay un giro de ciento ochenta grados en cuanto al tono, ya que sin dejar la fantasía, esta se ve superada por el drama de corte adolescente. Es decir, estamos ante una buena adaptación, pero que difiere del original, hasta el punto que lo que se siente al leer el libro y al ver la peli es completamente diferente.