Después de casi un año sin que nadie —o muy poca gente— lo creyera cuando afirmaba que Voldemort había regresado, Harry Potter por fin verá que los dramáticos hechos que tienen lugar al final de la anterior entrega desencadenarán algo a lo que nadie —ni tan solo los muggles— podrá negar que el señor del mal ha regresado con todas sus fuerzas. Después de un fuerte ataque a Londres y el secuestro de Ollivander, todo el mundo mágico se prepará… para el bien o para el mal. Mientras Draco toma importancia entre los secuaces de Voldemort, Dumbledore empezará a instruir a Harry sobre todo lo que sabe de Voldemort para que, cuando llegue el momento, pueda enfrentarse a él. Además, la vida no será tranquila en Hogwarts, ya que mientras que Snape ha conseguido el tan anhelado puesto de Defensa contra las Artes Oscuras, su puesto en Pociones ha ido a parar a manos del viejo profesor Slughorn, obsesionado con la fama y a coleccionar alumnos famosos, como Harry… por suerte, el joven mago contará con la ayuda del Príncipe Mestizo, autor de las correcciones de un libro de pociones que ha caído en sus manos y que le está facilitando las tareas en esa asignatura hasta convertirlo en el primero de la clase.
Si lo que se apuntó en el caso de El cáliz de fuego y quedó bastante patente en La orden del fénix sobre el cambio de rumbo en la franquicia a la hora enfocarse al público adolescente de ese momento ya afectó al desarrollo de la trama y su paso del papel a la gran pantalla, en este caso ya no hay discusión. De por sí, el libro de El misterio del príncipe está cargado de ese sentimentalismo un tanto ñoño que se popularizó en la fantasía de principios del siglo XX, su adaptación en el cine fue a peor. Los que empezamos a leer los libros más o menos cuando se publicaron ya habíamos superado la adolescencia, por lo que ciertos temas nos dejaron de interesar, a la vez que los que cuadraban con la edad de los protagonistas, como público objetivo —no quiero decir todos—, se decantaban por dramas más personales —el fenómeno Crepúsculo estaba al caer—, por lo que hubo un cambio generacional en el núcleo duro del fandom potterhead, algo que afectó a qué se narró y cómo se hizo en la peli.
Si bien la trama se centra en lo que debe y nos cuenta como Harry se empieza a preparar para luchar contra Voldemort y la aparición de los horrocruxes, lo cierto es que en muchos aspectos la historia del libro sufrió duros tijeretazos por lo que ciertas subtramas y sutilezas se perdieron por el camino. Los recuerdos del pasado se vieron menguados, así como mucha de la importancia de la trama del libro de pociones, para recaer más en el hecho de que Harry descubriera la verdad sobre sus padres: que eran personas normales, con sus defectos y sus virtudes, y que, como siempre, la vida de un adolescente en el colegio es más dura de lo que pueda parecer. Además, los giros de guión que tenía el libro y sus sorpresas —cuando se estrenó todo el mundo sabía que Dumbledore moría a manos de Snape— se vieron menguados hasta el punto que el final quedó tan abierto que algunos pasajes se incluyeron en las dos entregas finales, dejando claro que esto solo era un paso en el camino hacia el final de la historia de Harry Potter.
En cuanto a sus aspectos formales, en general se cumple con las expectativas, pero es porque tampoco se prueba nada sorprendente, y es que el peso recae tanto en las relaciones entre los personajes que las grandes escenas con efectos especiales no es que no existan, pero no tienen demasiado peso. En este sentido, David Yates cumple por segunda vez y demuestra que su manera de trabajar encaja en el formato del universo Harry Potter, al igual que Steve Kloves que regresa para encargarse del libreto. Por lo que respecta al reparto, no hay demasiadas novedades, los habituales —ya hechos a sus personajes— siguen al pie del cañón demostrando que lo mejor de la franquicia es la casting —sobre todo en cuanto a actores veteranos respecta—, mientras que las nuevas incorporaciones se reducen, por ejemplo, a Jim Broadbent como Horace Slughorn.
En resumidas cuentas, la peli de Harry Potter y el misterio del príncipe nos demuestra como las corrientes de estilos de las épocas afectan al producto final, creando un cinta espectacular, pero que en demasiadas ocasiones cae en el error de divagar de forma sentimentaloide hasta el extremo de aburrir para, al final, dejarnos con la miel en los labios sabiendo que todo se resolverá en la película del último capítulo de la saga… que al final fueron dos.