
Como siempre sucede al inicio del año escolar, Harry tiene problemas que lo llevarán al límite, pero es que en este caso los problemas empiezan mucho antes de que empiecen las clases. Un inesperado ataque de unos dementores le obligarán a usar la magia, por lo que será llevado ante un tribunal para juzgar su caso. Lo grave de todo el asunto no es tanto que lo acusen, sino que parece que nadie lo cree cuando dice lo que sucedió, como si se lo estuviera inventando, del mismo modo que nadie cree que Lord Voldemort haya vuelto… ¿nadie? Bueno, exactamente nadie, no. Están los miembros de la Orden del Fénix, como los Weasley, Sirius Black, Remus Lupin, Ojo Loco y algún otro, que, bajo la batuta de un escurridizo Dumbledore, están intentando reunir pruebas para demostrar que Harry dice la verdad, a la vez que le ponen trabas a los aliados del señor del mal para que este deba seguir escondido. Sin embargo, Harry no podrá ayudarlos, no solo por ser el principal objetivo de Voldemort, sino porque en Hogwarts tendrá que lidiar con la nueva profesora Dolores Umbridge, una infiltrada del ministerio, y sus «técnicas» educativas.
Antes de nada debería dejar algo muy claro, y es que yo soy de esos seguidores de Harry Potter que ven en este libro y los siguientes un estancamiento de la saga, pero no lo digo a la babalá, tengo mis motivos. Dejando a un lado que el tono es cada vez más oscuro —algo inevitable si tenemos en cuenta los hechos que tienen lugar, con el advenimiento de una guerra—, lo cierto es que en este libro son pocas las cosas que se «descubren» y muchas las que se «narran»; es decir, ya no hay esa sensación de fantasía que surge cuando uno lee La piedra filosofal, en el que cada página hay algo que no sabíamos y con lo que la autora logra sorprendernos. Claro que hay cosas nuevas, pero forman parte de la normalidad del mundo mágico de Harry Potter e, incluso, podríamos decir que son aburridas, como el largo pasaje en el interior del ministerio o los entresijos legales que hay detrás de todo. Por lo que en este caso, si uno avanza en la lectura no es por fascinación sino por saber como termina todo el asunto. Y justo aquí viene mi segundo gran contra de este libro —y de los siguientes—, y es que no son historias autoconclusivas, ya no lo era El cáliz de fuego, pero del primero al cuarto se pueden leer los libros libremente, en este debes tener unos precedentes. Y no digo que esto sea malo, sino que en el caso particular de Harry Potter, pesa demasiado el hecho de que los últimos tres libros se conectan casi como si fueran un solo libro muy largo. A parte, la autora se extiende mucho en este libro, y no lo hace para avanzar en la historia, sino para centrarse en la introspección del personaje de Harry, en el que las hormonas adolescentes parece que se le han disparado de golpe y todo es dramático y triste, aunque sea que alguien lo ha mirado un poco de reojo.
Dicho esto, a parte de lo comentado en defensa de mi opinión, nadie puede discutir que se nota el cambio de dirección; si bien sigue tratándose de un libro de fantasía juvenil, ahora le pesa más lo segundo que lo primero —algo que se verá acrecentado en las pelis—, a la par que el tono se oscurece, porque las temáticas lo requieren. Es a partir de este libro —siendo precisos, a partir del final del anterior— que Harry deberá enfrentarse a la pérdida y descubrirá que los otros también la han sufrido —véase el caso de Neville Longbottom o Luna Lovegood—; por decirlo de algún modo, entre el cuarto y el quinto libro de la saga, Harry pasa de niño a adulto, ya no se ve tan preocupado por las clases o por pequeñas aventurillas en la escuela, sino que su existencia se torna más trascendental.
En resumidas cuentas, como ya he dicho, si los primeros cuatro libros se disfrutan, los tres últimos simplemente se leen, por el mero hecho de que se quiere saber como termina la historia, e, insisto, que nadie se me tire al cuello que se trata de una opinión, pero en este caso, con la peli hay suficiente.