Tras la muerte de Dumbledore, Harry emprende la complicada misión de encontrar y destruir todos los pedazos de la alma de Voldemort, algo que no será fácil, porque los caballeros de la muerta se han apoderado de la consejería y lo persiguen como el hombre más buscado del mundo, pero, como no podía ser de otro modo, contará con la ayuda de sus inseparables amigos, Ron y Hermione, con el objetivo de enfrentarse y vencer, al precio que sea, a «quien tú ya sabes».
La primera parte, de la que sería la última entrega de la saga del joven mago Harry Potter, llegó a la gran pantalla con muchas especulaciones y preguntas… al menos para los que no habían leído los libros: ¿cómo acaba la saga? ¿quien será el vencedor en la lucha final? ¿que pasará con Ron, Hermione, o los otros estudiantes de Hogwarts? Todas estas preguntas y muchas más tenían sus respuestas en la última entrega de Harry Potter, Las reliquias de la muerta, pero si alguien esperaba encontrar alguna en esta peli, que no se haga ilusiones, ya que esta resultó ser nada más y nada menos que una larga introducción a lo que sería realmente el final de Harry Potter.
Como de costumbre, se la cinta recurre a los consabidos temas que nos persiguen con fuerza desde La Orden del Fénix: la lucha entre el bien y el mal, los enredos sentimentales entre los tres protagonistas —Harry, Ron y Hermione—, y muchos efectos especiales, pero lo que no se le da a les espectador es algo nuevo. Los que hemos leído los siete libros de la saga Potter, entendemos que llevar a las pantallas el último libro de la saga sea una tarea difícil y relativamente importante, ya no hay posibilidad de que se queden cosas en el tintero, y que siempre habrá quien no este de acuerdo con el resultado, pero es que la división en dos cintas resulta insultante cuando el último libro es menos extenso que, por ejemplo el cuarto, y este se condensó en un par de horas.
Aunque, como ya dijimos, hubo un salto en cuanto al tono a partir de la quinta entrega —fuera en papel o en celuloide—, y siempre sorprendían —al principio por el universo, después por los giros argumentales—, en este caso la primera entrega no aporta nada nuevo al espectador, siendo la división en dos partes algo completamente arbitrario por parte de la productora —como sucedería también en otras sagas de la época como Crepúsculo o Los juegos del hambre— para, simplemente, aprovechar el tirón del mago británico. Las más de dos horas que dura la primera entrega se hacen pesadas y monótonas, ya que si bien antes se acortaron tramas, las de aquí hubieran podido ser condensadas en poco más de media hora, a modo de introducción a todo lo que viene después. En este aspecto, la primera parte de Las reliquias de la muerte no son más que un paso previo para los completistas, para aquellos que quieran ver todas las entregas, ya que salvo alguna sorpresa en el tramo final, no aportan nada.
Diez años fueron los que se tardó en completar una de las sagas más extensas de la historia del cine —en el caso de los libros fue más, pero eso ya es normal—, convirtiendo en algo físico y casi tangible lo que ya había pasado por las mentes de millones de lectores, pero mientras que las novelas tuvieron un descenso cualitativo discreto, en las películas hubo un declive bastante notorio, ya que, como hemos ido viendo, a partir de la cuarta entrega y la muerte de Robert Pattison, se vieron afectadas por el deseo del estudio de acercarse a un determinado público. Los más puristas me dirán que la oscuridad se hace más patente de capítulo en capítulo, pero ello no implica que la forma de expresarla sea tan extremadamente adolescente. Para decepción de los seguidores más grandes, los mayores de veinte, la saga fílmica ha dejado de ser un lugar mágico y lleno de fantasía, para pasar a ser una versión más inteligente de Crepúsculo.
Tras de dejarnos con la miel en los labios con la primera parte del último episodio —solo para recaudar unos millones más y abusar de los seguidores—, la segunda entrega, rodada dos años antes de su estreno, llegó por fin a las pantallas de todo el mundo para explicarnos el más que conocido final de la historia de Harry Potter.
Después de la muerte de Dobby, Harry debe seguir con la destrucción de los horrocruxes de Voldemort para debilitarlo y poder vencerlo en una última batalla épica. Este es un resumen muy breve, lo sé, pero el film no ofrece más que dos horas de enfrentamientos con varita, luchas épicas y momentos heroicos por parte de los habituales de la saga, además de desvelarnos los secretos de la saga, que serán nuevos para los que no leyeron los libros, pero que pueden llegar a aburrir a los que sí lo hicieron.
Como ya viene siendo normal, el reparto habitual de las anteriores películas —tanto de grandes como de pequeños, que ya no lo eran tanto— repite en esta para no despistar más al espectador, sin ninguna incorporación inesperada. Daniel Radcliffe sigue siendo el protagonista más soso de los que han habido jamás, pero su extraordinario parecido con el famoso mago le ha asegurado ser recordado por este poder.
Desafortunadamente, como ya decíamos, la calidad desciende en picado de forma notoria, hasta el punto de que si alguien espera una lucha final espectacular, se quedará con ganas, porque para empezar lo que en el libro funciona bien, aquí resulta escaso y no hace ni tan siquiera lucir los efectos especiales; mientras que, por el otro, la resolución final del film, que no desvelaré —porque no hace falta, ya que todo el mundo la conoce—, es más bien facilona y poco trabajada.
A grandes rasgos podemos decir que esta peli fue importante y destacable para los que siguieron desde el principio la saga durante diez años, pero lo cierto es que por sí sola no funciona, como si lo hicieron las primeras entregas. Un epílogo necesario para los fans, y una película olvidable para el resto.