Ay, los finales, que difíciles de crear, que esperados que son, que bonitos cuando salen bien, y que fiascos cuando salen mal… pero el de Harry Potter navega entre todo eso, que no sé si es bueno o es malo. Recuerdo cuando todo el mundo estaba expectante por saber el final de la saga —un servidor incluido— y que, días antes de la puesta a la venta oficial, por internet ya corría el texto completo del libro tanto en inglés como en castellano, algo ilegal fruto de una filtración, ante lo que hubo muchos que no se creyeron que era el texto auténtico de Rowling —ya corrían los fanfictions a raudales—, y que después generó una fuerte desilusión a todos, no solo por el hecho de haber conocido el final antes de ni tan siquiera comprar el libro —víctimas de un spoiler con todas las letras—, sino por la extraña sensación que hubo ante la conclusión de la saga literaria que había mantenido en vilo a toda una generación de lectores.
La historia empieza donde terminó El misterio del príncipe, con Harry, Ron y Hermione con la firme intención de abandonar el colegio y aprovechar que ya son mayores de edad, por lo que pueden hacer magia sin tantos problemas, con una única misión en la cabeza: encontrar y destruir los horrocruxes, pero antes deberán pasar por La madriguera para celebrar la boda de Bill Weasley y, por sorpresa, recibir la herencia de Dumbledore: la primera snitch que capturó Harry, el desiluminador y una versión en runas de Los cuentos de Beedle el bardo, además de la espada de Gryffindor, que el ministerio se niega a entregarles, ya que nunca fue de Dumbledore. Sin embargo, todo se quiebra cuando la boda sufre el ataque de los mortífagos, y los tres jóvenes magos huyen para emprender su misión. Con lo que no cuentan es que la tarea que les ha encomendado Dumbledore será mucho más difícil de lo que piensan, hasta el punto de que no solo tendrán que enfrentarse a Voldemort y sus secuaces y a los retos que se encuentren por el camino, sino también a algo mucho más peligroso, las diferencias que surjan entre ellos.
Para sorpresa de nadie, el libro se convirtió en un superventas en tan solo un día disponible y, a pesar de las filtraciones, sucedió lo que todo el mundo esperaba, que se agotaran los ejemplares en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, debemos ser honestos y aceptar que si bien Las reliquias de la muerte marcaron un hito de la literatura moderna, lo trascendental no fue tanto el libro en sí sino el momento, el hecho de marcar el final de la saga. Y es que si nos miramos el libro sin nostalgia ni fanatismo, lo cierto es que se trata de un final que nos puede dejar bastante indiferente, fríos, ya que el hecho que Harry se impusiera a Voldemort era más que previsible, además, se recurre a un deus ex machina, al hacer que el joven mago reviva tras morir a manos del villano. Además, el fanservice está más que servido ante el retorno de todos muchos personajes muertos, desde los padres de Harry al propio Dumbledore, pasando por Sirius. Otro de los factores que lastran este libro es que muchas cosas parecen sacadas de la manga, desde cuáles eran los horrocruxes, lo difícil que es hallar algunos y lo extremadamente fácil de otros; así como la arbitrariedad de las muertes, es evidente que los malos tienen que morir, pero… ¿hacía falta matar a Fred Weasley? Ya que a parte de hacer sufrir a los suyos, no aporta nada a la trama, algo parecido con Lupin y Nymphadora, que perecen en la batalla de Hogwarts.
Lo que merece un párrafo a parte es el tan criticado epílogo —cuya versión cinematográfica fue aún peor—, en un innecesario viaje al futuro en el que Rowling marcaba lo que pasaba diecinueve años después, sin que tuviera demasiado sentido. Es decir, ya sabíamos que Ron y Hermione terminarían juntos, pero poco nos importaba saber que sucedía con sus hijos o con los de Harry y Ginny; a ver, es gracioso y hasta cierto punto bonito, pero innecesario si el final auténtico hubiera sido suficiente… pero no lo fue.
Así pues estamos hablando de un final que fue grande por el hito que marcaba, pero que debería haber sido mucho más grande en cuanto a términos narrativos, ya que la prosa utilizada es muy básica, el camino que siguen los protagonistas es más que previsible y no sorprende a nadie, para llegar a un destino final sin sorpresas y que debería habernos marcado pero que nadie recuerda, mientras que del epílogo nadie se ha olvidado. En fin, cosas que ocurren en la historia de literatura.