Del Olimpo cinematográfico se descuelgan hora y media de nuevas aventuras, pero con Hércules. El origen de la leyenda volvemos al principio, a los argumentos simplones del primer péplum: buenos de una pieza, doncellas secuestradas, tiranos malvados y revueltas populares. Un guión mil veces visto, actualizado en lo estético: guerreros que desafían la gravedad, caballos que superan el límite de velocidad, luchas aceleradas, cámara ralentizada en el momento del golpe y colores sombríos. Lo ha dirigido Renny Hardin, habitual en el género de aventuras, saqueando 300, Troya, Gladiator, Espartaco, Ben Hur e, incluso, Hércules encadenado.
Se buscaba un Hércules que se distanciase del culturista Steve Reeves (Hércules, 1957) y se ha dado con Kellan Lutz (Crepúsculo), muy aplicado en ganar pectorales hasta superar a Hebe, la princesa cretense, aunque no ha seguido el mismo camino con la interpretación. El tener un héroe rubio, a lo Disney, ha llevado a teñir a Gaia Weiss, una joven y morena actriz (Mary Queen of Scots, 2013), ya sabemos que el sol de Creta aclara. Para malo que mejor que un experto en artes marciales, Scott Adkins. El anciano mentor Quirón es interpretado por el veterano Rade Serbedzija, secundario en Harry Potter y las reliquias de la muerte. Aquí aparece de filósofo griego cuando en el mito es un cultivado centauro, alguien calculó que su presencia a cuatro patas resultaría fuera de lugar.
En lo que no se pensó fue en la afrenta que se perpetraba a la cultura griega. Resulta que, según el film, los griegos inventaron el teatro para mostrar la barbarie romana de los juegos gladiatorios. Con tal fin se reconstruye un teatro digital sin eskené, olvidando que los romanos fueron más prácticos y que, ya puestos, crearon el adecuado anfiteatro. Sigamos con la escena, Hércules despacha seis gladiadores, pero merece la pena fijarse en una retiaria con coraza adaptada a su sexo. Hércules tiene que vencer, claro, pero mientras que elimina sin contemplaciones a sus oponentes masculinos, la chica es hábilmente envuelta en su propia red e inmovilizada en la arena con su tridente, ¡como para recordar que uno de los doce trabajos era el combate con las amazonas! Nada de eso veremos, tampoco de otros diez trabajos, la única concesión será la caza del león de Nemea, que pasaba por allí y que proporcionará una capa XL, luego arrebatada por su hermanastro Íficles. Enseguida se ve que el medio hermano ha salido tan malo como el padre, Anfitrión, el cual al comienzo del film se ha cargado al rey de la vecina Argos y ahora anda mosqueado con Alcmena, su mujer, pues, en una confusa súplica de ésta a la diosa Hera para que libere a su pueblo de la tiranía, consigue que Zeus le engendre a Alcides. Íficles aspira a la mano de Hebe, pero ella le da calabazas, pues ha quedado prendada de Alcides viéndole saltar en ríos tan caudalosos como raros en Grecia. Aclaremos que Alcides cambió su nombre por Heracles, subtitulado Hércules por los romanos y por el cine, y que en esta aventura le acompaña el capitán Sotiris, en griego “salvador”, aunque no pueda salvar su tropa.
El hogar circular de palacio, alguna espada micénica y una esfinge en Tirinto nos recuerdan que deberíamos estar en la Edad del Bronce, pero la imagen virtual sustituye las murallas ciclópeas auténticas por un insulso aparejo regular. El resto es puro anacronismo: estatuas arcaicas, armas del período clásico y elegante ropa helenística más propia de un Alejandro. Llegados a Egipto nos recibe una música a lo Lawrence de Arabia, vemos unos guerreros con máscara de Anubis -¿no era para los sacerdotes funerarios?-, tomados de videojuegos, y descubrimos el gozo de los antiguos egipcios: pugilato en el barro. Ya puestos a delirar, al menos en Sicilia, donde también se recala, tiene lugar un combate contra gladiadores sacados de Mad Max. Si quedaban dudas, Anfitrión nos suelta que cuenta con aliados en Egipto y ¡Germania!, ello justifica mercenarios de toda especie: salvajes o con plumas filisteas. Nuestro protagonista sufre cadenas, pero con ellas se despacha a gusto; más tarde lo hace con el rayo de Zeus, cual subidón de tarifa eléctrica.
En Grecia, Hércules constituía un referente de fuerza y humanidad. En un arrebato, daba muerte a su mujer e hijos, se arrepentía y expiaba sus culpas, una metáfora de la reconducción del vigor. La popularidad de Hércules creció en Roma y no fue ajena a los cristianos, por aquello de la expiación. Era el único héroe que alcanzaba el Olimpo, guiño de ascenso social. Aunque en el film se decanta por causas nobles, su nuevo origen son duros minijobs que le obligan a batirse en la arena de país en país. ¿Casualidad o mensaje del nuevo orden financiero?
Un artículo de Ignasi Garcés