
Como profesor de una universidad neoyorquina y viviendo una triste vida de separado en un piso que odia —como a sus vecinos—, Henry Jones pasa los días ajeno a la realidad, como si ya no perteneciera a ese tiempo, como si su vida estuviera en el pasado, en aquellos años que combatía a los nazis —o, incluso, a los soviéticos—, y todo parece que continuará igual tras su jubilación hasta que se cruza en su camino la joven Helena Shaw, hija de un viejo amigo y colega, que le reclama un objeto legendario, la Anticitera de Arquímedes, que se quedó después de que Basil, el padre de Helena, perdiera la cabeza al intentar descifrar su secreto que, según dice la leyenda, tiene el poder de encontrar fisuras en el tiempo… o lo que viene siendo lo mismo, una suerte de máquina del tiempo. Con lo que no cuentan ni Helena ni él es que tras la pista del mecanismo también está un viejo científico nazi, ahora reconvertido en colaborador de la NASA, que pretende hacerse con él y reconstituir el poder el antiguo Reich.
Quince años hace ya, que se dice pronto, que se estrenara la cuestionable Indiana Jones y la calavera de cristal. Quince años los que hemos tenido que esperar para que Harrison Ford se enfundara el sombrero del legendario arqueólogo… y lo cierto es que han sido demasiados. A pesar del patinazo que fue La calavera de cristal, tuvo el éxito suficiente como para que todo el mundo esperara la continuación, pero entre la compra de Lucasfilm, el largo listado de ideas descartadas, los cambios en la producción y, lo que es más importante, en la dirección han hecho que, de algún modo, en general se perdiera el interés por esta peli que además de innecesaria, llega en un momento en el que cine no está viviendo el mejor momento creativo.

Con lo que diré a continuación no afirmaré que Steven Spielberg es un genio, ya que también ha tenido sus fracasos —como la propia cuarta entrega de las aventuras Indy—, pero cuando se desvincula de un proyecto y cede el testigo a otro director, el resultado tampoco se augura nada nuevo, como sucedió en la tercera entrega de Jurassic Park. Incluso si el que recoge el testigo es alguien como James Mangold —que venía de dirigir la brillante Le Mans ‘66—, ya que si bien ha conseguido contar una buena historia, el bagaje comercial de Indy es demasiado pesado y limita bastante lo que podríamos llamar la independencia creativa. En este aspecto, hay mucha gente —entre público y crítica— que tenía las expectativas muy altas, como si esta cinta consiguiera recuperar al personaje después de la anterior entrega, sin embargo, aunque sube un poco el nivel, sigue quedando muy lejos de las pelis originales.
Personalmente debo admitir que la esencia de la peli, sus tres primeros cuartos y la mayor parte de los elementos los considero aceptables y agradables de disfrutar, sin embargo, los peros que hay en todo ello y en el tramo final me estropearon la experiencia. En primer lugar la escena de rejuvenecimiento, aún siendo mejor que las de El irlandés de Scorsese, tienen momentos sospechosos y que nos hacen dudar de la edad del actor, pero son aceptables, dejémoslo ahí, ya que si hablamos de la edad de Indy empezaremos a hablar de si son creíbles las escenas de acción con los ochenta tacos de Harrison Ford. Después nos encontramos con el personaje de Antonio Banderas, que si bien es importante para el contexto, no lo es tanto como para contar con un actor de esta talla ya que, de base, si no tuviera ni líneas, todo podría ir sucediendo de la misma manera… de igual modo que pasaría si no lo matarán ¡ups, spoiler!

Finalmente, y el que para mí es el problema más grave, es la resolución del final. En el universo Indiana Jones siempre ha habido elementos fantásticos, con grandes poderes que podrían cambiar el mundo, pero si nos fijamos bien, en las tres pelis originales funcionan como un macguffin de manual, siendo la excusa para la aventura y la manera de mostrar sus poderes es sutil y discreta, dejando que lo importante suceda en el plano humano, no en el mágico. El arca acaba con un puñado de nazis y desaparece; las piedras del templo maldito apenas hacen nada más que quemar; y el grial se carga a un nazi y cura una herida, y ya. Sin embargo, la calavera de cristal provoca que una nave interdimensional surca los cielos y el dial del destino que un avión nazi viaje al pasado. En pocas palabras, lo que le falta es sutileza, el avión hubiera podido viajar, Indy no tenía que conocer a Arquímedes, una desaparición fugaz bajo un rayo o algo así hubiera quedado más acorde y tampoco afectaría a la historia. Pero bueno, el cine comercial moderno tiene eso, como más grande mejor… que bien iba que los realizadores contaran con poco presupuesto y tuvieran que recurrir al ingenio para plasmar en pantalla algo que no fuera de este mundo.
En pocas palabras, Indiana Jones y el dial del destino no llega a satisfacer el hambre de más aventuras del fan más acérrimo, no llama mucho la atención del consumidor medio y seguramente pasará desapercibido para el resto. Una pena, sin duda, pero es lo que sucede cuando se intenta explotar algo que debía haber pasado página hace muchas décadas, incluso antes de La calavera de cristal.