Después de huir por piernas de Shanghái junto con su joven guardaespaldas Tapón y la cantante Willie Scott, Indiana Jones y sus compañeros de viaje deberán sobrevivir a un aterrizaje de emergencia en mitad de la nada en la India y a un descenso en lancha por los rápidos hasta que sean salvados por el chamán de un pequeño pueblo que pide su ayuda para recuperar una piedra sagrada, cuya pérdida a secado la tierra, y a los hijos de la aldea. Aunque suena rocambolesco, Indy accede para descubrir que detrás de la historia del chamán hay mucho más que el robo de una antigüedad religiosa, sino todo un rito secreto que pretende dominar el mundo con la magia negra.
Como era de esperar, después del bombazo que Raiders of the Lost Ark, al igual que sucedió con Star Wars, nadie se sorprendió cuando la idea fue hacer una segunda entrega. A pesar de que desde el principio George Lucas aseguraba que tenía las ideas para que Spielberg hiciera la trilogía completa, lo cierto es que las tramas fueron surgiendo un poco sobre la marcha a medida que avanzaba el proceso de desarrollo de cada una de las cintas. Sin ir más lejos, en este caso, la pretensión era hacer un rodaje en China en el que, por ejemplo, regresaría el personaje de Marion e, incluso, el de su padre, pero todo se fue redefiniendo a medida que se pedían los permisos, pasando por una ambientación escocesa y terminar en la India. Lo cierto es que las autoridades indias tampoco permitieron el rodaje en su territorio, porque consideraron la trama repleta de prejuicios —que los tiene, pero que están acorde con el tipo de personaje e historia que es Indiana Jones—, pero por suerte dieron con Sri Lanka como alternativa.
Desde un principio se percibe que había una intención clara de distanciarse de Raiders, tanto por el tono como por el tipo de historia. En esta ocasión se escogió rodarla como una precuela para dejar al margen a los nazis como villanos —cuando todo el mundo sabe que son los mejores villanos que uno puede imaginar—, así como la vinculación a la mitología judeocristiana, aquí, Indiana Jones deberá hacer frente a antiguos ritos de magia negra, a la esclavitud infantil y una sensación de aislamiento constante al verse rodeado por enemigos, cayendo incluso en sus garras. Además, sucede lo mismo que con El imperio contraataca, y el tono se oscurece notablemente, pero con un resultado muy distinto, ya que si en el caso de Star Wars la segunda entrega se ha convertido en una de las mejores, aquí, aunque veamos a Indiana, el cambio no le sentó tan bien como en esa galaxia muy, muy lejana. No es ningún secreto que el tono no solo venía por una necesidad narrativa, de demostrar que Indiana no era un héroe de brillante armadura, sino por el contexto en el que Lucas y Spielberg desarrollaron la historia —ambos hacía poco que se habían separado de sus respectivas parejas— y el humor no estaba demasiado boyante para contar una historia como fue Raiders. Y aunque siempre se ha considerado esta la peor entrega de la trilogía original, lo cierto es que cumple con lo que promete, es decir, el trasfondo de la historia en la que Indy se convierte en el salvador de los niños esclavos junto con sus compañeros de viaje, no tiene nada que ver con la trama de casi espionaje de El arca perdida.
Pero bueno, dejando al margen matices tonales y dramas personales en la trastienda del rodaje, lo cierto es que estamos ante una historia mucho más oscura, casi se podría decir de terror si se compara con el resto, además, se aleja de la trascendencia de la primera entrega al contarnos una historia más bien pequeña y discreta. La trama se articula a la perfección alrededor de la faceta de aventurero de Indy —a penas aparece el Dr. Jones—, yendo de peligro en peligro en una sensación de crescendo constante hasta el gran final del puente que parece más el nivel final de un videojuego que el clímax de una peli… ¡Ah! Y en este caso, la presencia de Indy sí que es necesaria, no como en Raiders.
Como era de esperar, Harrison Ford preside la puesta en escena y se rodea de rostros relativamente poco conocidos como el joven Ke Huy Quan —que por aquel entonces ni podía imaginar que ganaría un Oscar casi cuarenta años más tarde— o el de Kate Capshaw —futura esposa de Spielberg— que interpreta a Willie una estridente cantante que solo hace que sufrir y sufrir, muy opuesta a Marion. A parte de ellos y de algún cameo como el Dan Aykroyd, el reparto principal lo completan Rushan Seth y Amrish Puri como villanos principales, destacando sobre todo el segundo con su impresionante interpretación como Mola Ram… que acojona más que todos los nazis del universo Indiana Jones juntos.
Lo dicho, aunque se trata de una aventura más de Indiana Jones que se disfruta igual que las otras, lo cierto es que no brilla tanto como la anterior y la siguiente, no se sabe si por la historia que narra o por el tono con el que lo hace, pero es que incluso sus responsables saben que no acertaron demasiado al cambiar de tecla. Aunque ya tiene la etiqueta de clásico, lo cierto es que sigue viviendo a la sombra de Raiders of the Lost Ark y The Last Crusade.