Justo cuando el el cristianismo y el islam están enfrentandos y todavía se están imponiendo a las viejas costumbres paganas, un señor de los valles de Euskal Herria hará un pacto con una diosa ancestral para hacer frente a los francos que están invadiendo sus tierras: a cambio de la victoria, él dará su propia sangre. Años más tarde, su hijo regresará para suceder a su abuelo, sin embargo, para ello, deberá recuperar el cuerpo de su padre y el tesoro de los francos que, según cuentan las leyendas, está oculto en lo más profundo de los bosques, allí donde todo lo que tiene nombre existe. Por suerte, no irá solo, sino que contará con la ayuda de Irati, la enigmática nieta de la hechicera pagana local.
Irati es una peli estrenada en la actualidad, sin embargo sigue la tradición más clásica del cine fantástico de los ochenta, pero con una ambientación a la vasca de la mano de un director muy atrevido que ya destacó con Errementari —por cierto, cinta extraña y de difícil digestión, pero interesante para aquellos que quieran algo diferente—, por lo que se podría decir que estamos ante una versión moderna de Conan el Bárbaro o una revisión de Excalibur, pero, personalmente, mientras veía Irati en mi cabeza no dejaba de venir el recuerdo de Black Angel (Roger Christian, 1980), una cinta de media hora escasa cuyo protagonista parece un ancestro de Eneko o de su padre, y es que incluso el póster lo recuerda.
En este aspecto, es cierto que el reparto —la mayoría habitual de Urkijo y que ya apareció en Errementari, además de un irreconocible Karlos Arguiñano— está muy cuidado, y logra que asumamos sus roles y sus papeles con facilidad, gracias también a una puesta en escena muy cuidada en la que cada detalle importa, desde una parte de la indumentaria de un secundario hasta un objeto que reposa en la cueva del tesoro… todo en favor de una historia simple —al fin y al cabo es la búsqueda de un tesoro y de una venganza— y sin demasiados giros, pero que está tan bien narrada y nos entra visualmente con facilidad que no la cuestionamos, sencillamente dejamos que nos lleve por los ríos que en ella aparecen, cruzando frondosos bosques, hasta lo más profundo de ellos, en cuyo corazón residen esas creencias paganas que articulan la trama.
Se trata de una cinta que va de menos a más; al principio da la impresión de que no arrancara, pero una vez han situado al espectador la acción se precipita de forma trepidante para engancharnos hasta un final perfecto y para nada previsible en el que se atan todos los cabos de la única manera posible para poner el broche de oro final.
Urkijo, que no solo dirige, sino que también escribe junto basándose en la novela gráfica El ciclo de Irati de J. Muñoz Otaegui y Juan Luis Landa, recurre a las leyendas antiguas, pero también a la historia, para hacer el retrato de una época complicado y oscura de nuestra historia —ya que lo que sucedió en el País Vasco también sucedió en otros puntos de la frontera franca—, para mostrar un difícil encuentro entre las nuevas religiones, como el cristianismo y el islam, con los restos de la culturas paganas, que todavía venían influenciadas por las tradiciones, no solo peninsulares, sino también romanas, griegas o fenicias, por decir solo algunas. Al ser religiones politeístas, absorbían todo lo que hallaban a su camino, mientras que las nuevas, monoteístas, se lo cargaban todo. Lo que viene siendo un cambio en el orden mundial… Ya estoy divagando… Pero es que esta peli te hace divagar, te pierde en este tributo sutil a los bosques y a la tierra que ya muchos hemos olvidado al vivir en las junglas de asfalto de las ciudades.
Si bien hoy se trate de una peli que nos sorprenda, si alguien nos dijera que se hizo a mediados de los ochenta en pleno cine de explotación europeo, nos lo creeríamos y tan solo preguntaríamos ¿pero está muy bien hecha, no? Y ese es otro factor a favor de Irati y de sus responsables, y es que con unos pocos efectos especiales muy bien medidos y ubicados a lo largo del metraje, logran sumergirnos en una cinta de fantasía épica espectacular que nos dejará sin palabras y con una sonrisa en los labios al descubrir que, por suerte, aún se hace buen cine en nuestro país.