
Desde que la televisión se expandió como un entretenimiento de masas hubo dos tipos de programa que crecieron exponencialmente: los de viajes y de los de cocina. De los segundos ya hablaremos en otra ocasión, pero los primeros fueron aquellos que nos permitieron a todos viajar sin levantar nuestras posaderas del sillón. Desde documentales serios —a veces aburridos— que recorrían con imágenes panorámicas todo el globo mientras una voz en off nos contaba curiosidades del lugar; a programas de estilo casi diplomático, en los que los presentadores buscaban embajadores nuestros por todos los países habidos y por haber. De una forma u otra, se exploraban todo tipo de países, cuanto más exóticos mejor, para que el público descubriera paisajes, gentes y culturas que no estarían a su alcance. Es por ello por lo que, a estas alturas, un nuevo programa de viajes ya no puede aportar nada más, y menos cuando el destino es Japón, uno de los países más «explorados» en este sentido… Hasta ahora.
James May se convierte en nuestro cicerone en este peculiar viaje por Japón que, a priori, no podría aportarnos nada nuevo, pero la peculiar forma de hacer del presentador británico y de su equipo, lo convierten en uno de los más innovadores de los últimos años. En lugar de ir con la lección aprendida y con todo bien programado para tener una larga lista de anécdotas que llenen los seis episodios de la serie, lo que este programa hace es embarcar a su equipo sin poco más que un par de guías contratados y una serie de destinos a visitar, el resto surge sobre la marcha. Precisamente esta es la virtud de Nuestro hombre en Japón, y es que si bien viajas de la misma manera que el resto de documentales como este, aquí descubres un realismo palpable, ya que James y compañía hacen lo mismo que haríamos nosotros en una situación como esta, es decir, aventurarnos sin poco más que una guía rápida del idioma. Al fin y al cabo, esos son los mejores viajes, ¿no?
Realizando un viaje del norte al sur de Japón, James May nos presenta un país auténtico, con sus gentes y sus costumbres vistas desde la perspectiva de un occidental neófito —como haríamos muchos de nosotros—, al que abruma tanto el choque cultural, que llega a un punto que cree estar en una fantasía en lugar de en la realidad. Además, esto se ve acrecentado por el montaje sin tapujos que se realiza, en el que las tomas falsas no son dejadas para los extras, sino que se añaden en el metraje. Risas, peleas, situaciones absurdas y patéticas —desde un robot de última generación que no se entera de nada, una procesión con un pene gigante o una comida en un tren que no se podía comer— se suman a las habituales de los programas de viajes, provocándonos un ataque de risa tras de otro, sobre todo cuando veamos al bueno de James May superado por la situación y regalando por doquier un sumimasen tras otro. Esto tampoco es ninguna sorpresa ya que más que un programa original, Nuestro hombre en Japón es una suerte de spin-off de The Grand Tour, no solo por el protagonista, sino también por la manera de enfocarlo.

Como hemos dicho, este podría ser considerado otro programa de viajes más, pero la peculiar forma de comprender la televisión de James May y sus amigos le aporta cierto soplo de aire fresco a un género bastante manido. En este sentido, la sensación que uno tiene al verlo es la misma que se tenía en ciertas temporadas de Top Gear en las que todo el equipo se soltó la melena, consiguiendo que un simple y aburrido programa de coches se convirtiera en el más visto de la historia.
En resumidas cuentas, la combinación del estilo de los mejores años de Top Gear con un programa de viajes al uso, junto a presentador en su salsa, logra que los seis episodios de Nuestro hombre en Japón se nos hagan cortos queriendo más.