Tras tres películas de John Wick que han tenido un gran éxito, no resultaba sorprendente que se anunciara una cuarta entrega. Y si el nivel de surrealismo aumentaba en cada película, esta cuarta parte alcanza su punto máximo de exageración, aunque de una manera espectacular.
La película, como siempre, sigue lo visto en la anterior. John Wick tiene que buscar una manera de que la Alta Mesa le perdone mientras estos no paran de enviarle asesinos por todos lados. Y ya está, la historia sigue siendo lo más simple y menos trabajado aunque no lo necesita. Eso sí, sigue ampliando ese lore del mundo de los asesinos.
John Wick: Capítulo 4 coge todo lo que molaba de las anteriores: acción, tiroteos, planos geniales, y nos ofrece mucho más de eso, es decir, más acción, más tiroteos y más planos geniales. Esta película rompe molómetro hasta niveles insospechados. Estamos hablando de que a nivel visual, es una gozada, es la película más bonita, con los mejores planos, con la mejor iluminación de toda la saga. Es visualmente preciosa, cualquier plano está cuidadosamente detallado, un diez para el director de fotografía y todo lo que rodea el aspecto visual. Lo mismo pasa con el resto de apartados. La acción se multiplica por diez, tenemos unas escenas cada vez más surrealistas. Si ya decía que en la anterior, John Wick parecía el protagonista de un videojuego de disparos, aquí se exagera más. Es una constante sucesión de tiroteos y escenas de lucha como nunca antes vista en una película.
Keanu Reeves ya no es solo un héroe de acción, es un exterminador. No hay nada ni nadie que pueda hacerle frente, aunque eso no es completamente cierto. Como es habitual en esta saga, la película cuenta con un buen elenco de actores secundarios. Ian McShane y Laurence Fishburne vuelven a la pantalla, (mención especial a Lance Reddick que falleció hace poco) y se suman nuevos personajes como Shamier Anderson interpretando a un peculiar asesino y rastreador, o Hiroyuki Sanada porque cuando se necesita a un japonés que hable ingles, ahí aparece él. El villano de turno es El Marqués (Bill Skarsgård), y el rival de Wick es Donnie Yen, en uno de esos papeles tan surrealistas que resulta imposible de creer.
Y aquí es donde surge el problema. Aquellos que hemos seguido la saga hemos visto cómo las escenas se vuelven cada vez más exageradas, todo se vuelve más loco y surrealista. La película sufre del síndrome de Fast & Furious. Y claro, esto puede ser algo positivo o negativo. Por un lado, nos brinda escenas increíbles: el plano secuencia, el arco de triunfo, las escaleras, la discoteca, entre otras. Sin embargo, por otro lado, pierde toda credibilidad. La primera entrega era bastante creíble en comparación, pero esta es imposible de tomar en serio. Estamos hablando de tiroteos en plena calle donde los transeúntes ni se inmutan, gente bailando en una discoteca mientras se disparan y matan a solo dos metros de distancia. Parece como si en el universo de John Wick los tiroteos fueran algo normal, además de que el noventa por ciento de la población aparentemente son asesinos a sueldo. Y por si fuera poco, llevan ropa a prueba de balas, lo que significa que nuestro protagonista y algunos secuaces pueden recibir cincuenta disparos a quemarropa que se tapan un poco con el smoking y no pasa nada.
Este nivel de alucinación puede alejar a más de uno. Personalmente, disfruté mucho de la película, pero puedo entender que haya personas que no la acepten. La suspensión de la incredulidad es un factor importante aquí. Dicho esto, eso no significa que la película no sea fantástica y entretenida. Quitando la primera entrega, esta posiblemente sea la mejor de todas, aunque también es la más larga. Aún así, vale mucho la pena verla.