
Creía que era imposible hacer una película más mala que Jurassic World: Dominion, pero lo han conseguido. Y eso, siendo justos, tiene mérito. Jurassic World: El Renacer llega como la enésimo intento de resucitar una saga que ya lleva demasiado tiempo extinta —y no precisamente por culpa de un meteorito—.
La película arranca con grandes promesas —un tono más oscuro, un “nuevo comienzo”, un reparto renovado—, pero rompiendo por completo con lo que se había establecido en las anteriores entregas. La trama es tan incoherente que cuesta seguirle el rastro incluso más que a un velociraptor en mitad de la jungla: conspiraciones genéticas sin sentido, experimentos secretos que no llevan a ninguna parte y un “plan maestro” del villano de turno que ni él mismo parece entender.
Y es que, más allá de la historia, que no tiene una justificación de peso, el grupo de personajes vuelve a ser totalmente olvidable. La protagonista (Scarlett Johansson) es un misterio andante. A veces parece una mercenaria, a veces una espía, a veces una especie de influencer ecológica. Lo único claro es que está allí para que la cámara tenga una cara bonita a la que enfocar entre tanta selva digital. Su arco es tan difuso que, cuando llega el clímax, uno sigue preguntándose: ¿qué demonios hacía exactamente en todo esto? El villano (Rupert Friend) cumple con el estereotipo de empresario codicioso que quiere enriquecerse aunque el mundo arda a su alrededor.
Pero lo realmente insufrible es la familia protagonista. Una colección de clichés con patas: el padre con complejo de héroe, la hija con su novio —posiblemente el personaje más odioso de toda la saga—, y la niña, porque parece que en Jurassic World siempre debe haber algún crío que se meta en problemas. No aportan nada, no evolucionan, y cada vez que aparecen uno desea que algún dinosaurio despistado haga justicia narrativa. Pero no: sabemos que, pase lo que pase, no les ocurrirá nada malo.

Aparte de eso, ni siquiera los dinosaurios logran salvar el desastre. Ya no impresionan: son puro CGI sin peso, sin textura, sin presencia real. En lugar de provocar asombro, provocan lástima. Lástima por ver cómo algo que una vez fue mágico —esa primera vez que vimos al brontosaurio levantar el cuello en 1993— se ha convertido en un espectáculo vacío de ruido, chistes flojos y gritos sin emoción.
Jurassic World: El Renacer es el tipo de secuela que hace que eches de menos hasta los memes de las películas anteriores. Un intento desesperado por estirar el ADN de una saga que hace tiempo dejó de tener pulso. Irónicamente, el título sugiere un nuevo comienzo, pero lo único que renace aquí es el aburrimiento. Si Spielberg levantara la cabeza (del despacho, claro), probablemente pediría que la franquicia volviera a extinguirse. Y esta vez, para siempre.