
En 2007, el Reino Unido produjo una película para televisión titulada Northanger Abbey, basada en la novela póstuma de Jane Austen, publicada en 1818, un año después de su muerte. Curiosamente, aunque fue la última de las novelas de Austen en ver la luz, originalmente fue la primera que la escritora preparó para su publicación.
La historia sigue a Catherine Morland (interpretada por Felicity Jones), una joven ingenua y soñadora, hija de un clérigo rural. Catherine recibe la invitación de los Sr. y Sra. Allen para pasar el verano en la ciudad de Bath, donde tendrá la oportunidad de socializar con nuevas personas y explorar su propia identidad. En la ciudad, conocerá a la familia Thorpe: Isabella, que se compromete con James, el hermano de Catherine, y John, el hermano de Isabella, quien se siente atraído por Catherine. Sin embargo, la joven Catherine se siente cautivada por el Sr. Henry Tilney (interpretado por JJ Feild), lo que desencadenará una serie de eventos y dilemas. Hasta aquí puedo leer, ya que, al igual que en la novela, las relaciones y las intrigas se complican, llevando a Catherine a enfrentarse a sus propias fantasías y la realidad de sus sentimientos.
Una de las características más destacadas de la película es cómo maneja el tema de las novelas góticas, un género muy popular en el siglo XIX. A lo largo del film, como en el libro, se mencionan obras como Los misterios de Udolfo y The Italian de Anne Radcliffe, que representan la fascinación de Catherine por lo sobrenatural y lo macabro. Esta obsesión con el género gótico sirve como contraste con la vida cotidiana de Bath y las interacciones sociales de los personajes. La película logra transmitir perfectamente la inocencia de Catherine, la superficialidad de los Thorpe y las dificultades que enfrentan los Tilney, de manera muy fiel a la obra de Austen.
Como es común en las novelas de Jane Austen, el film aborda una serie de temas profundos y atemporales. Entre ellos destacan la crítica a la superficialidad social, las ambiciones ocultas detrás de los matrimonios, la inocencia de las jóvenes, los peligros de hacer malas amistades, y sobre todo, el amor y las diferencias de clases sociales. La película, al igual que el libro, se adentra en la compleja naturaleza humana, poniendo de manifiesto cómo las percepciones erróneas y las expectativas de la sociedad pueden afectar las relaciones personales y los juicios de los individuos.

La ambientación de La abadía de Northanger refleja fielmente la vida cotidiana en la Inglaterra del siglo XIX. Siendo una producción británica, el film captura con autenticidad las costumbres, las vestimentas y el paisaje de la época, ofreciendo una representación visual que sumerge al espectador en el contexto social y cultural de la novela. Las localizaciones, los trajes y la puesta en escena contribuyen a crear una atmósfera encantadora y apropiada para la historia.
Recomiendo este film especialmente a los amantes de Jane Austen, ya que, en muchos casos, las adaptaciones cinematográficas no logran captar la profundidad emocional ni la crítica social que caracteriza a las obras de la autora. Sin embargo, en esta versión de La abadía de Northanger, se logra transmitir con acierto tanto la crítica como el sentimiento que Austen plasmó en su novela. En segundo lugar, recomiendo esta película a aquellos que aún no han tenido el placer de descubrir la obra de Austen, ya que es una excelente opción para introducirse en su mundo sin necesidad de abrir un libro. Finalmente, si lo que buscan es una película agradable, simpática, romántica y ligera, perfecta para ver en familia o en una tarde relajada, La abadía de Northanger también es una excelente elección.
En resumen, esta adaptación de Northanger Abbey es una de las más acertadas y encantadoras de las obras de Jane Austen. Logra capturar la esencia de la novela con humor, ternura y una dosis saludable de crítica social, haciendo que sea una opción muy recomendable para los fans de la autora, así como para aquellos que buscan una historia romántica y divertida en el contexto de la Inglaterra del siglo XIX.