Cinco jóvenes conforman el grupo de amigos que se reúnen para ir a pasar unos días de absoluta desconexión en una cabaña en mitad del bosque, propiedad del primo de uno de ellos. En apariencia no parece que nada tenga que salir mal… pero ya sabemos que no es así, aunque sí un poco diferente. Ya que la cabaña está intervenida —casi como si fueran los ratones en un laboratorio— por un extraño grupo de técnicos desde una base subterránea que se están preparando para una gran e importante operación, y para ello deben provocar que esos cinco chicos se conviertan en auténticas víctimas de unas presas muy particulares.
No mucho antes de que Joss Whedon cayera en desgracia tras su estrepitoso —y olvidable— paso por DC, este hombre estaba destinado a tener el toque de Midas, ya que todo lo que pasaba por sus manos se convertía en un éxito y su trayectoria iba hacia arriba. En esta senda, entre proyecto de Marvel y proyecto de Marvel, y con la estrella que le había dado entre los amantes del género su paso por la televisión con Buffy, se unió a Drew Goddard —que aquí se estrena como director— con el que había colaborado como guionista en el pasado, para darle una vuelta de tuerca al género de terror en general y el slasher en particular. Como hemos podido ver por lo escrito en el párrafo anterior, la premisa es la misma que en todas las películas slasher desde hace décadas, un grupo de jóvenes dispuestos a pasárselo bien en un lugar remoto y apartado, y un peligro que los acecha desde el primer instante. Sin embargo, los creadores de la peli aquí fueron un paso más allá y convirtieron una trama típica en un juego con los estereotipos del género, desde los personajes —drogados para que coincidan con exactitud con ellos— como por los posibles peligros que emergen de las profundidades. Por si esto fuera poco, la manera que tienen de introducir los elementos fantásticos con la segunda trama —la que parece de oficinistas aburridos y acaba siendo el de una gran conspiración que linda casi con los dioses antiguos de Lovecraft—, es genial, ya que convierten esta historia, así como todas las precedentes, en meros pasos hacia un final inevitable y muy, muy tenebroso.
Se podría decir que en el momento que se hizo esta peli Goddard como Whedon —principales artífices— estaban en su momento de gloria y para protagonizar su película se escogió a un reparto que si bien era joven, también apuntaba maneras. Para empezar tenemos a Chris Hemsworth —sí, Thor—, Kristen Connolly, Anna Hutchison, Fran Kranz —habitual del terror, sea bueno o malo—, y Jesse Williams, que ahora conocemos de sobras, pero por aquel entonces eran jóvenes estrellas; junto a ellos se busco a todo un elenco de secundarios sin parangón, como Bradley Whitford —procedente de El ala oeste de la Casa Blanca—, el siempre perfecto Richard Jenkins, Brian White, Amy Acker o Tim DeZarn; e, incluso, se permitieron un lujazo en el cameo final al conseguir que la dama de la ciencia ficción Sigourney Weaver aportara su granito de arena un papel perfecto para ella.
Así pues, estamos hablando de una cinta producida en el momento perfecto y que contó con el equipo perfecto, tanto técnico como artístico, para que una idea retorcida más propia de la serie B —donde el terror es el rey—, se convirtiera en un blockbuster que arrasó en taquilla duplicando su presupuesto, a la vez que contentaba tanto a los fans del género como los siempre puntillosos críticos que aceptaron la premisa de la cinta y el doble juego que nos presentaban.
Lo cierto es que, dejando a un lado la opinión general, The Cabin in the Woods es un ejemplo más de lo que puede dar de sí un género tan trillado como el terror cuando los responsables que hay detrás van un poco más allá de las premisas típicas e intentan sorprender al espectador con una fórmula que parte de la misma, pero que, en realidad, es mucho más fresca. Una peli muy bien pensada y mejor hecha que se convierte en un espectáculo muy entretenido.