
Mientras James May se pega unos buenos viajes primero a Japón —como ya vimos— y después a Italia —del que ya hablaremos, y Richard Hammond finge haber naufragado en una isla desierta junto a Tory Belleci —un viejo cazador de mitos— en The Great Escapists, Jeremy Clarkson ha decidido hacer lo que siempre nos ha dicho que detesta, trabajo manual, ya que no se le ha ocurrido otra cosa que montar una granja y convertirse en agricultor. Así de simple es la premisa de este nuevo documental, casi un spin-off de The Grand Tour, que se dedica a seguir los pasos que da a diario el bueno de Jeremy junto el equipo que se ha montado en su granja, Diddly Squat, junto con su pequeño equipo de trabajadores, Gerald, un veterano granjero al que apenas se le entiende, Lisa, su novia, Kaleb, un joven granjero con mucha experiencia en el campo pero que jamás ha salido del pueblo, y Charlie, un gestor que siempre ve las parte negativa de las cosas.
Y no os penséis que la granja son unos cuantos metros cuadrados en los que cosechar tomates como cualquier jubilado, no, qué va, el tío se ha montado una gran explotación de cereales y otros cultivos con el fin de conseguir un rendimiento. Lo cierto es que a pesar de su poca fortuna habitual, lo cierto es que logra salir adelante aun con los obstáculos con los que luchan a diario todos los agricultores, sin embargo, en cuanto intenta busca nuevas vías de ingresos es cuando realmente se le tuercen. Desde unas ovejas que no aportan nada más que problemas o a unas gallinas escapistas, pero lo que realmente se convertirá en un auténtico quebradero de cabeza será la pequeña tienda que monta en la primera temporada y el restaurante que intenta abrir en la segunda. Y no porque no tenga pasta para invertir, sino por las trabas constantes que le ponen sus vecinos, que ven en él un enemigo y un peligro andante para su manera de hacer.

Lo curioso de todo el asunto es que no son los otros ganaderos y agricultores lo que le complican la vida, al contrario, estos quieren participar de dichos negocios, sino los vecinos del pueblo vecino que ven en Jeremy una especie de demonio mediático que se cargará el paisaje y su forma tranquila de vivir. La verdad es que si en la primera temporada esto parece un problema menor, una molestia, pero poco más, es en la segunda cuando entra en acción el restaurante cuando veremos lo complicado que puede ser abrir un negocio en tu propiedad e intentando no molestar a nadie, aunque parece que sí que lo hace.
Precisamente es cuando empieza el tema del restaurante, cuando Jeremy y su equipo deben reunirse con los consejos locales y las administraciones, que se nota un cierto cambio de tono en la serie. Al principio todo es divertido, veremos a Jeremy meter la pata y a Kaleb, que se convertirá en su contrapunto cómico, arreglarlo, pero poco a poco, aunque no se pierdan los chistes típico de lo que fue Top Gear, gana mucha más presencia los problemas a los que se enfrenta, pasando de un programa de entretenimiento ligero a casi un reality, como el propio Jeremy afirma en más de una ocasión.

Por otro lado, en cuanto llega el ganado a la granja, veremos como Jeremy se deberá enfrentar a la realidad del sector, y es que si en la primera temporada tendrá que sacrificar dos ovejas porque no le son rentables, algo que nos partirá el corazón a todos, en la segunda habrá un tensión constante por lo que le pasará a las vacas, por si conseguirán tener terneros y, a pesar de todo, finalmente deberán ser llevadas al matadero para surtir al restaurante. Convirtiendo este programa en uno no demasiado apto para los amantes de los animales, porque no es que se les trate mal, al contrario, pero a los urbanitas siempre nos dará pena ver como sacrifican una vaca… aunque después vayamos al super a comprar unas costillas.
Así pues, lo cierto es que, personalmente, aunque es cierto que me he divertido con La granja de Clarkson, no lo he hecho tanto como con Nuestro hombre en Japón de James May, no solo porque Jeremy sea demasiado radical para protagonizar él solo un programa sin nadie que lo compense, sino por la temática que, en muchas ocasiones, dejará a un lado el humor al que nos tiene acostumbrados por un pesimismo extremo. En definitiva, La granja de Clarkson se deja ver, entretiene y divierte, pero no es para todo el mundo.