Basándose en uno de los relatos de Sax Rohmer —creador del mítico personaje que ha traspasado todos los géneros—, nos encontramos ante uno de los clásicos del cine de aventuras… Y digo clásico, no solo por el año de estreno de la peli, sino también por el hecho que contiene todos los elementos de una cinta de estas características: un héroe sin miedo a nada, una dama en apuros, una femme fatale y, sobre todo, un villano muy pero que muy malo.
La historia gira alrededor de la tumba de Genghis Khan y los tesoros que alberga, como la máscara y la espada de este líder del mundo, y como dos bandos opuestos, con intenciones muy distintas, quieren hacerse con él. Por un lado están los miembros del Museo Británico y el Servicio Secreto Británico que pretenden hacerse con las piezas para llevarlas a su isla y ponerlas en un museo, es decir, son los buenos —ya que el tema del expolio y demás todavía no se tenía en mente, ahora seguramente serían los malos… cosas de la historia—, liderados por Sir Denis Nayland Smith emprenderán una expedición dispuestos a recuperar las piezas y salvar la vida del arqueólogo que había localizado la tumba de las manos del temible Fu-Manchú, el malo de la historia. Este pretende hacerse con la espada y la máscara del antiguo Khan para conseguir el poder y el dominio, no solo de Asia, sino también del mundo entero… Vamos, lo que viene siendo un villano de manual, al más puro estilo James Bond ¿o puede que el Dr. No, Goldfinger y Moonraker lo estén imitando?
En los años treinta, en un mundo no tan globalizado como el nuestro, esta aventura se presentaba como algo exótico y lleno de misticismo, no daba miedo tanto por las torturas que pudieran sufrir los occidentales o el poder de la máscara, sino por el desconocimiento total de una cultura tan antigua como la China. Es por este sentido que, ya en su época y todavía hoy, el retrato de Fu-Manchú que se hace es bastante racista y cargado de tópicos, y fue duramente criticado por el retrato que hace de él.
En esta época, en el que todo el atractivo no residía en ser cuanto más espectaculares mejor, todo el peso de la trama y de la tensión recae sobre los actores que dan vida a los protagonistas. Por un lado están los que interpretan personajes «occidentales», que siguen los cánones de los héroes arquetípicos: un veterano y experto espía, un temerario y joven aventurero, y una débil dama en apuros. Sin embargo, los que más impresionan son los malos, los «orientales», interpretados por unos inigualables Boris Karloff, en uno de los mejores Fu-Manchús del cine, y una joven Myrna Loy en el papel de su malvada hija. Viendo esta película descubrimos que, aunque los héroes han mejorado —cada vez más carismáticos y cargados de encanto—, los villanos han ido a peor: ¿dónde están los Fu-Manchús cómo este? ¿Dónde están los Frankenstein, Drácula o Hyde que aterrorizaron una generación? Incluso un villano clásico como Loki, ahora resulta que no era tan malo del todo… Bueno, seguro que alguien se acuerda de ellos y nos explica sus orígenes, y el motivo por el que son malos y… nos dice que no lo son tanto.
En cualquier caso, estamos ante una pequeña joya, una de aquellas que la gente ha olvidado —normal teniendo una media de seis a diez, o incluso más, en estrenos semanales—, y que merece la pena recuperar y disfrutar. Y es que estamos ante una de esas pelis añejas, que mejoran con los años, puede que no tenga grandes efectos especiales y que el ritmo no sea el de hoy, pero si uno se deja llevar, se encuentra con una auténtica pieza de museo.