
Jimmy y Clyde Logan son dos hermanos a los que la fortuna no ha acompañado. Aunque Clyde cree que todo se debe a la maldición de la familia que les impide tener suerte, Jimmy no es del mismo parecer, aunque cuando él estaba a punto de convertirse en un gran jugador de fútbol se jodió la pierna, y su hermano perdió un brazo en la guerra. Pero será cuando pierda el trabajo cuando Jimmy decidirá tomar las riendas de su vida y llevar a cabo su gran plan: robar la caja del circuito de carreras de Charlotte, en Carolina del Norte. Para ello deberá contar con algo más que con la ayuda de su fiel hermano, sino también de su hermana Mellie y de los Bang, cuyo hermano mayor, Joe —un irreconocible Daniel Craig—, está en la cárcel y es el mejor especialista en robos que conocen… pero incluso para eso Jimmy tiene un plan. Pero lo único que realmente preocupa a Clyde es: ¿la suerte de los Logan se lo va a permitir?
Teniendo en cuenta todos los elementos que forman esta película, desde su director, a la trama, incluso al tono y al ritmo con el que se desarrolla, podríamos estar hablando de un Ocean’s Eleven de paletos… y eso es lo que es. Steven Soderbergh regresa de su retiro —al que se había ido después de sentirse desilusionado con el sistema de los grandes estudios— para llevar a cabo una historia cortada por el mismo patrón que la cinta protagonizada por George Clooney y Brad Pitt, pero con la diferencias suficientes y la genialidad necesaria para que no huela a refrito. Es verdad que en el momento clave de la cinta, en el que se revela el auténtico plan ante los ojos del espectador —como sucede en Ocean’s Eleven—, casi parece que estemos viviendo un déjà vu, pero el perfilado de los personajes, del entorno y de la situación es tan genial, que nos importa más bien poco y nos dejamos llevar por la historia que, una vez más, se resuelve de forma brillante, demostrando lo importante que es un buen final.
Pero la genialidad de esta cinta no acaba en su historia y su puesta en escena, sino también en su producción. A pesar de tener el aspecto de una gran producción de Hollywood, no lo es, ya que lo que realmente convenció a Soderbergh para regresar a la gran pantalla fue la posibilidad de plantear un nuevo sistema de distribución para ella. En lugar de contar con un gran estudio detrás que se hiciera cargo de la distribución —método habitual en el cine—, todo cayó en la empresa de producción, en su empresa, que se hizo cargo de absolutamente todo, desde el diseño de los carteles al de los trailers, permitiendo al director mantener un control absoluto sobre su obra. Para ello, se vendieron los derechos de distribución a todo el mundo, pero solo de su proyección, no de la propiedad intelectual de la peli, por lo que por muy mala que fuera la taquilla, todo estaba pagado de antemano. Y aunque no se ha convertido en la «gran» película del siglo, ha logrado demostrar que un cine de entretenimiento, independiente y de calidad es posible.

La suerte de los Logan es una cinta de esas de las que es difícil de hablar, no porque no sepas que decir, sino porque tiene ese algo especial que es necesario experimentar para disfrutar. Del mismo modo que sucede con Ocean’s Eleven —de la que se podría considerar una secuela de algún tipo, incluso más que la de Ocean’s Eight—, el juego de montaje del que saca provecho el director y su equipo para generarnos tensión y nerviosismo, y que termina por dejarnos con la boca abierta, es, simple y llanamente, indescriptible. Del mismo modo que me sucede con la cinta de 2001, cada vez que me enfrento a Logan Lucky no puedo evitar tensar todo el cuerpo y cruzar los dedos para que su plan les salga bien, aunque ya sepa que será así. ¿Cómo se consigue eso? Ni la más remota idea, hablo de cine, no lo hago, pero me encanta poder disfrutar de pelis que tengan este elemento sorpresa que, por muchas veces que lo vivas, siempre está ahí, esperándote.
En resumidas cuentas, La suerte de los Logan es un soplo de aire fresco en el cine de ladrones —muchas veces limitados por el tema—, y a pesar de tener un referente tan potente como la primera entrega de Ocean’s, consigue sacar provecho del talento de su director, hacerse un hueco en el género, y sorprendernos. Una genialidad —tanto dentro como fuera de la pantalla— que debe ser disfrutada tantas veces como se pueda.